NUESTRA
GLORIA, SEÑOR, ES TU CRUZ
Este año Santo Toribio de Liébana celebra un Año Santo.
Allí se venera una pequeña astilla de la cruz de Nuestro Señor. Serán muchos
los peregrinos que a lo largo de todo este año se acercarán especialmente para
hacer un acto de fe en aquel lugar recóndito de las tierras cántabras.
Yo
he sido una de esas personas que me he acercado hasta allí. Un lugar desconocido
para mí. Me encantó visitarlo, probablemente vuelva porque el sitio me pareció
que tenía su encanto, también Potes, el pueblo por el que se pasa hasta llegar
allí.
El
lema del Año Santo: “Nuestra gloria, Señor, es tu cruz”, resume exactamente el
sentido de la Cruz, el sentido que Dios ha querido dar a la cruz.
Quizá
en muchos momentos de la vida, que para nosotros sean de cruz, ni por
casualidad se nos ocurra pensar que nuestra gloria está en ese sufrimiento.
Pero el lema no habla de nosotros, sino que habla del Señor. Y, sí, para Jesús
su gloria está en la cruz. Su vida pública, lo que conocemos de Él, nos expresa
nítidamente que el sentido de su vida se centra en la cruz. Es más, ni tan
siquiera la esquivó, sino que la aceptó, mirando a sus verdugos con ojos de
misericordia y de perdón.
Su
nacimiento y su muerte son muy similares como sabemos. Ambas realidades glosan palabras
de una frase, que bien podría ser una oración, con la que Dios Padre nos
entrega su propia Palabra hecha carne. Dios nos lo dijo todo a través de su
Hijo, vivo, muerto y resucitado. Y, ¿qué es lo que nos dijo? Que su Amor máximo
queda expresado en la Cruz y que ese hecho es simplemente un paso para su
propia gloria, que consiste en que todos los crucificados de la historia, bien
sea porque los crucificamos nosotros con nuestras etiquetas, como a Zaqueo,
bien sea porque se crucifican ellos mismos con su egoísmo o por lo que sea,
serán levantados de su indignidad, como aquel estandarte del que se libraban de
las mordeduras de serpiente y eran salvados.
La
cruz es muy exigente. A ninguno de nosotros se nos está crucificando al modo de
Jesús, pero sí es cierto que en nuestra vida abunda el calvario. He ahí la
posibilidad de asociarlo a la cruz de Cristo porque en ella está nuestra
gloria. Pues, ¿dónde ponemos nosotros generalmente nuestra gloria? Lo expresó
muy bien el tentador al Señor en el desierto: en el tener, en el poder, en el
aparentar, en el ser más, tener la última palabra, en la vanagloria, en la
envidia, en el no pasar por tontos, etc. Bueno pues todo esto, ¿qué? Sí,
seremos como Superman delante de los hombres, pero en lo más hondo de nuestra
conciencia una hormiga tendrá más coco que nosotros, pues ella trabaja y
trabaja para colaborar con el reino que forma con sus hermanas.
Cristo
en cruz es nuestra mayor gloria, que nos ayuda a relativizar tantas cosas que
nos hacen sufrir y que son como cruz para nosotros. Entonces sí, podríamos
decir: “Nuestra gloria, Señor, es tu cruz”. Si tuviéramos la gracia de sentir
esto profundamente todos los sentimientos que nos hacen sufrir y tener rencor,
con sentimientos de venganza, de ira, se desvanecerían y quedarían reducidos a
la nada, porque el Amor de Dios sería más fuerte que nuestro propio amor,
querer e interés.
Pidamos
al Señor que nos conceda esta gracia, pero pidámoslo con el deseo de recibirlo,
no vale pedir a Dios aquello que realmente no queremos. Convirtámonos,
abrazando la cruz, para que ella sea la que nos salve de aquello que sigue
clavando al Señor en el madero, nuestro propio pecado y el pecado del mundo.
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