La Cuaresma va creando en nosotros un sujeto, es decir, un ser humano
capaz de acoger a Dios en su vida, y que este hecho cambie su vida para
siempre. Podríamos decir que la cuaresma nos intenta purificar para que Dios
resida en nuestro ser para siempre.
Ciertamente enamorarse no depende de la elección solo de uno, sino de
las dos partes, pero lo cierto es que Dios ama a la Iglesia como esposa, y a
nosotros nos ama como hijos, pues Él es como un Padre-Madre. Por tanto, la
cuaresma nos previene del des-Amor, para suscitar en nosotros un deseo hondo y
una apuesta por el Amor. Ese Amor es el capaz de realizar con nosotros una
Alianza perpetua, que Él nunca rompe; y que nos asegura que la presencia de
Dios es cercana a nosotros siempre, no solo cuando estamos en momentos –como
nos cuenta el Evangelio hoy- de consolación espiritual, esos momentos en los
que no dudamos y decimos esto es de Dios.
Lo hemos escuchado en la Palabra de Dios, el Señor llama a Abrahán, y
le invita a salir de su tierra. Queridos hermanos, esta palabra pretende
iluminarnos a nosotros en la actualidad: somos un pueblo, el Señor nos quiere
unidos, somos el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, y es con esta, nuestra
Madre, con la que Él se desposa, en alianza eterna. Dios eligió un pueblo,
eligió en este caso una persona, Abrahán. Hoy también Dios nos llama a formar
este pueblo que coincide con su Cuerpo, nos llama por nuestro nombre y nos
invita a emigrar del rencor, del sectarismo, de la murmuración, etc.
Es cierto, entre nosotros llama a algunos como Abrahán para que
lideren este grupo, de ello tendremos la oportunidad de fijarnos el día de San
José, pero hoy fijémonos en esa actitud de Abrahán: de fe y confianza, que le hace
salir de su tierra para darle otra, esta de promisión.
Conocemos la historia, sabemos que Abrahán es fiel, pero aquí se nos
muestra una conducta pertinente para el cristiano. ¿Cuánto nos cuesta salir de
nuestros esquemas, de nuestras formas, de nuestro propio amor, querer e
interés? ¿Cuánto nos cuesta ponernos en el lugar del otro? La cuaresma nos
invita a ponernos en el lugar de Jesús camino de la Pasión, y ahí ver, sentir
incluso como propio el dolor humano, pues este es el dolor de Dios, que es
Humano.
Sin embargo, el Evangelio nos presenta la escena de la Transfiguración
y esta nos remite a la oración, una de las mediaciones que el texto bíblico de Joel
y el Evangelio del pasado Miércoles de Ceniza nos ofrecieron: la oración. Orar
es ponerse en la presencia de Dios, mirarle y dejarse mirar, sin más. Aprovechemos
la Cuaresma para sacar momentos para la oración, para leer y meditar la Palabra
de Dios, especialmente las lecturas de la Misa de cada día, o para contemplar
de forma continua el Evangelio en las escenas propias que recoge el ejercicio
del Viacrucis. Parémonos en cada momento, quizá podamos contemplar hondamente
una escena cada día, una estación del camino rojo que va a la cruz.
Fijémonos en María, la Virgen de los Dolores, como vive ella cada
momento.
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