Reflexiones del P. Juan Carlos Plaza después de leer el testimonio de Madre María Evangelista en los días de Jueves Santo y Viernes Santo (s. XVII).
En la homilía del Martes de la VIII semana del Tiempo Ordinario en el Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz en Casarrubios del Monte (Toledo).
Así se manifiesta nuestra Madre en
sus apuntes espirituales en torno a los días del triduo santo. No es fácil
poder interpretar el gozo de una mujer que se siente totalmente desborda por la
presencia del Señor en su vida, llena de gozo ofrece su vida, como Santa María,
para ser como corredentora.
En el día de Jueves Santo ella vive
un fuerte deseo de estar con el Señor. Y el Señor se le manifiesta a través de
un signo, como es su propia sangre. Jesús hace a la Madre Evangelista partícipe
de su pasión. La pasión que siente Jesús por el Padre es lo que le lleva a la
Pasión, pues de esa misma experiencia vive nuestra monja. Ella está disfrutando
mucho de esa experiencia, lo cual no quiere decir que ello no le cause dolor,
porque ella está viviendo la Pasión en propia persona. Está enamorada de su
Señor. Y en el fondo el Señor le estaba pidiendo que diera testimonio de su
Pasión, de su Amor.
El mensaje del Señor para ella es que
no hay cruz sin redención. ¿Cómo dudar de esta vinculación tan directa de Dios
a una mujer casi sin formación, que no podía teorizar ni crear algo así? Esta
experiencia tiene que venir directamente de Dios. Habrá de tener mucho cuidado
porque vive en una época en la que se persigue al iluminado, hay desconfianza
hacia los falsos profetas.
Pero
nosotros, después del tiempo y lo que vamos conociendo de ella, podemos afirmar
que la Madre María Evangelista estaba desarrollando toda una teología de la
cruz, que se convertirá en una teología de la esperanza, puesto que la cruz
conlleva la esperanza. Y esa teología era de inspiración divina, como el mismo
Señor le decía.
El
mensaje del Señor tiene una clara referencia trinitaria, puesto que la cruz
está unida a la divinidad y quien vive esto así, se siente recibido en el seno
de esta misma unidad. Quien encaja la cruz en su vida se habrá de sentir
redimido, puesto porque por la cruz nos viene la redención y quien no la encaja
el mismo se autoexcluye de esa redención. Este es el misterio que ella misma
encierra. La Madre recibe –a este respecto- una bonita alusión al cuerpo de
Cristo, no olvidemos que está viviendo el Jueves Santo, y está reconociendo el
cuerpo de Cristo como sacramento y como la misma Iglesia, puesto que se hace
alusión a una partícula, a un miembro. Fíjense que esta concepción es más
propia del Concilio Vaticano II.
En
coloquio con el Señor, que es así su oración, Él le hace ver que para vivir en
comunión con Él es necesaria la sensibilidad (la intimidad con Cristo) para
captar todo esto y aprovecharse de todo esto. Quien lo vive así, disfruta hasta
de los mismos efectos que trae consigo la cruz. Por eso de ella surge una
bonita palabra de disponibilidad: “guíame”.
El
día de Jueves Santo se sentía desbordada por la presencia de Dios en todo; se
sentía al mismo tiempo “ahogada y tierna”. En ella siempre está muy presente la
necesidad de purificarse, por eso el Señor le describe la relación entre el lavatorio
de pies y la actitud del apóstol Pedro. En la purificación está el perdón como
en el baño está el bautismo, que nos otorga el perdón y nos hace hijos de Dios.
En el fondo, por el perdón de Dios, por su misericordia, nos sentimos
restituidos, dignificados.
Ciertamente
no todos tienen la sensibilidad para descubrir al Señor, pero ella puede ser la
mediación, como lo podemos ser cada uno de nosotros. Ella intercede ante el
Señor por una persona que conoce y que siente que necesita del Señor. Dice que
aunque estaba dentro de la Iglesia, no se dejaba lavar; y precisamente el
milagro o signo que pide al Señor se obra a través de la fe; precisamente lo
que le sobraba a ella. La Madre tiene palabras muy claras a este respecto, como
por ejemplo: “jubileo de su amor”. Por eso, igual que a Pedro, el Señor le
pregunta: “María, ¿me amas? Da cuenta de su conocimiento del crucificado,
profundiza como nadie en el Misterio de la Cruz.
En
el fondo está gustando la alianza, la esponsabilidad; el amor y la
correspondencia a su amor. Esto no es nuevo.
A
María, como a Jesús mismo, le duele la negativa a su amor por parte de los
hombres; sin embargo al Señor no le corta nuestra relación con Él o de Él con
nosotros porque no haya correspondencia a su amor. Aunque en María, como en
otras Marías, encuentra su compañía, puesto que también necesita humanamente
compartir su dolor: “para esto te escogí”.
No
todos podrán llegar al conocimiento de esta verdad, ni tan siquiera sabios y
entendidos. María siente el gusto, el placer, por estar con el Señor, siente
como su amor por Él crece. Y en ella no cabe otra actitud que la de la humildad
al reconocerse pecadora y pedir perdón. En el fondo todos somos una astilla de
la cruz de Cristo.
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