28 de marzo de 2013

Homilía del P. Juan Carlos en el Jueves Santo


           
El Jueves Santo nos habla de estar cerca del Señor en la mesa. De estar atentos a sus dichos y gestos. Es el Señor el que está en el medio de nosotros y hoy le vemos mejor que nunca, como el que sirve. Esa es su lección de hoy: el amor se traduce en servicio.
            Hemos escuchado en el Evangelio que se ciñó la toalla y no se desprenderá de ella hasta que sea despojado de toda ropa en el momento de su pasión. Toda su vida ha sido una vida entregada, de servicio, no solo por los suyos, sino por todos. Dios no es de unos más que de otros, Dios es de todos, incluso de aquellos que no le tienen en cuenta. Y Jesús no nos entrega lo que le sobra sino que se nos entrega Él, su cuerpo, su sangre, su vida. Él se parte y se reparte por nosotros, para nosotros. Y, ¿para qué? para redimir, para liberar, para salvar, para alimentar, para sanar, para perdonar. ¿De qué? Del pecado que se traduce en maldad, en soberbia, en rencor, en envidia, en no dejarse ayudar, en vanidad, en odio, en injusticia, en hablar mal de los demás, en no vivir con alegría la fe,…
            El Jueves Santo nos trae a la memoria y al corazón algunas cosas muy importantes: Eucaristía, Sacerdocio, Amor Fraterno, Caridad, Servicio,… Son palabras que nos pueden parecer bonitas, pero no son huecas ni están vacías, sino que significan, tienen significado. No son palabras para escribir o decir, son palabras para practicar, transmitir, testimoniar. Ciertamente, Jueves Santo nos invita a “testimoniar”.
            Pero, ¿qué recordamos hoy? Pues recordamos a Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, partiendo el pan, distribuyendo el vino. Celebrando la Pascua, el recuerdo de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Y fíjense quiénes tiene sentado a su mesa: gente de lo más normal, como nosotros, muy débiles; ellos nos representan. El Señor les conoce y les conoce mejor que si los hubiera parido. Sabe de qué pie cojea cada uno. Pero, ¿saben una cosa?, no mira Jesús, el pecado del hombre, sino a la persona y la posibilidad que tiene este de amar y ser amado. Por eso nosotros también podemos celebrar la Pascua, la liberación de todo aquello que me cierra al Amor de Dios que me impide abrirme y crear lazos fraternos con los que tengo cerca.

            En ese momento se instituye la Eucaristía y el Sacerdocio. Desde entonces la comunidad cristiana viene rememorando esa Pascua, la alianza que Jesucristo hizo con nosotros de una vez para siempre. “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte de Jesús hasta que vuelva”. El sacerdote es imprescindible para celebrar la Eucaristía y la comunidad cristiana es imprescindible para el sacerdote. Recemos para que de nuestras comunidades, de nuestras familias, surjan los sacerdotes que requiere el cuerpo de Cristo hoy. ¿Por qué no va a poder ser una propuesta de vida feliz? Ser sacerdote y poder celebrar la Eucaristía, estar en medio de la comunidad, como si fuera Cristo, es lo más grande que puede haber, si uno se para a pensar, que es demasiada alforja para un burro. Pero el Señor quiso entrar en Jerusalén en una borriquilla, es la humildad lo que habrá de caracterizar a todo seguidor de Jesús, sobre todo a aquellos que le representamos.
            Ojalá nuestras palabras, sean más que eso, palabras, y en nosotros un nuevo ardor nos lleve a vivir con pasión la Eucaristía. A que no nos acostumbremos al celebrarla. Que cada Eucaristía sea nueva, única. Que en la Eucaristía se reúna la comunidad y vivamos a los otros como miembros de una misma comunidad. En la Misa escuchamos la palabra del Señor, oramos personal y comunitariamente, nos damos la paz y pedimos poder amar sin más.
            El amor al Señor, que es Padre/Madre, nos habrá de llevar a amar a los demás como hijos e hijas, el amor fraterno debería ser nuestra seña de identidad. El ser humano, sea quien sea, piense como piense, corresponda o no, habrá de ser el centro de nuestra pasión, porque la pasión de Dios es por el hombre y este mundo, por tanto, nuestra pasión es la misma pasión de Dios. El ser humano, pequeño, débil, pobre,… ese es en quien queda mejor representado el foco de nuestro amor. Es la prueba de fuego, la verdad y nada más que la verdad de nuestra fe.
            Que María, nos enseñe a vivir en sintonía con Dios, desde el amor y el servicio.

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