En la tarde de este domingo nos congregamos como comunidad cristiana para celebrar al Señor, “su gracia vale más que la vida”. Y porque Él nos lo da todo gratuitamente, nosotros le correspondemos con este ratito semanal, en el que con el corazón en vilo nos disponemos a tener los sentidos muy abiertos para escuchar la voz de su súplica. Nos recogemos interiormente para que el Señor nos posea, alzamos nuestros brazos hacia nuestra madre María que nos entrega a su Hijo Jesús, su mayor tesoro, su mejor herencia.
Es domingo y los cristianos sentimos una llamada en nuestro interior para juntarnos, para celebrar a nuestro Señor muerto y resucitado. Nos reunimos como pueblo que peregrina en esta localidad de Cigales, una pequeña parte de la gran comunidad cristiana que peregrina por los cuatro puntos cardinales de nuestro planeta. Y que hoy peregrina más si cabe, porque se ha acercado caminando a esta hermosa ermita para venerar a la Madre, a la toda gracia, a aquella que en primera persona ha sentido que el Señor “vale más que la propia vida”; Jesús es su propia vida.
Es el Señor, por medio de su Iglesia, El que nos convoca cada domingo para celebrar el primer y octavo día de la Semana. Nosotros acudimos alegres, como hermanos agradecidos, al encuentro del Señor. Por ello no escatimemos el tiempo que podamos estar en su presencia. Vivamos con orgullo el domingo como testimonio de nuestra fe sincera, apasionada. Reunirnos como hermanos en torno a este altar nos honra, puesto que si nos sentimos hermanos es porque procedemos de un mismo Padre, creador nuestro. Reunirnos nos recuerda que somos parte de un todo, miembros de un cuerpo que es la Iglesia, en el que Cristo es la cabeza y “su gracia vale más que la vida”.
En esta tarde de domingo y en esta ermita, también, buscamos la paz del alma; serenarnos por dentro, entrar en comunión con el Señor de mi vida. Buscamos el susurro de Dios que se escucha en medio del silencio y de la oración, de la liturgia como expresión celebrativa de la fe. Especialmente en su Palabra, escuchada con atención, con ánimo sincero de sintonizar con lo que de ella se desprende. No es simple palabra hermanos. No es palabra muerta. Es Dios mismo quien nos habla, nos habla por medio de creyentes, hombres y mujeres, que como nosotros, recibieron la fe de sus padres, que sintieron la vocación por llevar el mensaje de salvación a todos los hombres para que estos se dieran cuenta que el Señor “vale más que la vida”, que como Santa Teresa, también, decía “solo Dios basta”.
La Palabra de Dios ilumina la vida de los creyentes y esta que hemos escuchado en esta tarde nos anima a aferrarnos a la cruz, porque de la cruz del Señor procede la vida, procede toda esperanza, en ella se encuentra clavado la salvación del mundo.
¿Acaso no sabemos claramente lo que nos quita la vida? Ciertamente, no comer, no beber, la violencia, la enfermedad, etc.,… nos quita la vida pero la Vida, con mayúsculas, aún a falta de vida biológica, nos la da el Señor desde la cruz. No solo por su ejemplo, no solo por su testimonio, sino porque es Dios y su gracia “vale más que la vida”.
Queridos hermanos, acabamos de escuchar la recomendación del Señor: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”. Más claro imposible. Dejémonos de superficialidad, incluso se puede ser superficial religiosamente hablando, e injertémonos en esa cruz en la que está la vida. Allí, al pie está María, madre de Dios, también está Juan, el discípulo amado. Vayamos nosotros también, llevemos a otros con nuestro ejemplo, con nuestro amor, con nuestro servicio, con nuestra vida. Que así sea.
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