Lc
10, 25-37
“MARÍA, MUJER SAMARITANA”
En la parábola del Buen Samaritano
que acabamos de escuchar no hay referencia directa o explícita a la Virgen
María. Sin embargo, Lucas que es el evangelista que nos narra esta historia,
hace dos observaciones a lo largo de todo su evangelio que, junto con el texto
que acabamos de escuchar sitúan
a María como una de las claves nucleares para intuir el origen de la parábola,
y para comprenderla desde la figura de Jesucristo y la de la Iglesia.
El primero de los textos, repetido
dos veces por Lucas con muy leves cambios, alude a la atención con que María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2, 19.51), es
decir, todo lo relativo a su experiencia como madre a lo largo de la infancia
de Jesús.
El otro texto es complementario al
anterior por el plus de significación que le añade: Jesús iba creciendo en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52).
Pues bien, puestos ambos textos en
relación de significado vienen a decirnos claramente que el crecimiento
corporal y espiritual de Jesús -el Hijo de Dios haciéndose hombre en el hogar
de Nazaret- venía impulsado día a día durante la llamada vida oculta, por el
sustento y la educación que recibía de sus padres, María y José. De ellos se
sirvió abiertamente Dios Padre para comenzar inculcando en la humanidad de
Jesús el mensaje de compasión-misericordia, que luego Él reflejaría en la
parábola y figura del Buen Samaritano.
Vistas así las cosas, guardadas en
el corazón por María, iban rebrotando en el día a día de la convivencia
familiar, en forma de pedagogía constructora del carácter, de las actitudes y comportamientos
humanos del Hijo de Dios e Hijo suyo. Por eso, no es improcedente afirmar que
el impulso generoso con que el Samaritano de la parábola se acercó
decididamente al herido, aflora del mismo manantial que movió a María a ponerse
deprisa en camino para ayudar a su embarazada pariente Isabel.
“En cuanto tu saludo llegó a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lc 1, 44). Leyendo esta
exclamación, sorprendida y gozosa, de Isabel que veía llegar a su prima María
para ayudarla en su embarazo y parto, podemos imaginar los sentimientos, gestos
y palabras de gratitud pronunciadas por el herido de la parábola, sabiéndose
auxiliado por el samaritano, cobijado en la posada y atendido también por el
posadero. Teniendo en cuenta ambas observaciones, voy a enumerar a continuación
las ocasiones en las que se atisba más claramente el perfil samaritano de
Nuestra Señora.
Ya desde la posada de su seno
materno, María fue la acogedora y cuidadora del Emmanuel, Dios con nosotros.
María aparece como la samaritana de Dios que se hace hombre. La samaritana de
Isabel, al ir más que visitarla a
ayudarle. Lo mismo cabe decir de Jesús a lo largo de su crecimiento y
maduración humana. En este caso el camino mariano de Jerusalén a Jericó pasaba
por Nazaret, Belén, Egipto y vuelta a Nazaret. Y con Jesús, José fue también el
beneficiario de los cuidados samaritanos de María. En las bodas de Caná: María,
la samaritana de los novios en Caná de Galilea: “Haced lo que él os diga” (Jn
2, 5); y la madre que indica al Hijo que le ha llegado la hora de convertirse
en Buen Samaritano. María al pie de la cruz (Jn 19, 26): La Madre samaritana de
los cristianos y de todos los hombres. “Todos ellos perseveraban en la oración,
junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús…” (Hch 1, 14): María, la
samaritana orante de la Iglesia en gestación, a la espera de Pentecostés.
Podríamos decir que quien le enseñó
la parábola con su misma vida fue primeramente María, las lecciones entran más
por el ejemplo que por la palabra. María, la Mujer Samaritana.
Pues bien, queridos hermanos, al
sorprendente e inesperado mesianismo de Jesús, que impregna y configura su modo
de ser samaritano, corresponde recíprocamente el carácter samaritano de María. Y
no lo digo yo, sino que tanto la Sagrada Escritura, como la Tradición de la
Iglesia así lo atestiguan. En el camino de Jerusalén a Jericó que constituyó su
vida en este mundo, aparece unas veces herida y, por ello, necesitada de la
ayuda de otros samaritanos; en otras ocasiones se la ve acogedora, cuidadora,
compasiva y misericordiosa. Los evangelios dejan constancia de estas dos caras
con las que alternativamente María va reflejando en clave femenina, la figura,
mensaje y actividad de Jesucristo, el Mesías Samaritano.
Que en este séptimo día de la novena
en honor de la Virgen
del Carmen, ella nos enseñe la manera de descubrir quién es nuestro prójimo,
para poder atenderle, darle aquello que necesita. Que así sea.
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