Les
invito a vivir la Semana Santa de una manera sentida, sensible, sintonizando
con lo sucedió con el Señor y en torno a su mesa, pero también sintonizando con
lo que le sucede hoy al Señor y en torno a su mesa.
Como saben la Semana Santa para los
cristianos, especialmente, el triduo pascual, es vital; pues aquí se expresa el
sacramento de nuestra fe, en la pasión, muerte y resurrección del Señor. En
estos tres días está la síntesis de nuestra fe. Esta historia, esta historia de
amor, es lo que ha movido a millones de cristianos a conservar desde hace tanto
tiempo la tradición cristiana, que es lo mismo que decir: les ha llevado a
secundar las palabras que nos dejó el Señor, especialmente, en su última cena.
Hemos recibido una herencia, un depósito, la fe.
Ciertamente esta sí que es para derrochar, para gastar sin mirar, para
testimoniar. La herencia que hemos recibido es que Dios es amor y su mandato es
que amemos. Esta es la obligación del cristiano, el amor, el amor a los hermanos,
empezando por los más cercanos, como leí en un mensaje esta mañana, es decir,
por el amor al prójimo que nos enseña Jesús, con sus obras, pues “obras son
amores y no buenas razones”.
El amor no se compra ni se vende, el amor se entrega,
se recibe. Recordemos la canción sobre el beso: “se puede dar un beso en la
mano, se puede dar un beso de hermano, pero un beso de amor no se lo doy a
cualquiera”. Es muy buena consigna esta, describe muy bien los distintos tipos
de beso, como podemos distinguir: cordialidad, amistad, cariño y amor. Amor
humano nos entrega Dios en este gesto de lavar los pies, de servir, y celebrar
la Eucaristía, expresión de su amar. Jesucristo es testigo de su amor por el Padre,
que lo expresa derrochando amor por sus hijos. Para ello no le importa
rebajarse, al contrario, manchándose con la suciedad, con la suciedad que
provocan nuestros actos, se convierte en el Dios de la misericordia que podemos
contemplar en el rostro de su amado hijo Jesucristo. Esta es la espiritualidad
cristiana, que se encarna en la historia concreta, Dios que se encarna
contagiándose de nuestros virus, siendo Él inmune, siendo Él la vacuna que nos
salva. No confundamos, dijo el Papa esta mañana, esta espiritualidad con otras
que sean “gaseosas” o “lights”. El sufrimiento de Dios, también, es la falta de
nuestro compromiso cristiano, es decir, que hagamos con Él y su religión, no
solo algo a nuestro antojo, sino poco encarnado a la realidad concreta, sin
descubrirle en el “Jesús sin techo”, en la oración, en el partir el pan de cada
domingo, en la comunidad, y no tanto en las parafernalia y el servilismo. Ahí está
el gesto de esta tarde: lavar los pies, hoy y siempre, cuando saltan los flash pero especialmente cuando se nos
pide un servicio, desinteresado, altruista, lleno de amor.
¿Qué puede iluminar este gesto para nosotros tantas
veces altivos o políticamente correctos? Debería ser muy fácil amar, ¿verdad?, no
se nos pide nada material, quedarnos sin ninguna cosa nuestra, ni quitarnos
ninguna persona; se nos pide vaciarnos, vaciarnos de todo aquello que no sea la
identificación con el Señor; para ello lo hemos expresado de muchas y muy
distintas maneras a lo largo de la larga cuaresma: desprendernos del pecado,
del desamor, des-esclavizarnos.
Vaciarse merece la pena, porque nos vaciamos de la
superficialidad, del escenario que rodea a toda la situación que acabamos de
escuchar en el Evangelio, pero sería llenarse del aliento, de la vida, de la entrega
de Dios que nos ama y nos urge a que nos amemos. Los cristianos, en la familia,
tenemos el mandato de dar lecciones de amor, al mundo, al pequeño, aquí en el
pueblo mismo; pero –por favor- no más lecciones teóricas, y sí muchos gestos de
amor. No esperemos a que a nivel mundial nos las vayan a dar, comencemos por
nosotros mismos.
Hoy es día eucarístico y sacerdotal. A los sacerdotes
se nos pide que seamos “alter – Christus”, otros Cristos, que presidamos la
Eucaristía en memoria de Jesucristo. Somos dispensadores de misericordia y
tenemos que ser testigos de misericordia, capaces de dar miel, para atraer a
otros que puedan mirarnos y desear ser como nosotros, porque nos luce el pelo
por nuestras obras.
Queridos hermanos, demos gracias a Dios por la
Eucaristía, somos el Pueblo de la Eucaristía.
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