Hace poquitos días pude vivir de cerca el encuentro
del Papa Francisco con miles de jóvenes católicos de todo el mundo en Cracovia,
con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Impacta ver la sintonía del
Papa Francisco, que tiene ochenta años, con estos jóvenes; él logra interpretar
sus sentimientos y encuentra las palabras adecuadas para tocar sus mentes y
corazones. El eje de esta Jornada Mundial fue la misericordia, dentro de las
celebraciones del Jubileo de la Misericordia.
Acabamos de escuchar unas palabras inspiradoras del escrito
a los Hebreos. En ellas podemos encontrar conexión entre este texto y las
palabras del Papa Francisco a los jóvenes católicos del mundo entero. Hemos
escuchado: “Dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata,
para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la
mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe”.
En Cracovia, el Papa exhortó a los jóvenes a asumir el
reto de construir el futuro y, lo más importante, expresó su confianza en
ellos, los valoró y los invitó a comunicar su vitalidad a un mundo que se
siente desesperanzado. Precisamente en las intervenciones del Papaencontramos
propuestas concretas para poner en práctica las palabras del texto bíblico. ¿Cómo
dejar a un lado lo que nos estorba?, ¿cómo librarnos del pecado que nos ata?,
¿cómo correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante? El Papa nos
da algunas pistas.
La primera pista es vivir con pasión y entusiasmo
nuestros compromisos. El Papa decía a los jóvenes: “No hay nada más hermoso que
contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes
viven la vida. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus
interrogantes y sus ganas de rebelarse contra aquellos que dicen que las cosas
no pueden cambiar. Es un regalo del cielo poder ver a muchos de ustedes que,
con sus preguntas, buscan hacer que las cosas sean diferentes”. Necesitamos
contagiarnos de esta vitalidad de los jóvenes. Muchos creyentes viven su fe de
una manera lánguida, sin entusiasmo, reduciéndola al cumplimento de unos ritos
que se repiten monótonamente. En el evangelio que acabamos de escuchar, Jesús
utiliza un lenguaje que nos debe despertar de nuestra somnolencia: “He venido a
traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”. Los
adultos debemos contagiarnos de esa pasión con que los jóvenes viven la vida.
Una segunda pista, dice el Papa: “para poder correr
con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. Se trata de la
misericordia, que cambia las relaciones sociales y hace presente el Reino.
Francisco explica a los jóvenes cómo “un corazón misericordioso sabe ser
refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir un
ambiente de hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de
ternura y compasión. Un corazón misericordioso sabe compartir el pan con el que
tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al que huye de su
país y al migrante”. Los jóvenes son muy sensibles al dolor de los pobres y
vulnerables.
Francisco nos ofrece una tercera pista para librarnos
de lo que nos ata y correr con perseverancia la carrera que tenemos por
delante. Dirigiéndose a los jóvenes contrasta las llamadas al odio y la
violencia que hacen los violentos del mundo, y la llamada a la fraternidad que
nace de las entrañas del Evangelio: “Nosotros no queremos vencer el odio con
más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más
terror. Nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama
fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia”. El odio,
la violencia y el terror son instrumentos de muerte; la fraternidad y la
comunión generan vida y liberan el corazón de los hombres.
El Papa Francisco nos ofrece una cuarta pista para
transformar las relaciones sociales y así librarnos del pecado que nos ata. Se
trata de reconocer las diferencias y vivir en un mundo multicultural,
aprovechando las enormes riquezas que este nos ofrece. Pero tenemos que
reconocer que muchos adultos son incapaces de abrirse a un mundo plural. Con humildad
debemos confesar que no sabemos navegar por las aguas de la diversidad. Debemos
aprender a hacerlo. En Cracovia, el Papa decía a los jóvenes: “Hoy los adultos
necesitamos de ustedes que nos enseñen a convivir en la diversidad, en el
diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino como una
oportunidad y ustedes son una oportunidad para el futuro: tengan valentía para
enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros. Necesitamos
aprender esto”.
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