El P. Juan Carlos da gracias a Dios por las muestras de cariño que esta mañana la comunidad ha tenido con respecto a él, con motivo del 17º Aniversario de Ordenación Sacerdotal.
Hoy es ese día que nos lucimos para el Señor, pues no hay
día en el año, como este, que brille más que el Sol. Hoy es el día de la
Caridad, para reflexionar sobre nosotros mismos y los demás; para descubrir en
el otro, especialmente, en el pobre, el rostro de Cristo que no sale a darse
una vuelta por el pueblo sino a manifestar que su Cuerpo sigue roto por la injusticia
y el egoísmo.
El Cuerpo de Cristo pasará por la tierra que pisamos e
irá bendiciendo: reciclará nuestros sinsabores por un olor a rosa sin igual,
que irán lanzando con suavidad estos niños, que hace muy poco recibieron con
alegría profunda a Jesús en la Eucaristía.
Cuerpo de Cristo portado por manos de sacerdotes. Manos
humanas, y a la vez manos sagradas. Manos que bendicen, manos que alzan el
Cuerpo del Señor para nuestra adoración, manos que levantan a nuestros hijos
para presentar a la Virgen, manos que depositan alianzas, arras, Palabra del
Señor, que entregan la luz de Cristo, manos que mueven incensarios en el
momento de la postración, manos que acarician, abrazan y acogen, que quitan
lágrimas, manos que derraman agua de salvación, manos que impregnan ceniza, manos
que portan la Cruz, el Cirio, manos que unen manos, manos que imponen para el
perdón, la bendición, la ordenación, la salud, manos con las que se expresan, manos
como todas nuestras manos que trabajan, lavan, friegan, planchan, escriben,
pasan las páginas de un libro, etc. Manos que consagran.
Hoy es día para dar gracias por nuestros sacerdotes.
Ellos nos dan el alimento necesario para el avituallamiento de nuestra vida
espiritual, que es inseparable de nuestra vida total. ¿Cómo desvincular la fe
de las obras?
En este día 18 de junio, de un año 2000, fui ordenado
sacerdote en una iglesia de Valladolid, la de los Jesuitas, llamada Corazón de Jesús. Era domingo de la
Santísima Trinidad. Y, precisamente, celebré mi primera Misa, al domingo
siguiente, en la Solemnidad del Corpus
Christi. En mi vida estos hitos han marcado la parcela que el Señor me ha
entregado: la Eucaristía, el sacerdocio, y el Corazón de Jesús, en cuya novena
nos encontramos, que me vincula al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y al deseo
profundo de ser misionero del mundo.
Doy gracias al Señor por mi vocación, que siempre estuvo
muy presente en mí; es impresionante la labor tan grande que el Señor puede
hacer por una persona si esta se deja. Ya desde niño sentí una vinculación muy
especial que me llamaba a ser sacerdote. La vida es así, ojalá todos nosotros
descubramos la vocación a la que Dios nos llama. En la respuesta que demos a
nuestra vocación estará nuestra alegría y felicidad.
Que Nuestra Señora la Virgen nos acompañe a cada uno en
la ruta de nuestra vida, que sintamos su presencia, pues ella desea conectarnos
con Jesús; a Jesús por María.
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