15 de mayo de 2013
El arado de San Isidro
1. Supo esperar, con paciencia, la lluvia cuando no llegaba, y con agradecimiento cuando, en
abundancia, caía sobre las tierras que trabajaba. ¿Nos desesperamos cuando las cosas no nos salen
bien?
2. Su arado no se detenía por las murmuraciones y las críticas de la buena suerte que le
acompañaba. Quien echa, mano al arado, y mira hacia atrás, consigue dos cosas: intranquilizarse,
dar gusto a los detractores y no seguir adelante en la dirección que tenía marcada. ¿En qué medida
me aceptan las críticas?
3. El arado de San Isidro, no entendía de rencor ni venganza. Antes del amanecer, San Isidro oraba
por los que le maldecían y, a Dios, le pedía por aquellos que injustamente le trataban. ¿Entran, en
nuestra oración, los enemigos que salen a nuestro paso?
4. El arado de San Isidro, se metía con fuerza en la tierra, pero despuntaba mirando hacia el cielo.
Oteaba un horizonte que, sabía de antemano, le aseguraba el ciento por uno en lo que hacía.
¿Somos hombres y mujeres de oración y acción?
5. El arado de San Isidro, andaba por los caminos de la verdad. No utilizaba ni se burlaba de los
amigos. Sabía cuidar, guardar y cribar la paja del trigo, la sinceridad de la maldad. ¿Somos
transparentes con aquellos que nos rodean o, por el contrario, actuamos indignamente?
6. El arado de San Isidro hacía lo que su siervo le ordenaba: convertía el trabajo en alabanza a Dios.
¿Las horas que estamos trabajando las ofrecemos al Señor o las dejamos huérfanas de trascendencia?
7. El arado de San Isidro era privilegiado: todos los días, antes de comenzar la labor, era conducido
por aquel que –previamente- se había llenado de la Eucaristía. ¿Buscamos una Iglesia, durante la
semana, para ofrecerle a Dios nuestras inquietudes? ¿Por qué madrugamos o trasnochamos tanto para
unas cosas y, tan poco para Dios?
8. El arado de San Isidro, supo del pago del bien con el mal. No le costó perder de sus derechos para
calmar la violencia, el odio y la envidia. Pero, Dios, multiplicaba con creces lo que San Isidro
cedía. ¿Buscamos, con tal de que exista la paz, el desprendernos –incluso- de algo que es en justicia
nuestro?
9. El arado de San Isidro, no hizo prodigios extraordinarios. Simplemente –allá por donde pasó-
sembró semilla de eternidad. ¿A qué nos dedicamos nosotros? ¿A sembrar lo efímero o lo eterno?
10. Calderón de la Barca, el maestro Espinel, Lope de Vega y Guillén de Castro, entre otros, le cantan
en versos inmortales. Las mesetas de Castilla quedarán siempre iluminadas y fecundadas con su
sencillez y paciencia. No hizo nada extra, pero fue un héroe que sembraba en la tierra una cosecha
de eternidad. En su zamarra de labriego podría bordarse una cruz y un arado. Con letras de oro,
ora et labora.
Javier Leoz
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