Muchos niños previamente a recibir a Jesús por primera vez se preguntaban: “¿A qué sabrá Jesús?”. Y es que ellos, hijos de su tiempo, pensaban que iban a ocurrir escenas mágicas, como las que están acostumbrados a leer en los cuentos o a ver en las pelis de Walt Disney, donde la ficción se adueña de la imaginación, pero la realidad es otra.
En nuestra parroquia, cuando ensayamos con los niños la celebración litúrgica de su Primera Comunión, les dimos a probar las especies -pan y vino- que serán consagradas, más tarde, en la Eucaristía de su incorporación a la Mesa del Señor.
Ciertamente el sabor de los dones es el mismo siempre, pero lo que le da un nuevo sabor es: la comunidad reunida en oración alrededor de las mesas de la Palabra y la Eucaristía, la imposición de las manos del presbítero sobre los dones, verdadera invocación al Espíritu Santo para que descienda (epíclesis) y consagre el pan y el vino, en el cuerpo y la sangre de Jesús el Señor. Cuerpo y Sangre es lo mismo que decir que el Señor nos da su Vida, para que igual que Él nos la da, nosotros la demos. Toda Eucaristía es celebrada en conmemoración Suya, este es el Misterio de nuestra fe.
A partir de ahí, los niños reconocen un nuevo sabor del Señor. Es más, como los discípulos de Emaús, reconocen un nuevo sabor en este Pan de Vida, dan gusto al Jesús que han ido conociendo en la catequesis, también lo que les han ido enseñando sus profesores de religión y, especialmente, sus papás en casa.
Gustar es un sentido que nos hace saborear el resto, pues a Jesús el Señor lo vemos por caminos, plazas, templo, casas, camino del Calvario, apareciéndose, tocando y siendo tocado, curando, imponiendo sus manos, olemos el perfume de nardos sobre sus pies cansados, también el olor de la miseria, del odio y de la entrega, oímos sus palabras con el deseo de no ser sordos, etc.
Saborear a Jesús el Señor nos habla de identificarnos con su Persona, lo que los Santos, como santa Teresa de Jesús y san Enrique de Ossó, ejercitaron toda su vida. Co-sintiendo, consintiendo a Jesús en su corazón les hizo fieles discípulos, Testigos del Señor. Ellos, al igual que nos ocurre hoy a nosotros, necesitaban el Pan de la Eucaristía para poder “tirar” en esta vida, no a “trancas y barrancas”, que sería como sobrellevar una vida de fe tibia y poca esperanza, sino para alimentar la fe que necesitamos para la nueva evangelización que nos pide el Señor y su Iglesia, que comienza por nuestra conversión.
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