Santa Marina,
joven gallega martirizada en el siglo II. Su imagen preside hoy este templo
presentándonosla como una joven hermosa que tiene sus manos vacías, el paso del
tiempo ha hecho que perdiera sus atributos la palma y el arpón. La palma signo
de su martirio y el arpón, herramienta, para vencer la tentación, el mal, el
desamor. Estas son dos cualidades que no sólo adornan sino que son la esencia
de nuestra patrona.
Sabemos
de ella que contaba pocos años cuando fue martirizada por negarse a abandonar
sus creencias y su deseo de permanecer virgen. Santa Marina tuvo fe en la
amorosa presencia de Jesucristo y, desde el principio siempre se consideró su
esposa. Jesús le reveló palabras de amor y le hizo entrar en comunión con el
Padre, el cual siempre estuvo junto a ella: ayudándola y acompañándola. Santa Marina
comprendió que su misión era corresponder a esa fe abandonándose en las manos
del Señor. Decía ella: “En ti Dios mío tengo mi confianza; no quedaré
confundida”. Y tiene, también, palabras para aquél que le quiso hacer esclava,
porque no pudo como esposa; le dijo: “… soy esclava de Jesucristo a quien tengo
por Esposo y adoro por mi Dios”.
Expresiones
muy seguras, muy fuertes; ideas muy claras que no podían venir solo de una
adolescente. Procedían de una persona con una experiencia tal de Dios y del
prójimo, que le hacía defender -por encima de la materialidad- su unión con Él
y los de Él. Es la experiencia que tengamos de Dios la que nos animará a amarle
más en Él y los demás. Sin esa experiencia no seremos nada. Para nosotros
creyentes, sólo el Amor procede de Dios porque Dios es Amor. Amor que no anula
nuestros sentimientos personales sino que los aumenta y afianza.
El pasaje
del Evangelio que en el día de hoy escuchamos (Mt 13, 44-46) nos ayuda a comprender como
en Santa Marina, así como otros muchos hombres y mujeres de nuestra historia,
que precisamente no están en peanas; en ella y en ellos hemos podido contemplar
testigos del Señor. Esto no es leyenda, no es ficción, puede ser una utopía
para todos nosotros, un indicador en el camino para llevar el rumbo apropiado.
Marina posee un gran tesoro que vale la pena, una perla sumamente preciosa, capaz
–por ella- de renunciar a todo, aunque sea a la propia vida. Santa Marina
supo encontrar el tesoro escondido y dejar todo lo demás para encontrarse con Él,
con Jesucristo, con el único capaz de dar sentido a su vida, también a la nuestra,
con el único capaz de darnos la felicidad plena.
El
tesoro escondido y la perla valiosa es algo que Jesús sigue ofreciendo a los
hombres y mujeres de todos los tiempos, también a nosotros. Ahora bien,
poseerlos no nos dispensa de la cruz cotidiana ni de las dificultades de la
vida. Santa Marina lo comprendió. Es más, el testimonio de la vida y muerte de
Santa Marina sigue siendo actual en nuestra sociedad, en nuestro mundo. En ella se cumple la Sagrada Escritura: “Dichosos los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). La pureza de la cual Santa Marina dio
siempre testimonio, es condición esencial para ver a Dios, sin ella estamos
perdidos en la oscuridad. Vivimos en un mundo en el que muchas veces parece que
todo vale y en el que “comamos y bebamos que mañana moriremos” (Is 22, 12) está
a la orden del día.
Santa
Marina es modelo de amor. El amor es donación, pero solo puede dar algo quien
es dueño de ello. El egoísta, en este caso el impuro, no puede dar nada a
nadie, sólo usar de los demás sin amarlos. La pureza, la transparencia, no es algo
superado, sino una virtud. “Virtud”, la cual, –para los clásicos griegos- era
igual a sabiduría. Hacen falta en nuestros tiempos, voces que se alcen en una
sociedad en la que parece todo vale cuando estamos en masa, pero que en nuestra
propia individualidad, suscribimos valores y luchamos por ellos; aunque no lo
parezca. De igual manera en la selección española de fútbol pudimos encontrar
otro vivo ejemplo de lucha y esfuerzo, de triunfo, que ha provocado de nuevo la
unión de todos (de la afición) y el amor por lo nuestro.
Pues
bien, pese a esa banalización que a veces parece primar y con la que se suele
fardar, el hombre contemporáneo se siente muy solo y, en medio de su creciente
“soledad”, busca la compañía de quien le ama y le puede amar por sí mismo, por
lo que verdaderamente es y no por lo que tiene, de alguien que le cure y alivie
no solo sus males del cuerpo sino también las angustias y heridas del alma, de
su propio afecto. ¿No será la soledad el mal típico de la sociedad y del hombre
de nuestro tiempo? ¿No será éste el mal que subyace y que está en la raíz de
las crisis y rupturas matrimoniales y familiares, de la inseguridad y
desesperanza de muchos de nuestros jóvenes y, sobre todo, de los más grandes
sufrimientos de nuestros mayores?
A Santa Marina,
confiemos nuestros anhelos y deseos, pongámosla como intercesora entre Dios y
su pueblo. Llenémonos de ese amor que nos ha tenido Él primero de forma
entregada y gratuita y seamos en medio de nuestro mundo, en nuestro trabajo, en
nuestra familia, con nuestros amigos testimonios vivos del amor tan grande que
Dios nos ha tenido. Que Santa Marina nos guíe para encontrar el tesoro
escondido, la perla preciosa que es Jesucristo y nos ayude con el ejemplo de su
vida a dejarlo todo y seguirle sólo a Él; sin por ello tener que dejar a
nuestros seres queridos,...
Y se lo
pedimos al Señor, por medio de Santa María Virgen de Viloria, con quien
comparte Santa Marina patronazgo, que ella sea puerta y puente para
encontrarnos con Dios y los demás. Y en este año santo, no podemos olvidarnos
de Santiago titular de esta iglesia y parroquia, que nos motive el camino del
amor, apoyados en la cruz de Jesús.
Os deseo a
todos unas felices fiestas de Santa Marina. QUE ASÍ SEA
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