Cada
domingo en las lecturas que escuchamos en la Eucaristía, en el fondo se nos
proponen algunos valores que los cristianos sería muy bueno que abrazáramos de
cara al seguimiento de Cristo. Son valores que Jesús, nuestro Maestro, nos
enseña desde la práctica. En Él percibimos al Hombre que hace lo que
dice. Jesús nos enseña con palabras sencillas, con parábolas, con ejemplos
simples, etc. la propuesta del Reino de Dios.
Esta
cualidad de ser Maestro es inherente a Jesús de Nazaret, Dios mismo en Él, nos
inicia y después nos conduce por el camino de la salvación, es más, Él es la
salvación, no busca la suya propia, sino que, al revés, dando la suya,
entregándola, nos salva. Este Dios nuestro no busca su propio interés, sino que
busca nuestra felicidad.
Me
gustaría reparar en esta virtud de ser maestro. Ciertamente muchos son maestros
porque han llegado al final de una carrera y, gracias a su recorrido académico
se les concede el grado de maestros, pero el maestro no es un papel, ni una
profesión, sino el ejercicio de una vocación que se convierte en pasión. Una de
las virtudes que me llamó la atención siempre en la Hermana Ángela fue esta, la
de maestra, maestra de novicias, en un tiempo en el que había muchas chicas que,
escuchando la llamada del Señor, entraban en la vida religiosa. Primer paso: el
noviciado. La maestra de novicias es aquella persona que te inicia, a través de
la exposición de las constituciones de la congregación, te enseña a orar, unas
veces anima y otras corrige con caridad, te va conduciendo en los primeros
pasos hacia la entrega y desposorio con Dios y su Iglesia, ofreciéndose para
siempre en castidad, pobreza y obediencia. A la Herman
a Ángela le ha correspondido esta función. Les digo que para esta responsabilidad no se piensa en cualquier persona, sino en una persona íntegra, enamorada del Señor y de su Iglesia, conocedora de la congregación sintiendo un amor muy grande por el carisma de la Compañía de Santa Teresa, teresianas, habrá de ser una persona con mucha sensibilidad espiritual, pero al mismo tiempo reconociendo que el Amor a Dios se concreta en el amor a los hombres.
Hemos
escuchado en la primera lectura, de la profecía de Zacarías, hemos escuchado
una virtud muy buena para todos nosotros: la sencillez. Les recordará a la
entrada que Jesús hace en Jerusalén y que recordamos en el Domingo de Ramos. La
entrada de un rey a lomos de un asno. Esta vez se nos propone la virtud de la
sencillez. La Hermana Ángela entró en Cigales en el coche de línea. Cada
martes, cada jueves, venía junto a la gente. Antes de que el Papa hablara de
que los sacerdotes deberíamos oler a oveja, ella ya olía. La gente nos huele
ese olor, se nos nota lo que somos, no hace falta un hábito para dar a conocer
lo que somos, lo que estamos orgullosos de ser. Ángela no venía sola, ella se
acercaba a la gente o se le acercaban. Esos viajes se convertían en diálogos
muy fructíferos, pues ella a Cigales vino para contagiarnos su pasión por Dios
y por los hombres. Esa virtud de la comunicación, cuerpo a cuerpo, le ha
llevado a ser una mujer que ha creado muchos y buenos lazos entre nosotros: en
el contacto con los niños de la catequesis, primeramente, se pudo sentir como
incapaz, pero el tiempo nos dio a todos la razón que ella desde su amabilidad,
entrega generosa, palabra dulce, etc. supo iniciar a los niños y estar en constante
contacto con sus padres, sin complejos y sin pudores. También en la relación
con muchas familias de nuestro pueblo, visitando a personas, enfermos, personas
mayores, etc. Sin olvidar su grupo de los jueves, a las 17,15h, congregaba a un
grupo de personas, de edad, para profundizar en la oración –al estilo de Santa
Teresa- para terminar con la escucha del Evangelio de cada domingo y su posible
concreción en la vida cotidiana, desde el diálogo entre los miembros del grupo.
Con
el Salmo de hoy, “Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey”, le doy
gracias por lo que, a mí, también, personalmente me ha aportado, que a todo lo
que he dicho hasta ahora, tengo que enumerar también, que para mí ha sido
maestra, maestra para la vida, desde la experiencia, por eso para mí ha sido
confidente y directora espiritual. Muchas gracias y perdón por las veces que te
haya podido molestar.
En
el Evangelio se insiste aún más en el valor de la sencillez, y se nos expresa a
través de la oración del mismo Jesús: “Te doy gracias Padre porque estas cosas
se las has escondido a los listos y se las has mostrado a los sencillos”. La
Hermana Ángela con muy buen bagaje de entendimiento, con muy buena formación,
pudo presentarse ante nosotros desde la superioridad, sin embargo ella siempre
nos inspiró – más bien- la sencillez de una vida entregada, sin aspavientos,
sin la búsqueda de méritos y reconocimientos, sin más. En la sociedad, a veces
nos encontramos con lo contrario, también, personas que sin fundamentos,
intentan construir castillos de naipes.
Nosotros,
también, elevamos nuestra acción de gracias al Padre, por ti, Ángela, porque sabemos
que Dios –como mismamente María reconoce en su Magnificat- nos ha concedido
grandes cosas a través de ti. Gracias por todo lo que nos has aportado, a
través de tu persona. Gracias por tu amor a Dios, al estilo de Teresa y Enrique
de Ossó. Gracias, estaremos en contacto, aquí tienes tu casa.
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