Hemos escuchado en el Evangelio que
se ciñó la toalla y no se desprenderá de ella hasta que sea despojado de toda
ropa en el momento de su pasión. Toda su vida ha sido una vida entregada, de
servicio, no solo por los suyos, sino por todos. Dios no es de unos más que de
otros, Dios es de todos, incluso de aquellos que no le tienen en cuenta. Y
Jesús no nos entrega lo que le sobra sino que se nos entrega Él, su cuerpo, su
sangre, su vida. Él se parte y se reparte por nosotros, para nosotros. Y, ¿para
qué? para redimir, para liberar, para salvar, para alimentar, para sanar, para
perdonar. ¿De qué? Del pecado que se traduce en maldad, en soberbia, en rencor,
en envidia, en no dejarse ayudar, en vanidad, en odio, en injusticia, en hablar
mal de los demás, en no vivir con alegría la fe,…
El Jueves Santo nos trae a la
memoria y al corazón algunas cosas muy importantes: Eucaristía, Sacerdocio,
Amor Fraterno, Caridad, Servicio,… Son palabras que nos pueden parecer bonitas,
pero no son huecas ni están vacías, sino que significan, tienen significado. No
son palabras para escribir o decir, son palabras para practicar, transmitir,
testimoniar. Ciertamente, Jueves Santo nos invita a “testimoniar”.
Pero, ¿qué recordamos hoy? Pues
recordamos a Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, partiendo el pan,
distribuyendo el vino. Celebrando la Pascua, el recuerdo de la liberación del
pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Y fíjense quiénes tiene sentado a
su mesa: gente de lo más normal, como nosotros, muy débiles; ellos nos
representan. El Señor les conoce y les conoce mejor que si los hubiera parido.
Sabe de qué pie cojea cada uno. Pero, ¿saben una cosa?, no mira Jesús, el
pecado del hombre, sino a la persona y la posibilidad que tiene este de amar y
ser amado. Por eso nosotros también podemos celebrar la Pascua, la liberación
de todo aquello que me cierra al Amor de Dios que me impide abrirme y crear
lazos fraternos con los que tengo cerca.
En ese momento se instituye la
Eucaristía y el Sacerdocio. Desde entonces la comunidad cristiana viene
rememorando esa Pascua, la alianza que Jesucristo hizo con nosotros de una vez
para siempre. “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz,
anunciamos la muerte de Jesús hasta que vuelva”. El sacerdote es imprescindible
para celebrar la Eucaristía y la comunidad cristiana es imprescindible para el
sacerdote. Recemos para que de nuestras comunidades, de nuestras familias,
surjan los sacerdotes que requiere el cuerpo de Cristo hoy. ¿Por qué no va a
poder ser una propuesta de vida feliz? Ser sacerdote y poder celebrar la
Eucaristía, estar en medio de la comunidad, como si fuera Cristo, es lo más
grande que puede haber, si uno se para a pensar, que es demasiada alforja para
un burro. Pero el Señor quiso entrar en Jerusalén en una borriquilla, es la
humildad lo que habrá de caracterizar a todo seguidor de Jesús, sobre todo a
aquellos que le representamos.
Ojalá nuestras palabras, sean más
que eso, palabras, y en nosotros un nuevo ardor nos lleve a vivir con pasión la
Eucaristía. A que no nos acostumbremos al celebrarla. Que cada Eucaristía sea
nueva, única. Que en la Eucaristía se reúna la comunidad y vivamos a los otros
como miembros de una misma comunidad. En la Misa escuchamos la palabra del
Señor, oramos personal y comunitariamente, nos damos la paz y pedimos poder
amar sin más.
El amor al Señor, que es
Padre/Madre, nos habrá de llevar a amar a los demás como hijos e hijas, el amor
fraterno debería ser nuestra seña de identidad. El ser humano, sea quien sea,
piense como piense, corresponda o no, habrá de ser el centro de nuestra pasión,
porque la pasión de Dios es por el hombre y este mundo, por tanto, nuestra
pasión es la misma pasión de Dios. El ser humano, pequeño, débil, pobre,… ese
es en quien queda mejor representado el foco de nuestro amor. Es la prueba de
fuego, la verdad y nada más que la verdad de nuestra fe.
Que María, nos enseñe a vivir en
sintonía con Dios, desde el amor y el servicio.
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