4 de marzo de 2014

Madre María Evangelista Quintero Malfaz

           


Reflexiones del P. Juan Carlos Plaza después de leer el testimonio de Madre María Evangelista en los días de Jueves Santo y Viernes Santo (s. 
XVII).

En la homilía del Martes de la VIII semana del Tiempo Ordinario en el Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz en Casarrubios del Monte (Toledo).


           Está muy claro que la Madre María Evangelista era mística, en una época en la que la espiritualidad de los sentidos se vivía muy a flor de piel, vive en la época justo después de los grandes místicos españoles como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, el tiempo de San Ignacio de Loyola.
            Los místicos no viven levitando, a un palmo del suelo, sino que precisamente por su facilidad para la relación con Dios tienen los pies bien puestos sobre el firme. Pero ciertamente una mano apunta al cielo y la otra hacia los hombres. Son mediadores entre Dios y su pueblo.
            Así se manifiesta nuestra Madre en sus apuntes espirituales en torno a los días del triduo santo. No es fácil poder interpretar el gozo de una mujer que se siente totalmente desborda por la presencia del Señor en su vida, llena de gozo ofrece su vida, como Santa María, para ser como corredentora.
            En el día de Jueves Santo ella vive un fuerte deseo de estar con el Señor. Y el Señor se le manifiesta a través de un signo, como es su propia sangre. Jesús hace a la Madre Evangelista partícipe de su pasión. La pasión que siente Jesús por el Padre es lo que le lleva a la Pasión, pues de esa misma experiencia vive nuestra monja. Ella está disfrutando mucho de esa experiencia, lo cual no quiere decir que ello no le cause dolor, porque ella está viviendo la Pasión en propia persona. Está enamorada de su Señor. Y en el fondo el Señor le estaba pidiendo que diera testimonio de su Pasión, de su Amor.
            El mensaje del Señor para ella es que no hay cruz sin redención. ¿Cómo dudar de esta vinculación tan directa de Dios a una mujer casi sin formación, que no podía teorizar ni crear algo así? Esta experiencia tiene que venir directamente de Dios. Habrá de tener mucho cuidado porque vive en una época en la que se persigue al iluminado, hay desconfianza hacia los falsos profetas.
Pero nosotros, después del tiempo y lo que vamos conociendo de ella, podemos afirmar que la Madre María Evangelista estaba desarrollando toda una teología de la cruz, que se convertirá en una teología de la esperanza, puesto que la cruz conlleva la esperanza. Y esa teología era de inspiración divina, como el mismo Señor le decía.
El mensaje del Señor tiene una clara referencia trinitaria, puesto que la cruz está unida a la divinidad y quien vive esto así, se siente recibido en el seno de esta misma unidad. Quien encaja la cruz en su vida se habrá de sentir redimido, puesto porque por la cruz nos viene la redención y quien no la encaja el mismo se autoexcluye de esa redención. Este es el misterio que ella misma encierra. La Madre recibe –a este respecto- una bonita alusión al cuerpo de Cristo, no olvidemos que está viviendo el Jueves Santo, y está reconociendo el cuerpo de Cristo como sacramento y como la misma Iglesia, puesto que se hace alusión a una partícula, a un miembro. Fíjense que esta concepción es más propia del Concilio Vaticano II.
En el Evangelio del domingo VIII del tiempo ordinario, continuación del Sermón del Monte, se nos decía –es verdad, que optáramos por Dios o por el dinero- pero al final se decía que lo que merecía la pena era buscar el Reino de Dios y su justicia. La misma idea que recoge la Madre al advertir la necesidad de fe y obras, vida y fe, ora et labora.
En coloquio con el Señor, que es así su oración, Él le hace ver que para vivir en comunión con Él es necesaria la sensibilidad (la intimidad con Cristo) para captar todo esto y aprovecharse de todo esto. Quien lo vive así, disfruta hasta de los mismos efectos que trae consigo la cruz. Por eso de ella surge una bonita palabra de disponibilidad: “guíame”.
¿No la estará el Señor dando seguridad en la empresa que ha comenzado al fundar el monasterio de la Santa Cruz? Por eso esa frase: “…premiaré a quien te ayudaré en él…”. Y en esas palabras están ustedes como continuadoras de esta obra, igual que estuvieron las contemporáneas de la Madre hoy están ustedes. No como quien sigue a la Madre, sino como seguidoras de Jesucristo con el testimonio vivo y fidedigno de esta cigaleña inquieta por hacer la voluntad del Padre.
El día de Jueves Santo se sentía desbordada por la presencia de Dios en todo; se sentía al mismo tiempo “ahogada y tierna”. En ella siempre está muy presente la necesidad de purificarse, por eso el Señor le describe la relación entre el lavatorio de pies y la actitud del apóstol Pedro. En la purificación está el perdón como en el baño está el bautismo, que nos otorga el perdón y nos hace hijos de Dios. En el fondo, por el perdón de Dios, por su misericordia, nos sentimos restituidos, dignificados.
Pero todo esto no era nuevo para ella. Jesús se le manifiesta de forma muy clara en la Eucaristía, como alimento de salvación, como el “agua de la vida”, con el que podemos ver la alusión a la samaritana, esta es la purificación por la que está pasando su alma, es su cuaresma.
Ciertamente no todos tienen la sensibilidad para descubrir al Señor, pero ella puede ser la mediación, como lo podemos ser cada uno de nosotros. Ella intercede ante el Señor por una persona que conoce y que siente que necesita del Señor. Dice que aunque estaba dentro de la Iglesia, no se dejaba lavar; y precisamente el milagro o signo que pide al Señor se obra a través de la fe; precisamente lo que le sobraba a ella. La Madre tiene palabras muy claras a este respecto, como por ejemplo: “jubileo de su amor”. Por eso, igual que a Pedro, el Señor le pregunta: “María, ¿me amas? Da cuenta de su conocimiento del crucificado, profundiza como nadie en el Misterio de la Cruz.
Y el día de Viernes Santo, María está -dice ella- en “oración tierna”, llena de confianza. Me resulta fácil de relacionar con el libro del cantar de los cantares, la relación del amado con su amada. Sentía paz, porque el Señor estaba con ella. Y, otro detalle por el que el Señor estaba con ella, es que rezaba por el prójimo.

En el fondo está gustando la alianza, la esponsabilidad; el amor y la correspondencia a su amor. Esto no es nuevo.
A María, como a Jesús mismo, le duele la negativa a su amor por parte de los hombres; sin embargo al Señor no le corta nuestra relación con Él o de Él con nosotros porque no haya correspondencia a su amor. Aunque en María, como en otras Marías, encuentra su compañía, puesto que también necesita humanamente compartir su dolor: “para esto te escogí”.
El Ecce Homo se mostró a María tal cual y muchos hombres aún no han sido capaces de ver su propia indiferencia o maldad. En el fondo Jesús busca la identificación con Él. Hay algo que le duele profundamente al Señor, más que los azotes, y es la dureza de nuestro corazón puesto “aun viendo no creen”. No obstante la compañía de los que le aman y en Él confían, como es el caso de la Madre, le consuela.

No todos podrán llegar al conocimiento de esta verdad, ni tan siquiera sabios y entendidos. María siente el gusto, el placer, por estar con el Señor, siente como su amor por Él crece. Y en ella no cabe otra actitud que la de la humildad al reconocerse pecadora y pedir perdón. En el fondo todos somos una astilla de la cruz de Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario