
Hoy, en la fiesta de San Agustín, el soporte evangélico de su celebración nos habla de este problema, personalizado en los escribas y fariseos, en su hipocresía e incoherencia. Tenían una formación cuidadísima, y eran tenidos por maestros e intérpretes autorizados de la Ley. Eran cumplidores acabados, no ya de las leyes, sino hasta de los detalles más insignificantes. Pero se lo tenían tan creído que despreciaban a los demás, juzgándolos muy duramente; y ellos se sentían tan a gusto con su forma de ser que se creían no sólo perfectos sino los únicos amigos auténticos de Dios.
Jesús, hablando a los que le seguían y a sus discípulos, dice refiriéndose a los fariseos y escribas: “Haced y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos no hacen lo que dicen”. Tampoco, según Jesús, son sinceros: “Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres”. Y, con ese mismo fin, “ensanchan sus filacterias y alargan los flecos, buscando los primeros puestos en las sinagogas y en los banquetes”.
Jesús fue muy duro con ellos, pensando en los sencillos y en los que no tenían la formación ni el poder que ellos ostentaban. Y lo dijo también por nosotros, para que imitemos su formación y cumplimiento y, evitando sus defectos, añadamos los valores y actitudes que brillan en San Agustín.
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