El profeta Isaías comienza a
escribir con estas palabras tan duras, o quizás tan sinceras: al Señor le
desagrada la falta de amor que ponemos a nuestros actos, especialmente le
repugnan los actos de aquellos que se consideran creyentes: a Dios rogando y
con el mazo dando.
Precisamente la obra misericordia
corporal que les propongo considerar hoy va muy en la línea del profeta.
Nuestra parroquia cuenta con un
pequeño ropero. La gente, con muy buena voluntad, pienso yo, va dejando ropa
para los desfavorecidos de nuestro pueblo. Es verdad, que habrá alguno que lo
haga para limpiar sus armarios, porque ya no le cabe más o porque una nueva
temporada ha llegado, y su bolsillo le permite renovar de vez en cuando.
Sé de muy primera mano cómo las personas
que adquieren esta ropa lo valoran. Muchas veces es casi ropa nueva. Lo que decía
antes, llegó el tiempo de la renovación y hay que estar al día en vestuario.
La obra de misericordia, es decir,
si nosotros obras así actuamos con misericordia, a Dios le agrada, nos habla de
“vestir al desnudo”. La ropa es lo que nos da seguridad, nos permite
presentarnos ante los demás. Qué bueno sería que a las personas que intentamos
vestir les ayudáramos a conservar la ropa, a cuidarla, a ordenarla, a no
amontonarla, a no comercializar con ella, a lavarla, etc. porque cáritas nos
anima no solo a dar el pez, sino a enseñar a pescar. Lo cual nos habla de
participar en voluntariado de acompañar a otros en sus casas y molestarnos por
ayudarles a cuidar no la imagen por la imagen, sino la presencia que pueda
ayudar a sintonizar con el interior, pues muchas veces nos descuidamos por
fuera porque por dentro quizá nos sentimos nada, ¿y para qué cuidarse? Sin embargo,
de cara a un trabajo, pues siempre ayuda la presencia.
Sin embargo, hay que decirlo, aquí
nos encontramos los dos extremos, algo de lo que hablaba la Palabra de hoy. Y
es lo de siempre. Caridad no es dar de lo que nos sobra, sino intentar
compartir lo que tenemos. Ya sé que muchos de ustedes pensarán: ¡encima que les
damos! Pero si es mucho más fácil darlo a la parroquia que llevarlo a un
contenedor de ropa, porque en el fondo dudamos de su destino, incluso
tranquiliza nuestra conciencia, algo que muchas veces nos hace pensar y sentir.
Está claro que mientras que unos nadamos en la abundancia, otros no tienen
nada, entonces, ¿cómo actuar? Pues hay que hacerlo en conciencia, como todo.
¿De qué conciencia les hablo? Pues de una conciencia que cuenta con tres
potencias: memoria, entendimiento y voluntad. Porque si procedemos desde
nosotros, en el fondo nos convertimos en adictos a la ropa, a las cosas,
guardamos bajo el síndrome de Diógenes, o al contrario si actuamos desde
nosotros, podemos enseguida desechar porque con tanto como tenemos, nos
cansamos, y hay que renovarse o morir.
Luz, la luz del Señor, lámpara para
nuestros pasos, que ilumine nuestra vida y nos ayude en nuestro proceder. Ser desprendidos,
austeros, sencillos, probablemente le agrada mucho más al Señor. Que María,
Virgen del Carmen nos ayude en esta tarea. Así sea.
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