El pasado miércoles, comenzamos con
la imposición de la ceniza, el tiempo cuaresmal. Tenemos por delante
cuarenta días en el que tendremos la oportunidad de verificar nuestra vida al
lado de la Palabra de Dios. Ya hemos comenzado el itinerario cuaresmal, que
este Año Jubilar, viene también motivado por la misericordia. Fano, nuestro
dibujante religioso, nos invita a subir a la cumbre pascual, como nos canto
Antonio Alcalde en su preciosa canción.
Precisamente así reza el título del
mensaje del Santo Padre para esta cuaresma: “Misericordia quiero y no
sacrificio” (Mt 9, 13). Un texto muy breve, tomado del evangelio de Mateo, en
el que Jesús el Señor nos podría expresar más alto pero no más claro su deseo
relacional para con el hombre; el trato de Dios con nosotros pasa por ser
misericordiosos. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1),
lo es desde siempre y para siempre con nosotros, ahora nos corresponde a
nosotros gustar esa misma misericordia, canalizarla, para llenar el vacío de esta
que se percibe no solo en la sociedad, sino también muchas veces en nosotros
mismos. Estamos llamados a experimentar en primera persona la cercanía y el
perdón de Dios, y de este modo convertirnos en testigos de la misericordia de
Dios.
En el mensaje del Papa Francisco podemos
descubrir preciosas pistas para llevar con nosotros en este recorrido jubilar
cuaresmal: María, icono de una iglesia que evangeliza porque es evangelizada;
la alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia; y, por último,
las obras de misericordia.
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