A lo largo de estos días de la novena de la Virgen de Viloria, les voy a ofrecer nueve catequesis, que se corresponden con los nueve días de esta novena, y que pretenden mover el corazón de los creyentes para vivir en comunión con Cristo, el Hijo de María.
Jesucristo es, precisamente, el centro de nuestra fe, de nuestra predicación y mensaje. El Hijo de Dios que por nosotros se ha hecho hombre para que más le amemos y le sirvamos y le sigamos.
Pues María, aunque sea, la que nos mueva a todos nosotros a venir hasta aquí, ella nunca es el centro de atención, sino su Hijo. María, como tantas madres, siempre se queda a la sombra de Dios, ella le concibió, ella le llena. No le van los primeros puestos, por eso para todos nosotros María es modelo seguro de creyente. Que importante es hacer las cosas sin que se note, aquello de lo que tu mano derecha hace, que no se entere tu izquierda, se sigue muy bien en la Virgen. Y ella no crean que por esto vive descentrada, al contrario vive muy centrada por estar sus ojos y su vida puestos en Jesús el Señor. Su hijo es carne de su propia carne. Por esta razón nuestra devoción a la Virgen ha de pasar por nuestro amor a Jesús, por vivir descentrados de nosotros mismos, es decir, de ser el centro, del egocentrismo. Muchas veces nuestras miradas se pierden por no sobrepasar nuestros propios ombligos, ombligos del mundo y nuestras voces no llegar más que al cuello de nuestras camisas.
Santa María no cambia, no puede cambiar, es toda inmaculada, perfecta, es toda de Dios. Y en ese camino andamos nosotros, querernos parecernos cada día más a Él.
Pero queridos hermanos y hermanas hoy es un día muy importante, es Domingo y el Domingo nos reunimos los cristianos para celebrar nuestra Fiesta. La fiesta que nos convoca a la comunidad. Cada semana tenemos un día, el primero, que lo dedicamos al Señor; Él hace tanto por nosotros y nosotros queremos corresponder –como comunidad- tres cuartos de hora a su amor; celebrándolo, con gozo, con alegría, con ánimo; un día a la semana.
Por esta razón todos nosotros deberíamos anhelar, día tras día, que llegue el Domingo. Generalmente deseamos que llegue el fin de semana, para poder descansar, para poder hacer todo aquello que no podemos realizar durante la semana, a veces tiene que ver con el ocio y tiempo libre y otras con las tareas de la casa. Y lamentablemente se nos olvida ir al templo, nos da pereza, mucha gente no lo ve necesario. Dios lo hace todo por nosotros y nosotros regateamos nuestro tiempo con Él. Regateamos mucho el encuentro con Dios, quizás por no tener una experiencia fuerte que nos tire, que nos mueva, una experiencia espiritual que nos anime a sentir el Domingo como un día dedicado a nuestro Señor. Y en esto nos la jugamos en el futuro, pues las próximas generaciones no participan no porque el sacerdote sea más majo, que también, más guay, más cercano, sino en cómo les presentemos la vivencia cristiana. Si somos un poco rácanos a la hora de llegar al templo, y por costumbre llegamos tarde, si al final nos vamos con prisas y corriendo, como quien no se ha enterado de la fiesta; ¿qué maman los que vienen detrás? Se lo ponemos muy difícil al Señor que quiere entrar en nuestro corazón y quedarse en Él. Sí, hemos comulgado, está dentro, pero pareciera como simplemente hubiéramos tragado con ruedas de molino. Este Día, el día del Señor, merece algo especial, sí vestirse de fiesta, ir a tomar después el vermú, quedar con los amigos, juntarse la familia, etc. todo eso está muy bien, parece que lo pide hasta la misma celebración de la Eucaristía, pero… atravesemos el Misterio y no nos quedemos en la superficie: vivamos la celebración con alegría, participando y cuando concluya con la sensación de que esto tiene que continuar.
Pues los cristianos formamos el pueblo del Domingo, así como los judíos son el pueblo del sábado o los musulmanes del viernes. Cada Domingo el Señor nos convoca para escuchar su Palabra y compartir su Pan. María, la Virgen, sabe muy bien qué significado tiene para un cristiano el Domingo. Ella que, seguramente, fue la primera en encontrarse, la mañana del Domingo de la Pascua, con el Resucitado, sabe de recordar este momento, día tras día, Domingo tras Domingo. La vida de María se vuelve Alegría porque todas sus esperanzas se ven cumplidas: su Hijo no ha muerto para siempre, sino que ha resucitado. Esto es lo que celebramos cada Domingo, cuidemos este Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario