Las lecturas
de este domingo hablan de Amor y des-Amor por los cuatro costados. El libro del
Eclesiástico lo explica muy bien al enumerar los efectos del des-Amor, del
pecado: rencor, ira, venganza, odio, etc. Este texto aboga por el Amor, como lo
hace la Sagrada Escritura en su totalidad. Frente al mal está el poder de Dios que
es Amor, que queda expresado aquí en cumplir los mandamientos, que para
nosotros están muy bien actualizados en las obras de misericordia.
Me lo decía una amiga el otro día:
“prefiero vivir en paz que tener razón”, precisamente la fuente de muchos de
nuestros males procede del sentirnos poseedores de la verdad y, por tanto, de
la razón. Por el contrario, es preferible estar a bien con los que nos rodean,
que andar a palos, o con miradas de desprecio, o sin hablarnos.
Sin embargo, en esta sociedad en la
que vivimos puede ocurrir que se confunda la bondad con la estupidez. Por eso
también la Escritura nos advierte: “conviene ser astutos como serpientes y
pacíficos como palomas”. No obstante, está claro el sentido de este libro
sapiencial: hagamos el bien, sin mirar a quien. No demos importancia a lo que
no lo tiene y caigamos en la cuenta que el perdón es una raíz del Amor. Quienes
verdaderamente se aman se piden perdón cuando se ofenden, ¿por qué? pues porque
si se aman una parte de ellos está en el otro; esto lo entenderán muy bien los
que están unidos por el vínculo del matrimonio.
El Salmo reza precisamente con un
canto de alabanza al perdón que procede de Dios, pues en el Señor podemos
sentir la perfección del Amor verdadero. La Iglesia ha recibido el deseo de
Dios que vivamos en paz y armonía y por ello el Señor elevó a la categoría de
sacramento esta cualidad que tiene Dios que le hace misericordioso.
Es muy claro San Pablo a los
cristianos de Roma, cuando les identifica claramente que estar muerto es estar
en pecado y estar vivo, es vivir en clave de Dios. Ciertamente, el pecado nos
destruye, nos mina, nos entierra, porque, aunque aparentemos fuerza, en el
fondo nos invade la tristeza y todos sus efectos de muerte. Mejor estar en
Gracia que no andar mendigando compasión.
En el Evangelio el Señor cuenta una
bella historia y concluye con una sentencia fundamental: “hay que perdonar de
corazón al hermano”. No vale, pedir perdón, sin arrepentimiento. A veces se
hace mal a sabiendas, y a continuación se pide perdón a la persona. Incluso nos
confesamos, pero en el fondo no hay lo que tiene que haber: “si alguien tiene
algo contra su hermano cuando va a presentar la ofrenda al altar, primero vaya
a pedir perdón al hermano y luego presente la ofrenda”. La religión es exigente
si queremos vivirla como Dios manda, y nunca mejor dicho, pero realmente, aun
así, es liberadora, porque nos libera del pecado, que oprime el corazón, lo
estruja, lo vuelve triste y duro.
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