Al inicio de mis palabras quisiera citar otras, las del papa Francisco en la carta que escribió a todos los consagrados y consagrados con motivo de la Vida Religiosa. Recuerden el primer objetivo: “Mirar el pasado con gratitud”. Decía él:
Es una
obligación moral dar gracias a Dios por la herencia recibida, no solo a lo
largo de estos últimos 60 años, el tiempo que esta comunidad comenzó. Hay que
remontarse al siglo XII cuando un joven y una joven, Francisco y Clara, de
Asís, inspirados por Dios, dieron a luz la orden franciscana, que todavía hoy
sigue dando hijos e hijas para la Iglesia. Muestra de todo ello, también
ustedes, monjas clarisas, que han hecho su propio éxodo a lo largo de estos
años. Zamora, Gijón y Cigales.
El pasado
habrá estado lleno de vivencias y experiencias, de luces y de sombras. Pero hoy
recordamos especialmente la historia con agradecimiento, mirando a cada una de
las hermanas y dando gracias a Dios personalmente por cada una de ustedes, por
lo que cada una aporta a la comunidad, la enriquece y la hace crecer en
fraternidad y amor.
Han sido
muchas horas de silencio, mirando y adorando al mismo Dios, pero unas junto a
otras, compartiendo un mismo ideal y una misma llamada. Enriquecidas por la
experiencia del Dios único y verdadero, haciendo presente el sufrimiento del
mundo y poniéndolo al lado del sufrimiento de Cristo, que sigue crucificado en
la cruz de la miseria, de la pobreza, del egoísmo, de la cerrazón, del engaño y
el autoengaño, del odio y el rencor. Cuántas veces ustedes, como San Francisco,
habrán deseado desclavar al Cristo de la Cruz, haber recogido su cuerpo para
aliviarlo de esa situación de dolor y vejación.
Querer bajar
a Dios de la cruz sería una actitud que nos honraría si verdaderamente lo
bajáramos de las situaciones de cruz que he mencionado hace un momento y que
siguen crucificando a Jesús hoy.
El amor a Cristo pobre les invita a seguir
a Cristo pobre humilde, nos invita a todos a abrazar la pobreza como madre.
Ojalá nosotros cada día fuéramos más menesterosos del Señor, y nuestra
necesidad de Él fuera cada día mayor. Servirle a Él nos orientaría, nos
centraría: nos alejaría de lo efímero y superficial, y nos llevaría a clavar
nuestros ojos y nuestros deseos en el corazón de Cristo y por el deseo de
servirle. En el corazón de Jesús está el objeto de su Pasión: amar al Padre,
amarnos. Dios Padre envío al Hijo para nuestra redención, la suya y la mía.
Jesucristo no solo redimió hace veinte siglos, lo sigue haciendo hoy también.
La historia de esta comunidad es también
historia de salvación, en ella se encuentra la historia de una comunidad
formada por un grupo numeroso de hermanas, que a lo largo del tiempo ha ido
creciendo y menguando, pero lo que está claro que cada una con una historia de salvación
que coincide con la historia de la propia vocación. La mayoría de todas
ustedes, seguro que de familias sencillas de Castilla y León, Galicia y el País
Vasco, que comparten vida, vida comunitaria. A lo largo de todos estos años
habrán compartido mucha vida. Cuántos recuerdos, cuántas personas, cuántas
anécdotas en los recreos.
Ustedes, acogen a todos los que llegamos a
este monasterio con cordialidad y por ello son muchos los que a lo largo de
todo este tiempo han encontrado un lugar de remanso y paz. Obispos, sacerdotes,
religiosos, muchos laicos, etc. encuentran en este lugar y en su presencia un
testimonio vivo y actual del carisma franciscano. Comparten su identidad con
otras maneras de estar que existen en la Iglesia, especialmente pastoreadas por
sacerdotes diocesanos, de la Compañía de Jesús, del Opus Dei, de la orden
franciscana, etc.; así se enriquecen con la variada Iglesia.
La parroquia de Cigales, mismamente, se
enriquece especialmente con su oración devota por nosotros y por las
intenciones de sus fieles. En muchas ocasiones hemos venido, no se engañen, y
entiéndanme bien, jamás a hacerles compañía o visitarles, como si nos dieran
pena porque viven apartadas del mundo, sino a algo más grande, enriquecernos de
su vida y su palabra, compartir la fe. Ustedes conocen a muchas familias de
Cigales que comparten con ustedes la celebración dominical, pero también a
tantos otros que se encuentran cuando van al centro de salud, etc. Rezan por
ellos y sus familias. Muchas intenciones se las ofrecemos, para que ustedes se
las presenten al Padre porque les consideramos “mediadoras ante la Gracia”. Sí,
muchas veces lo hemos hablado, siento como párroco la distancia física que nos
separa, pero me llena su cercana hospitalidad, que siento más como hijo que
como padre. Por ello: ¡gracias!
Hoy damos gracias a Dios, especialmente,
por esta comunidad, también recordamos a las hermanas que nos han ido dejando.
Todos, unos y otros, nos hemos enriquecido. Vivan con gratitud este tiempo.
Que María, y los santos, Francisco y
Clara, les sigan guiando para dar gloria a Dios en el servicio a los hermanos.
Así sea.
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