Un gran silencio envuelve las calles de
nuestro pueblo. Las ventanas de climalit
nos impiden oír la alegría que se vive esta noche en muchos de sus hogares.
Este silencio también lo interrumpe las campanas de nuestra iglesia, que
repicando, imitando volteo, gran alegría, nos recuerdan que el tiempo de la
espera ha terminado, pues Dios ha nacido para ti y para mí.
Esta
noche es hogareña y familiar en la que nos juntamos los de lejos y los de
cerca. Muchos son los que vuelven a casa por Navidad. Es una noche buena.
Intentemos que todos las noches lo sean, ¿qué digo?, siempre, que la Navidad la
vivamos todos los días del año, a todas las horas. Sé, ciertamente, que no es
fácil mantener el tren de vida que llevamos durante estos días, y por ello
solemos decir que es una vez al año. Pero no nos quedemos con eso, con el
turrón y las peladillas, el lechazo y las gambas a la gabardina, los trenes y
las muñecas, los petardos y las loterías, sino con la alegría que hace sonar la
pandereta, la botella de anís y nos hace tocar el viejo tambor: “rom pom pom pom…”.
Precisamente
de esto nos habla la carta pastoral que Pablo escribe a Tito: “renunciemos a la
vida sin religión”. Renunciemos a vivir una Navidad sin ilusión, disfrazando la
buena noticia que hoy nos llega por medio de ángeles y de pastores. Algunas
veces nuestra sociedad, como en la época de Pablo, tergiversa los valores
cristianos camuflándolos de apariencias. La Navidad nos habla de fe, de
compromiso, de solidaridad, de dignidad humana y de alegría porque todos,
todos, podemos vivir esta fiesta. La Navidad no es para los que se la puedan
permitir, no, en Navidad serán los pobres –y todos aquellos que nos queramos
identificar con ellos- los que descubriremos al Dios que nos confunde en una
estrella, en unos ángeles, en unos pastores, en una pobre familia, en una
cuadra, entre animales, ¿dónde estás tú? ¿en el brillo de la estrella?
¿prendado en el ropaje de los magos y a ver qué llevan unos y otros? ¿postrado
ante este niño y susurrando amén, gloria y aleluya?
Queridos
hermanos es una noche que invita a la contemplación, al silencio y al examen de
conciencia.
En
esta noche Dios está en el centro, como lo está un niño recién nacido en el
hogar: Él es mirado, mimado, querido, cuidado, en Él pensamos, etc. Hoy Dios es
adorado por toda la creación, en este hogar común que es la tierra y quienes la
habitan.
Sin el deseo de
querer aguar esta fiesta, reconozcamos las dificultades que han tenido esta
pareja, María y José, hasta la hora presente. Una pareja desposada, jovencilla,
de un pueblo minúsculo, pobres, incomprendidos, no acogidos, pero con fe, con
la vocación de ser padres para crear familia, humanos y con respeto a la
Palabra de Dios y a sus consecuencias, también, culturales.
Pero la luz llegó a
José y acogió a María, esa luz nunca más les abandonó y le acompañó a la Virgen
en el proceso de ser Madre, Madre de Dios y Madre de todos los hombres. Como
pareja cumplieron las obligaciones que tenían como ciudadanos. Con que
precisión nos cuenta Lucas como fue todo aquello. Ciertamente la historia
personal de esta pareja pertenece a toda la historia de la salvación que le
precede y que se inaugura con el nacimiento de su Hijo. Y los dolores de parto
le llegaron a María, dolores que no le abandonarían toda la vida, dolores que
persisten porque deseamos que todos los días sean Navidad, persisten porque el
cuerpo de Cristo, la Iglesia, llora y llora. Luz y dolor nos acompañan, son
consecuencias propias de nuestra condición humana.
Isaías nos ha
presentado un oráculo muy bello: el pueblo esperan un “nuevo David”, un rey con
poder y fuerza que les haga triunfar y ganar la guerra, pero Dios nos confunde
con este niño, pero que es signo de que el Señor no abandona, que en este niño
se encuentra la salvación.
Realmente esta
disparidad entre lo que piensa el pueblo y Dios nos da, nos debe hacer pensar, porque
en el fondo, en este Niño se nos abre un futuro de esperanza cierta; este Niño
apunta maneras.
Entonces, como ahora,
el nacimiento de ese niño provoca euforia y una gran alegría: brilla la luz, el
gozo se desborda, hasta los segadores gozan.
La misión de este
niño será enderezar lo torcido y allanar lo escabroso, por ello mostrará
misericordia, justicia y paz, para todos aquellos que lo invocan. Invoquémosle
para que en todo el mundo sea Noche de Paz, noche de Amor, pues claro sol
brilla ya.
Vayamos todos al
Belén. Contemplemos con fe el misterio de la Encarnación. Dios se hace hombre,
Dios se hace uno de nosotros, no para confundirnos sino para redimirnos. ¡FELIZ
NAVIDAD!
No hay comentarios:
Publicar un comentario