UN E-MAIL QUE DIRIJIÓ ESTE SACERDOTE DE MÉXICO AL P. JUAN CARLOS EL 12 DE MARZO DE 2014. TRAS EL INTERÉS DEL P. JUAN CARLOS POR ESTAR EN CONTACTO CON LA POSTULACIÓN DE LA CAUSA DE FRAY ANTONIO ALCALDE, OP.
Párroco de Cigales
PRESENTE
Muy estimado don Juan Carlos:
Por un conducto más providencial que insólito, me vengo a enterar de su correo electrónico y su interés por vincularse con el suscrito, y nada me parece mejor, pues salvando las distancias, nos une la persona entrañable de fray Antonio Alcalde.
Ante todo le cuento que hace unos meses, cuatro a lo más, acertó a visitar la ciudad de Guadalajara Don Ricardo Blázquez Pérez, y en mi calidad de cronista de la arquidiócesis, se me pidió le acompañara a un recorrido relámpago por al catedral de Guadalajara, hermana de la de Valladolid, pues fueron construidas de forma casi contemporánea. Don Ricardo se llevó consigo una obra en tres volúmenes acerca de ese tema, cuyo primer capítulo es de mi autoría. Fue muy breve el tiempo del que dispuso, pero no perdí la ocasión para mencionarle en grande interés que hay en Guadalajara acerca del siervo de Dios, cuya causa de canonización ha venido durmiendo el sueño de los justos por circunstancias del todo ajenas al anhelo de los tapatíos, pero cuyo actor actual -el párroco de El Santuario de Guadalupe, donde se veneran sus restos-, Don J. Guadalupe Dueñas Gómez, tiene un interés especial en acometer la tarea, y me ha invitado como postulador de la misma. Como tengo alguna experiencia en tales menesteres, le he recomendado a D. Guadalupe que nos vayamos paso a paso, involucrando a un grupo de personas cada día más nutrido a alentar este proyecto. Hace unos días dí una charla mal pergeñada acerca de Cigales y el contexto histórico del siervo de Dios, los años de la guerra de sucesión, y en dos más días lo haré en el Seminario Menor, que tiene la friolera de 500 muchachos, y cuya sección preparatoria le está dedicada. Espero en Dios entusiasmarlos. Por lo pronto le envío este correo para expresarle el grande interés de que nos vinculemos y mantengamos un contacto permanente. Yo llevo cuatro años haciendo el camino de Santiago en bicicleta, de modo que le amenazo visitarle alguna vez.
Finalmente, quisiera rogarle de la manera más atenta, si ello fuera posible, que se le hiciera una entrevista a Don Mariano San José Díez. Mons. Blázquez me ha dicho que vive en Valladolid, en una casa de descanso para sacerdotes. Una pequeña entrevista para subirla a la red de alguien que tanto se interesó por el siervo de Dios nos sería de utilidad suma para seguir acrecentando su memoria. Me pregunto si Mons. José Delicado Baeza tuviera tambíen algo que contar, como experiencia propia, acerca de fray Antonio, porque igualmente sería de grande importancia. En ese mismo tenor, lo que saben y conservan como tradición oral los miembros de la familia Alcalde que aun viven en Cigales. Yo conocí a un sobrino que estuvo por aquí creo que en el año 2001, cuando el tricentenario de su nacimiento. En fin, que tenemos muchas cosas que compartir. Usted me dirá, para el sitio web de su parroquia qué le puede ser útil.
Le envío una foto que nos tomaron a Don Ricardo y a mí a las puertas de la capellanía a mi cargo, Santa Teresa de Ávila, en la visita a la que hice referencia. Quedé de mantenerlo informado de la causa, cosa que no he hecho. También, un retrato contemporáneo del artista cubano Yoel Díaz Gálvez, avecindado en Guadalajara, que ganó en noviembre pasado el 2do. lugar de la bienal de pintura de Florencia, certamen internacional muy reñido. Yoel está preparando un gran retrato de cuerpo entero, y recupera, a mi gusto, el perfil señero de fray Antonio a una edad distinta a la del varón de edad provecta al que estamos acostumbrados. Finalmente, el discurso que eché el pasado 7 de agosto, en el marco del homenaje luctuoso que el Gobierno Civil organiza de año en año, muy concurrido, al que acuden representantes de todos los poderes. Espero su respuesta.
Fraternalmente
P. Tomás de Híjar Ornelas
Fray Antonio Alcalde, benefactor de Guadalajara:
las causas y los efectos de su legado
P. Tomás
de Híjar Ornelas
Cronista
de la Arquidiócesis de Guadalajara
Nos
congrega esta mañana el bien merecido reconocimiento que la sociedad, la
Iglesia y los universitarios tributan al máximo benefactor que ha tenido la
ciudad de Guadalajara en su larga historia de casi medio milenio: el Genio de
la Caridad fray Antonio Alcalde y Barriga.
Quiero aprovechar este marco para que al término del mismo los aquí
presentes nos llevemos como compromiso algo del espíritu de este hombre. Sin
embargo, ¿Puede, a más de dos siglos de haber salido de este mundo, enseñarnos
algo útil para mejorar nuestras vidas? Hoy, que padecemos la invasión de gente
voraz y criminal, que sólo vive para aprovecharse de los demás ¿el ejemplo de
un varón que arribó a estas tierras a una edad en la que otros sólo piensan en
cuidar su salud o evitar dificultades podría mostrarles cuán errados andan? Por
otro lado, los beneficiarios y el personal administrativo de las dos
instituciones que arropó e hizo nacer fray Antonio Alcalde, la Universidad y el
hospital que hoy lleva su nombre, ¿conocen y se inspiran en su testimonio de
vida? Y bien ¿Cuáles fueron las herramientas de las que se sirvió este hombre
para hacer tantos beneficios? ¿En qué consistió su secreto? ¿Nos lo puede
compartir?
Estas preguntas imponen otras: ¿Quién fue fray Antonio Alcalde y porqué
se reunieron en él factores tantos como para hacer posible un proyecto gracias
al cual una ciudad y una comarca adelantaran en dos décadas años lo que no
habían hecho en dos siglos?
Fray Antonio Alcalde y Barriga, XXII obispo efectivo de Guadalajara fue
un fraile dominico, que ya sexagenario y estando al frente de uno de los cuatro
conventos de su Orden en las inmediaciones de Madrid, al que una circunstancia
providencial y de todos nosotros conocida, lo sacó del anonimato para hacerlo
obispo de Yucatán, en el Nuevo Mundo y diez años después, mitrado de
Guadalajara, sin embargo, nada de eso bastaría para recordarle de no haber
privado en él un hondo sentido de la realidad y un deseo de ir más allá de las
responsabilidades que como funcionario eclesiástico le correspondían: quiso ser
un pastor encarnado en sus ovejas a las que amó al extremo de no vivir sino
para los demás. Si quisiéramos definirlo en dos palabras, podríamos aplicarle
con toda justicia el título de una novela unamuniana: “Nada menos que todo un
hombre”. Orillados a sintetizar su obra, digamos, pues, que fue un varón que de
los 70 a los 90 años, entre 1771 y 1792, el tiempo de su gestión episcopal al
frente del inmenso obispado de Guadalajara:
·
Realizó la hazaña de
visitar todas las parroquias de su inmenso obispado, que se extendía hasta
Texas y Nuevo México, para conocer la realidad de sus habitantes.
·
Como consecuencia de
esas visitas, pidió y obtuvo que la superficie de 1’250,000 kilómetros
cuadrados de su territorio episcopal se dividiera en tres partes, para lo cual
se crearon los obispados de Linares (1777) y Sonora (1779).
·
Saneó los ingresos de
los diezmatorios y administró escrupulosamente hasta el último peso de su
remuneración personal o ‘cuarta episcopal’, que ascendía a 125 pesos anuales.
Con el ahorro que pudo hacer de sus ingresos, sin pedirle un solo centavo a
nadie, ni al rey, ni a su diócesis ni a los particulares, realizó las
siguientes obras:
·
destrabó el hacinamiento
urbano de la ciudad propiciando su desarrollo armónico al viento norte, creando
para ello un barrio y la primera infraestructura de viviendas populares que
hubo en el continente americano.
·
Alentó el
establecimiento de la primera zona industrial de Guadalajara, el barrio de El
Retiro, donde a instancias suyas se establecieron obrajes y tenerías a gran
escala, que dieron trabajo a decenas de obreros.
·
Quebrantó el monopolio
de la única parroquia de Guadalajara, El Sagrario, creando otras dos: al sur,
la de Mexicaltzingo; al norte, la del Santuario, destinando los fondos
necesarios para iniciar la obras materiales de la primera y construyendo
totalmente la segundo, así como donar los recursos con los que se edificaría el
templo del Sagrario algunos años después de su muerte.
·
Atendió con solicitud la
instrucción elemental de los infantes, de las niñas, de los adolescentes y de
los jóvenes, creando para ello escuelas de primeras letras y el mejor internado
para muchachas de su época, optimizando las cátedras del Seminario Conciliar,
en ese momento el único plantel que impartía instrucción media superior, y
gestionando lo necesario para que se creara la Universidad de Guadalajara.
·
Edificó y dejó fondos
para sostener el nosocomio más grande de América en su tiempo, con capacidad
para recibir hasta mil enfermos en una ciudad cuya población ascendía a poco más
de veinte mil.
Con tales antecedentes, no nos extraña que sus obras perpetúen su
recuerdo en la memoria de muchos tapatíos. Sin embargo, estos datos, muchas
veces enunciados no se han analizado a profundidad: falta conocer al detalle
sus pasos, expurgar y analizar lo que resguardan nuestros archivos.
No pudiendo hacer nada más en esta tribuna, me limito a espigar de su
vida cinco aspectos característicos del fraile de la Calavera, gracias a los
cuáles pudo alcanzar todas sus metas: realismo profundo, humanitarismo certero,
visión a futuro, sentido de trascendencia y humildad abnegada.
1.
Realismo profundo
No emprendió fray Antonio Alcalde ningún proyecto que no pudiera asumir
personalmente. Sus ingresos como obispo eran elevadísimos para la época que le
tocó vivir, 125 mil pesos anuales, los cuáles cobró y administró de forma
detallada. Gracias a la virtud del ahorro y a eliminar totalmente toda forma
suntuaria en su vida y ajuar, suprimió totalmente la parafernalia principesca y
los banquetes y comelitones. Vivió sobria y pobremente, usando como ropa de uso
su áspero hábito de fraile mendicante, alimentándose con verduras lo más de los
días del año, y deshaciéndose cuanto antes de todos los donativos que por
diversos conceptos le fueron entregados sin tocar su capital, al grado de ganarse
la fama de avaro entre sus colaboradores más cercanos que nunca sospecharon sus
planes.
Luego de conocer su obispado, llegó a la conclusión que saneando la
capital podría esta convertirse en el centro de irradiación cultural,
económico, político y administrativo más importante después de la ciudad de
México. ¿Exageramos si decimos que fray Antonio previó la relevancia que a la
vuelta de un siglo tendría Guadalajara? No. Él la propició.
2.
Humanitarismo certero
Tal y como conducía su vida, encausó sus planes, atendiendo de forma
gradual e integral un proyecto que no dejó un cabo suelto para tocar fondo.
Lo primero que se propuso, con los medios a su alcance, fue extender la
ciudad de sur a norte, elevando al rango de parroquia, en 1783, los templos de
San Juan Bautista de Mexicaltzingo y del Santuario de Guadalupe, y destinando
fondos para edificar una sede parroquial decorosa para la primitiva parroquia,
la del Sagrario.
Aparejado a este plan, fue la construcción de 150 alcaicierías en 16
manzanas con 160 viviendas aptas para que en ellas vivieran otras tantas
familias, unas mil personas, en una ciudad con 15 mil habitantes, destinando el
fruto del arriendo de cada vivienda al sostenimiento de los enfermos del
hospital, que confió a los religiosos hospitalarios de la orden de los
betlemitas.
Ante la hambruna que afectó a la comarca entre 1785 y 86, a
consecuencia de una terrible sequía y la subsecuente epidemia que diezmó a la
población depauperada, creó y sostuvo comedores populares en puntos
estratégicos de la ciudad y planeó y ejecutó la construcción del Hospital Real
de San Miguel de Belén.
3.
Visión a futuro
El obispo le apostó a la educación superior como el medio mejor para
optimizar el desarrollo de la capital de la Nueva Galicia o intendencia de
Guadalajara, por esa razón, considerando el maltrecho panorama que dejó la
expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús, responsables de la
educación media superior de los jóvenes, optimizó las cátedras de humanidades
del Seminario Conciliar y gestionó ante el rey la creación de la Universidad de
Guadalajara, dotándola de rentas para el sostenimiento del claustro académico,
sirviéndose de las instalaciones del antiguo colegio de los jesuitas.
4.
Sentido de trascendencia
La
obra de Alcalde resuma lo que llevaba dentro: un espíritu fino y crítico, de
acendrada hondura, conocimiento de las personas y capacidad intelectual, sin
mengua del sentido práctico y acertada administración, que como hijo de
campesinos nunca perdió. Sin descuidar un momento lo propio de su función
episcopal, supo granjearse las voluntades de los actores principales de su
tiempo: el rey, la corte, la real audiencia, el ayuntamiento, los comerciantes
y los latifundistas, para estimularlos a la consecución de las más elevadas
metas sin buscar ventaja alguna, repudiando los fastos humanos y los
reconocimientos públicos.
A todo ello contribuyó su opción por
la pobreza, al grado que podemos considerarlo que en todo momento vivió como
uno más entre los pobres de su tiempo, por opción y por coherencia con sus
votos religiosos y su compromiso evangélico. Aparejado a ello, evitó el
nepotismo y las fricciones con sus colaboradores, sin descuidar su sentido de
autoridad y aplicar los correctivos de forma oportuna y enérgica según los
principios de la caridad fraterna.
Nunca dejó de estudiar. Lo más
valioso de sus pertenencias fueron sus libros, y a ellos y a la oración
contemplativa dedicaba las horas de la noche.
5.
Abnegada humildad
Siendo pobre, nunca consideró engorroso atender personalmente a los
pobres que acudían a las puertas de la Casa de Gobierno y vivienda del prelado,
su palacio episcopal, dándoles a cada uno un real y medio de limosna, que era
entonces el equivalente a un salario mínimo para aliviar un poco sus carencias
y escuchando sus cuitas. Siguió puntualmente hasta el final de sus días, la
estricta observancia de la regla de los frailes dominicos: ayunos, templanza en
la dieta, mortificación y disciplina ascéticas. Fue un varón piadoso y tuvo una
especial devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, a la que edificó un santuario y
pidió recibir en él sepultura, siendo hasta el día de hoy el único obispo de
Guadalajara en no haber sido sepultado en su catedral, sino en el templo de un
barrio modesto. Como un regalo especial del cielo, dejó este mundo en la
víspera del día de santo Domingo, de modo que sus funerales comenzaron
justamente en la memoria litúrgica del fundador de su familia religiosa.
Con todo lo dicho, ya saben ahora cual fue el secreto de Alcalde: ser
un rico que pudiendo llevar una vida de sultán, imitando a Jesucristo se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza: rico en conocimientos teóricos y
sentido práctico de la vida, rico en talentos y con dotes de administración
fuera de serie, rico en bienes materiales de los que sólo tomó para sí lo
indispensable.
Pero hay más: supo esquivar la tentación de creerse indispensable y
fomentó a más no poder el liderazgo y la educación de alto nivel; evitó el
paternalismo sin dejar de ser un auténtico padre: dio el pez y enseñó a pescar.
¡Cuántos fray Antonio Alcalde necesitamos entre la clase dirigente:
gobernantes que sirvan con eficiencia sin hacer carrera política, legisladores
que no se empantanen en temas áridos y dicten leyes oportunas a favor de la
comunidad, líderes sociales, civiles y religiosos, representantes gremiales que
no usen lo que sólo recibieron para administrarlo con sabiduría, que excluyan
el culto a la personalidad y tengan los pies puestos en la tierra, esto es, que
no teman bajarse a la banqueta y llenarse de polvo las suelas de su calzado.
Gracias.
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