
San José, a tono con la Cuaresma, nos transmite sobriedad y
profundidad, sencillez y silencio, oración y austeridad. San José, con el
pensamiento en nuestro Seminario nos
recuerda que todos estamos llamados a ser promotores de las vocaciones
sacerdotales en nuestro hogar, en nuestras familias. ¿Cómo es posible que, en
nuestra mesa, en nuestras conversaciones, se hable tanto de las grandes figuras
del deporte o de la música y, en cambio, ni una palabra sobre la vocación
sacerdotal?
Todos
escuchamos llamadas, a todas las horas, muchas de ellas son para descentrarnos,
para buscar una vida más fácil, en la que no haya problemas, que no nos
complique nadie la vida y poder vivir –decimos- con más libertad. Vocación, todos tenemos, que bueno sería
poder descubrir cuál es a lo que uno se siente llamado y luchar por ello,
porque no siempre es fácil seguir la voz de nuestro interior. La mayor parte de
las veces por causas externas, pero en otras ocasiones también internas, pues
parten de nosotros, de nuestra voluntad.
Soy
sacerdote, escuché la llamada desde
muy pequeño, me sensibilicé con esa llamada, le hice caso, dejé que el Señor me
cuidara e hiciera. Había otras fuerzas que me lo impedían y otras muchas que me
atraían. Luché por mi felicidad y hoy soy feliz. Lo cual no quiere decir que mi
historia persona sea toda ella de color de rosa, pero en medio del vaivén
propio de la vida agradezco haber sido llamado a una vocación tan alta que –sin
embargo- sin vosotros no soy nada. Por eso, cuando no os veo, os echo de menos,
porque –también como padre- os quiero.
Ayer
celebramos el día del Seminario y
Jesús, nuestro seminarista, nos habló y en su expresión se sentía la felicidad,
le faltó tiempo para narrar su alegría, para hacernos más partícipes de ella.
Nosotros somos felices, por ello te animo a que no descartes esta posibilidad
si es que sientes algo: la carne se pone de “piel de gallina” y los “pelos de
punta” y algo por dentro nos estremece e, incluso, nos atraganta.
Es verdad, somos célibes, “no” tenemos
una familia propia, pero no descuidamos los lazos de la nuestra, esto no lo
vivimos como una carga, nos llena que nuestro amor sea universal y disponible.
Es verdad no hay horario en nuestra misión, por lo nuestro no es labor, no
fichamos, porque como padres, estamos al tanto todo el día. Sin embargo nos
faltan horas para poder desarrollar nuestro “trabajo”, en ocasiones –también-
participamos del estrés propio de este tiempo, que se le ha dado en llamar “enfermedad
de la modernidad”. Sin embargo, hay un motor que nos da cuerda y es la relación
con Jesús,
el Señor. De ahí procede la fuerza, la ilusión, la creatividad,… ello
es lo que nos hace más divinos y entregados. La falta de relación con Dios, como
a todos, no solo a nosotros, nos puede hacer más cumplidores y menos
acogedores.
En
estos días Alberto, un seminarista de nuestro Seminario Menor,
con 16 años, moría de cáncer. No era algo que pillara de sorpresa, ni a la
familia ni al mismo seminario. La enfermedad estaba presente en el chiquillo desde
hacía unos años. Alberto, de Villafrechós, formaba una familia con sus padres y
su hermana. Para todos los que nos hemos podido acercar a ellos durante estos
días nos hemos podido sentir evangelizados por el testimonio de una familia
unida y esperanzada. Alberto hizo vida normal hasta pocos días de su muerte. San José, patrono de la buena muerte,
le concedió la gracia de morir mientras dormía. Tanto la familia como la
comunidad del seminario hicieron una piña en torno a él. Muchos de nosotros, que
conocíamos la situación, presentamos esta situación en nuestras comunidades
cristianas, la red de oración se amplió y se notó. Don Ricardo, nuestro
arzobispo, presidió la Misa Funeral el pasado jueves, en la que la frase que
más repitió fue Alberto estaba maduro para el Señor. Al día siguiente pudimos
celebrar una Eucaristía en el Seminario de Valladolid en la que sus compañeros
dieron testimonio. Desde el afecto comentaron su paso por el Seminario y el
paso por sus vidas, un testimonio lleno de emotividad. Susana, la madre,
también dirigió unas palabras agradecidas para todos, especialmente para los
seminaristas, compañeros de su hijo. El testimonio de una madre, ante la
pérdida de un hijo, llena de fe y de esperanza, pues con entereza nos
transmitió que merece la pena ser cristiano y abandonarse a las manos del
Señor. Francamente lo que ha ocurrido estos días nos ha afectado y no nos ha
dejado indiferentes. Ahora –por la fe y la esperanza- contamos con la
intercesión de Alberto que clama desde el cielo en favor nuestro.
En
este día pidamos a San José que él nos ponga también a los pies del Señor para
que podamos estar al servicio de Dios y de los hombres. Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario