Lo
que no sabe mucha gente sobre San Francisco de Asís es que fue diácono de la
Iglesia, no llegó a ser sacerdote, servidor del pueblo de Dios, a través de la
liturgia, la evangelización y el ejercicio de la caridad.
Estaríamos
muy equivocados, como nos recuerda tantas veces el Papa, de tantas maneras, si
creyéramos que en la Iglesia estamos para medrar. Realmente, desde el primer
momento de la llamada de Jesús a Francisco descubrimos un hombre humilde a
quién Dios le va a tocar el corazón por medio de la pobreza y la sencillez de
vida.
Porque
quizá en aquel tiempo, finales del siglo XII y principios del XIII, sí que
había un deseo de buscar honores también dentro de la Iglesia. Sin embargo,
Francisco en medio de esa tergiversación de la Palabra del Señor, que lleva a
la corrupción y perversión de la vocación, en incluso de los consejos
evangélicos, puesto que en los conventos entraba la gente y salía como “Pedro
por su casa”, pues sí que hubiera un deseo de hacer carrera. Pero este hijo de mercaderes
bien situados en la sociedad de Asís, se convierte en el pobre de Asís, gracias
a la riqueza de Dios que es lo único que le llena y es más lo único que él
desea que le llene. Por ello él rompe, incluso rompiendo lazos consanguíneos, y
peor aún, haciendo el ridículo delante de la gente de todo el lugar, dando la
impresión que se podía haber vuelto loco, pues se dedica a tirar por la ventana
todo el futuro que unos padres, con la mejor de sus intenciones, habían labrado
para él: un buen porvenir, posición, mujer y prole.
Francisco un hombre contra
corriente, pues se ha dado la vuelta del camino que le esperaba, el camino del
aparentar, de la riqueza material, de la superficialidad, sin embargo, rompe
con todo eso, porque hay una moción muy fuerte en el corazón de Francisco. Ese
sentimiento profundo procede de lo alto, que ve en Francisco un hombre dócil
para secundar la voluntad de Dios.
Y, ¿cuál es la voluntad de Dios para
Francisco? Pues que viva por Cristo, con Cristo, en Cristo; que se haga todo a
Él. Y, de ahí sale la llamada a restaurar la iglesia de la Porciúncula, que le
llevará también al santo a restaurar la Iglesia, que como decía antes, estaba
un tanto necesitada del Espíritu Santo. Precisamente esta misión y este
testimonio que él dio a sus contemporáneos hizo que otros le siguieran en la
locura a la que Dios le llamaba, que no era otra que a crear una fraternidad.
Ahí recuperaría incluso a algunos que parecía había perdido.
Hoy en día San Francisco es un santo
venerado por todos los cristianos, no vale decir solo de tradición católica,
sino también tanto en la iglesia anglicana como en la luterana. Podríamos ver
en él, el santo ecuménico que provoca la oración por la paz en Asís entre todas
las religiones, que anima a la alabanza del Señor, Laudato Si’, a través de toda la creación, y por ello es un santo
que ilumina a cuidar la tierra como casa común, donde personales, animales y
plantas, habitamos y de nosotros se espera el bien común.
Ustedes, que forman parte de esta
comunidad, que pertenece a la orden segunda fundada por Santa Clara, bajo la
inspiración la inspiración de San Francisco de Asís, ven en este santo un
padre. Y que pueden querer unas hijas que hacer lo que un padre desea, y más
cuando este padre es un santo, como un calco de cómo es el Padre de todos. Por
ello tienen ustedes una gran responsabilidad que no se ventila con la
celebración de la fiesta, sino que la Regla, otro calco del Evangelio, les
invita a vivir la dulce y confortadora alegría del Evangelio. Y, ¿cómo se vive
esto? Pues el Santo Padre, también Francisco, nos lo explica en la exhortación
apostólica Evangelii Gaudium, la
alegría del Evangelio.
Todos nosotros estamos llamados como
Francisco, como Clara, y tantos santos, a serlo. Sabemos que los santos no
nacieron siéndolo, sino que se hicieron. Ahí está la importancia de nuestra
vida cristiana, y la verdad de nuestra fe. Y no hacerlo conlleva a nuestra
perdición, aunque solo sea privarnos de la Presencia de Dios, que eso ya es
bastante, pues la condenación la podemos estar ya gustando ahora, en la medida
en la que Dios no esté presente en todo lo que pensamos, decimos y obramos. Y,
por el contrario, la salvación está en la comunión con Cristo: que lleva al
amor de Dios y este al amor al prójimo, a nuestros hermanos los hombres, y al
cuidado del planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario