Dentro
del tiempo de la Navidad que concluirá el próximo domingo, con el Bautismo de
Jesús, hoy celebramos la solemnidad de la Epifanía, una celebración que –ciertamente-
tiene mucho de ingenuidad, de sorpresa, de detalles, de ilusión, de fantasía.
Pero que está llena de un simbolismo amplio y que hoy en día tiene tanto
significado como cuando ocurrió la primera vez.
Conviene
reconstruir la escena.
María,
José y el niño Jesús están en un establo, donde comen, duermen, habita el
ganado. Allí porque no han sido acogidos en otro lugar, tiene María que dar a
luz a su hijo, al Hijo de Dios. Ciertamente es un lugar predestinado, Dios en
el fondo deseaba nacer ahí. Esta es su tarjeta de presentación: ser humano,
abajarse, para confundirnos, para descolocarnos. Que ha querido nacer a la
intemperie. Por eso has escogido estos padres, esta familia, esta compañía.
Dios
que sigue naciendo, así lo celebramos cada Navidad, no ha cambiado de pensamiento,
de trayectoria; sigue naciendo en la profundidad de un corazón desprendido y
abnegado, desprendido de pertenencias, que es capaz de renunciar a su propio “querer,
amor e interés” para hacer la voluntad de Dios. Que escandaloso sería fingir
que Dios nace en el corazón de la avaricia, del rencor, de la mentira, del
odio, de la envidia.
El
mensaje de la Buena Nueva lo han recibido en primer lugar los pastores que
pastorean sus rebaños en los arrabales porque tampoco son acogidos dentro de la
ciudad. Qué curioso, Dios se manifiesta primeramente para los marginados, por
los que huelen a oveja, por los que no van bien vestidos ni van a la peluquería
todas las semanas. Personas simples, llanas, que no conocen ni la depilación ni
la manicura. Viven de su trabajo y cargan con el peso de ser apuntados con el
dedo, las miradas inquisitoriales, criticados, etc. Para ellos, “gloria Dios en
el cielo”. Dios desde que nació hasta que fue crucificado nos está queriendo
enseñar que el camino de la austeridad, la pobreza, la sencillez, etc. es el
camino no solo más corto para llegar a Él, para estar en comunión con Él, sino
que es el único.
Los
pastores van al portal a adorar a Dios, le entregan lo que tienen: su corazón,
sus vidas, su reconocimiento, sus rebaños. Van a acoger al Pastor, al Buen
Pastor, que es capaz de dejar las 99 ovejas en el redil para ir a buscar la
descarriada. Qué bello es poder sentir esto, cuando se siente, les aseguro que
no se necesita mucho más, que seremos capaces de relativizar muchas cosas que
no son importantes, como estar ahí con Jesús y los que le acompañan.
En
el lugar en el que Jesús nace, vamos pasando todos nosotros para adorarle, para
orar, para guardar silencio, para escuchar. Este niño que es Dios, balbucea, pero
no es mudo, es Palabra que nos habla. Dios no se calla y su Palabra está contenida
especialmente en las lecturas como las que hemos escuchado hoy.
Isaías
nos habla, como San Juan en el prólogo de su evangelio, de tinieblas y de luz. Nos
habla de reyes, de pueblos que caminan hacia una luz. Todo ello, ya preludio de
lo que nos habla el Evangelio de hoy.
Mateo
es el único evangelista que recoge esta escena de los Magos. El evangelista no
habla de reyes. Ni tan siquiera menciona sus nombres. Se nos habla también de
otro personaje muy importante: Herodes. Los Magos representan la luz, pues
están iluminados por la luz que siguen. Y Herodes está oscurecido por las
tinieblas que le envuelven.
Los
Magos, dice la tradición, son personajes venidos de distintos continentes,
representan la variedad de razas, la raza humana. Son incrédulos en sus
comienzos, se dejan llevar simplemente por la razón, la ciencia, la astrología.
Sin embargo, Dios se servirá del impulso de empujarlos a salir de sus lugares
lujosos de procedencia para ir tras la estrella, siguiendo sus cálculos. El
tiempo, el camino, hará que ellos mismos vivan un proceso interior que les irá
transformando y que su conversión será total y definitiva cuando contemplen la
manifestación de Dios en un niño, tal y como decía la profecía.
Mientras
tanto, en nuestro mundo sobran Herodes que desean quitar el protagonismo de
Dios en la sociedad. El protagonismo entendido como que Jesús es el centro de
la vida de un cristiano. Nuestra cultura tiene raíces profundamente cristianas
y esto a mucha gente, como a Herodes en aquel tiempo, no les gusta nada. Se les
ha atragantado la religión, y el ateísmo que dicen profesar a veces les hace
más creyentes que incluso a muchos de nosotros. ¿Por qué digo esto?, pues
porque tienen en su mente a Dios, la religión, la Iglesia, etc. –aunque sea
para mal- mucho más que nosotros mismos. Son muchas las noticias que nos llegan
de unos y otros. Hoy todo se politiza para enfrentarnos a unos contra otros,
pero el camino de un cristiano no es el da la confrontación sino el del
diálogo, por eso recibimos tantas tortas. Es muy triste cómo se celebran en
nuestra sociedad algunas historias que no se corresponden con nuestra cultura,
que incitan al consumismo y a la fiesta, principalmente,… y las nuestras, las
de toda la vida, se tergiversan, se profanan, son ridiculizadas, se juega con
nuestra sensibilidad, pero esto no parece movernos más que a la anécdota. Y esto
irá a más, mientras que los cristianos no cojamos y como los Magos, decidamos
no hacer la voluntad de Herodes, sino volver por otro camino, seguir el camino
que nos indique Jesús.
Queridos
hermanos, Dios ha nacido, vivamos esta gran fiesta cristiana con profundidad y
en fidelidad al mensaje recibido: “Ha nacido el Mesías, el Señor, venid a
adorarle”. Así sea.
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