Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Por su extraordinaria inteligencia sus padres lo enviaron a estudiar a Cartago. Allí estudió retórica y filosofía y vivió una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y de libres costumbres. A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato. En su búsqueda de la verdad se unió a la secta Maniquea.
En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por san Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.
Santa Mónica, su madre, trataba de convertirlo a través de su constante oración y sacrificios. Lo siguió hasta Milán porque quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.
Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse. Al final se convirtió en el año 387, a los 33 años. Se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo Adeodato, que tenía 15 años. Adeodato murió poco tiempo después.
Agustín se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana y regresó a África, En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por san Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida. Fundó también una rama femenina.
Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “La Ciudad de Dios”.
Murió enfermo en el año 430.
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