Al inicio de la Cuaresma ya les
dije que nos poníamos en camino hacia la Pascua. Les dije que lo importante no
era el tiempo cuaresmal sino la Pascua, que la cuaresma y sus consignas eran
mediaciones para llegar a nuestro fin: el encuentro personal con el Resucitado.
Por fin hemos llegado a nuestro destino: Jesucristo, nuestra Pascua, ha
resucitado. Ha merecido la pena andar este duro camino, como la vida misma,
para llegar hasta aquí y encontrarme con la comunidad cristiana que celebra con
alegría que Jesús, el Hijo de María, ha resucitado. La comunidad cristiana
representada en nosotros se llena de gozo porque la vida ha vencido a la muerte
y la esperanza llena la faz de la tierra y hace todas las cosas nuevas.
Precisamente
esa es ahora la consigna: la alegría, además de la fe, la esperanza, la caridad
que nos hará estar más cerca los unos de los otros, que nos ayudará a ponernos
en el lugar del otro, en muchas ocasiones habremos de ver el rostro del Señor
en los crucificados de este tiempo.
En la
Vigilia Pascual consagramos el agua al introducir el nuevo cirio que representa
la luz de Cristo que se hace presente en medio de la noche y de la cual
nosotros tomamos luz porque Él en su vida nos ha dicho: “ser luz del mundo, sal
de la tierra”. En medio de este mundo, del que nosotros vivimos, seamos
centinelas para los demás. Celebramos la Eucaristía y todas nuestras
vestimentas son de fiesta, porque el Señor ha resucitado y el hijo que estaba
perdido ha vuelto a casa, por eso la alegría y la fiesta.
Es el
tiempo de la fe y de las obras, de la confianza y del compromiso, no nos
resistamos a la Resurrección del Señor, no paremos el reloj de la historia.
Historia que comenzó hace muchísimo y que en la noche de la Pascua nosotros
recogemos ampliamente, agradecidos de que Dios se haya hecho presente en todos
los momentos de nuestra vida, no en unos momentos más que en otros, no solo
cuando las cosas nos sonríen o parece que nos van bien, no en la Pascua menos
que en la Semana Santa.
Por favor,
no busquemos a Cristo en el sepulcro, no permanezca su persona como muerta en
nosotros, no busquemos al Señor en medio de los muertos, busquemos al que es
camino, verdad y Vida en medio de los que vivimos. Alegrémonos porque esto es
así, no nos dé miedo esta nueva situación; Cristo no es un fantasma, es nuestro
Dios y hombre verdadero, que el Padre lo ha resucitado de entre los muertos.
Resurrección a la que nosotros estamos llamados, por eso, por favor, vivamos
nuestra fe y alimentémosla constantemente: orando, hablando con el Señor como
un amigo habla con otro amigo, enseñando a orar a vuestros hijos, es más,
orando con ellos, participando de la Eucaristía más que oyendo Misa, animando
con nuestra alegría y nuestra presencia a otros a optar por la fe en el Señor y
su Iglesia, celebrando los sacramentos, y nunca mejor dicho, viviendo como Dios
manda.
Es la hora
del testimonio. Demos cuenta de lo que hemos visto y oído, con alegría, con
profundidad, con certeza. En el encuentro del Resucitado con sus discípulos,
con las mujeres, con seguridad, también con su Madre, nos manifiesta su paz, no
hay porqué tener ya miedo y nos indica un legado: id y anunciad. ¿Qué es lo que
hay que anunciar? Pues hay que llevar a los demás la Buena Noticia, que es
Jesús mismo, su Evangelio, el Reino de Dios que Él nos proclama cada Domingo en
el Evangelio.
Hoy es
Domingo, primer día de la semana y también octavo, puesto que el sábado es el
séptimo, el día que el Señor descansó después de crear todo. Cuidemos este día
en el que Jesús resucitó. Alegrémonos con María que tras la Resurrección está
más tranquila porque el Hijo de sus entrañas no ha quedado sepultado para
siempre sino que ha resucitado. Es Domingo que nos invita a hacer comunidad, a
construir comunidad cristiana, a comprometernos con nuestra parroquia y a crear
lazos de unión que persistan más allá de este encuentro y estos muros. Esto es
así y así se lo cuento. FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.
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