Domingo IV de
Adviento Tiempo. Ciclo B
Alégrate, llena de gracia

Historias que suenan a viejas conocidas,
tanto como para no prestarles atención. La escena del evangelio se describe con
un ángel, una joven virgen, un Dios que se hace hombre... pudieron innovar en
su momento, pero ahora ya no mueven más que a la indiferencia o, pero aún, para
el adorno. Los ángeles, aunque su misión resulte incomprensible actualmente,
son bellos y decoran los rincones de la casa; la virgen madre suscita una
sonrisa de incredulidad pero evoca inocencia e ingenuidad; y dios, que interesa
poco, algo aporta haciéndose hombre, pues atiza las ascuas de cierto deseo de
divinidad humano (habitualmente con orientación equivocada). Si pretendemos
encontrar en este relato el inicio de la humanidad nueva por ser el comienzo en
la carne del ¡hijo del hombre! o bien lo tomamos como una antigua estampa
decorativa (con aires de nostalgia) o como una tomadura de pelo al hombre
actual que encuentra su novedad en otras cosas.
Los proyectos del rey David podrán
resultar hoy más afines. Quería erigir una edificación magnífica. El asunto
resulta atractivo por la envergadura. La divergencia con nosotros llegaría a la
hora de mirar por su sentido: el rey David quería construir para hacer un hogar
en la tierra para Dios; el hombre de hoy para vivir él y desalojar a Dios. Y en
una casa donde se puso veto a la divinidad: ¿cómo vamos a llegar ahora con
fantasías de ángel y Virgen y hombre-Dios? Cuando la matriz no puede contener
más al hombre que nace, toma nueva matriz de refugio en el mundo aislándose de
la realidad y siendo alimentado en su comodidad.
Las entrañas divinas se estrecharon
hasta caber en el seno de una virgen y desde allí se produjo el parto, para
abandonar toda cerrazón y todo intento de buscar una seguridad que estrangule
la misión, la búsqueda, la vitalidad de ir más allá. Cuando David expresó su
voluntad de hacerle morada a Dios, Dios ya se le había anticipado. A David le
empujaba su celo por Dios, pero quizás también un impulso instintivo de querer
someter a la divinidad para ser domesticada y, por tanto, controlada. Buscaba
para Dios un útero donde encerrarlo y amansarlo, evitando el parto que trae
consigo separación y rebeldía. Pero Dios se había anticipado. Sin abandonar la
matriz trinitaria que era al mismo tiempo alumbramiento, se achicó para
humanarse. No improvisó nada que no fuera humano, por ello esperaría en la
matriz de la Virgen la gestación de nueve meses, y luego abriendo matriz vería
la luz hacia otro seno, el de la familia, donde sería cuidado y aprendería.
Pero nada lo retendría en ella, como nada biológico lo retuvo en el seno de
María. Por eso el Espíritu le hizo saltar de la vida oculta a la publicidad de
una vida de misión, de salida, de evangelización.

Todo lo que pretenda ser humano que
venga sin gestación humana, es decir: sin espera, sin paciencia, evadiendo el
tiempo, será una lamentable improvisación. Todo lo humano que pretenda
detenerse en una matriz perpetua, y detener consigo a Dios, y evite la misión,
la salida, el crecimiento... pronto se volverá rancio. El misterio de la
encarnación no es para el adorno, sigue teniendo una tremenda fuerza de
interpelación que nos empuja a asumir con autenticidad nuestra condición (en un
tiempo irrenunciable, en un contexto concreto), que ha renovado prodigiosamente
Cristo, y a no buscar una clase de humanidad de pretendida originalidad que se
olvida del hombre, porque se olvida de Dios.
Luis Eduardo Molina Valverde
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