Parece que las palabras de Jesús en el Evangelio se
escuchan como “palabras de despedida”. En un par de semanas celebraremos la Solemnidad de la Ascensión, en el que la
presencia física de Jesús dejará de manifestarse, para dar paso a otro tipo de presencia,
de tipo espiritual; por ello, el domingo siguiente será Pentecostés, con el que
concluiremos la cincuentena pascual, aunque realmente la Pascua continúa, pues
como el Señor mismo nos dice hoy en el Evangelio Él es Vida.
Me gustaría
entre sacar algunas ideas que me han hecho pensar de la Palabra de Dios que
hemos escuchado, también es verdad que, a veces corriendo el riesgo de
descontextualizar, pero no olvido el texto en su conjunto.
En la
lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado la institución de los
diáconos, aquellas primeras personas que estaban al servicio de los apóstoles,
puesto que estos tenían mucha tarea. Los diáconos tienen por misión ejercer el
ministerio del servicio. Algunas veces les podemos ver como simples elementos
decorativos de una celebración litúrgica solemne, especialmente cuando
acompañan a los obispos. Pero más allá de la realidad, su ministerio les lleva
a servir en las celebraciones litúrgicas, pero también a ser la extensión
caritativa de la Iglesia, a llevar pan a aquellos que no lo tienen, a proclamar
la Palabra por todos los ambientes y rincones de la tierra, más allá de
aquellos que puedan ser más propicios. Hoy a la Iglesia se nos pide estar en la
frontera, no simplemente al calor de las brasas del incensario.
Los
cristianos, no por el hecho simplemente de serlo, sino por haber ayudado a que
nuestro bautismo germinara en nosotros, nos convertimos en elementos
fundamentales en la edificación de la Iglesia. Jesús el Señor es la piedra
angular por medio de la cual se sostiene todo, nosotros somos simples obreros,
al servicio de la evangelización. Nuestro servicio no es un simple ejercicio
voluntario, sino un deber moral que desarrollamos, deseando cumplir la voluntad
de Dios. En la Iglesia ni nos servimos a nosotros mismos, ni servimos desde
nosotros mismos, sino que lo hacemos por puro amor a Dios y Él es quien nos
mueve a hacerlo.
Evidentemente
en el creer está toda la metralla que podamos necesitar para el combate. Pues
Él que es Camino, Verdad y Vida desea aportarnos eso mismo, pero nosotros
necesitamos creerlo, no basta con conocerlo racionalmente, sino que es
necesario tener relación con el Señor.
En este
día en el que celebramos la festividad de
Nuestra Señora de Fátima, en el Santuario en el que está el Papa Francisco
cuando se cumplen 100 años de las apariciones marianas a los pastorcillos, me
gustaría traer a colación a la persona del Papa, y dar gracias a Dios por su
testimonio vivo y veraz de la vida de la Iglesia, testimonio auténtico de Jesús
en medio nuestro. Con gran alegría celebramos hoy el reconocimiento de la
Iglesia hacia Jacinta y Francisco que reconoce en esos niños, privilegiados en
cuanto a la fe, la santidad de Dios. Una vez más el Señor nos vuelve a hablar a
través de los santos, por muy niños que sean, es posible ser como Él, estar
cerca de Él, adherirse a Él, entrar en comunión con Él, etc. ¿Qué hace falta?
Seguir sus recomendaciones: especialmente escuchar su Palabra y cumplir su
voluntad. Además de apartarnos del mal, del demonio que acecha por donde menos
nos lo pensemos y como menos nos lo imaginemos.
Santa Jacinta
y San Francisco, niños pastores de Fátima, nos enseñan el camino para estar
cerca de Dios: la pobreza, la sencillez de vida, la austeridad, la vida en
familia, la fraternidad, la fe, la Virgen María, etc. El mismo Señor nos lo
advierte, para los sabios y entendidos no son estas cosas que tocan a la fe,
sino para los pequeños y los humildes, porque los primeros están llenos de
prejuicios.
Que la
Virgen de Fátima nos ayude a descubrir al Señor, que como a estos infantes nos
ayude a estar más unidos, para vivir como una comunidad cristiana que vive de
la experiencia de haberse encontrado con el Señor. Así sea.
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