Con el salmo 93 hemos rezado hoy: “El
Señor no rechaza a su pueblo”. Esta es la obra de misericordia que les propongo
considerar hoy: “acoger al peregrino”.
Todos nosotros tenemos experiencia
de acoger a gente en casa, ser hospitalarios; abrimos nuestras casas.
Cuando se celebró la Jornada Mundial
de la Juventud en Madrid, muchas de nuestras casas se abrieron para acoger a
los peregrinos. Esta misma experiencia yo también la tengo, y la tendré en
breve cuando participe de la JMJ en Cracovia. Tres familias distintas nos
acogerán. Los jóvenes peregrinos valoran mucho estos encuentros con las
familias.
Realmente, cuando lo que nos une la fe, es
muy fácil abrir nuestras casas, porque la desconfianza desaparece y el acoger
provoca mucha alegría; todo nos parece poco. Así, también, es un poco nuestra
cultura hispana: acogedores, especialmente en la mesa, en la casa; haciendo
partícipe siempre al que viene de fuera, al que pueda encontrarse desubicado.
En estos días, antes de la festividad de
Santiago Apóstol, muchos peregrinos estarán caminando hacia Compostela. Pues
serán muchas las posadas, los albergues y otro tipo de estancias las que
acogerán los pies cansados, y los corazones encendidos de tanta gente.
Pero, también pensemos, si nosotros somos
hospitalarios, si abrimos nuestra casa, si abrimos nuestro interior, si nos
damos a los demás, si acogemos al otro, como si acogiéramos al mismo Dios que
en el principio de su existir humano buscó y no encontró posada, y al final de
su vivir humano, no tenía lugar donde reclinar la cabeza.
También, es una oportunidad para pensar si
nuestra parroquia, que es también nuestra casa, es acogedora, si nosotros somos
acogedores con los de fuera, con los peregrinos, con la gente que va y viene.
Yo creo que sí, al menos todos nosotros lo intentamos, pero siempre se podrá
hacer más. Cuando viene un visitante a nuestra iglesia, nos volcamos en
explicaciones, en cercanía, en el orgullo de lo que tenemos y que agradecemos
que los demás valoren, etc.
La Iglesia quiere ser ese hogar donde
nadie se ha de sentir aislado o como fuera de cobertura, todos nosotros tenemos
que esforzarnos en acoger al que viene de fuera, a aquellos que van y vienen de
forma intermitente, sin juzgar, sin mal interpretar, siempre acogiendo,
tendiendo la mano; con las mismas piedras que derribamos muros, tender puentes.
Acojamos al peregrino, sea como sea,
piense como piense, etc. Veamos en él o ella, la presencia sorpresiva de Dios
que se hace presente cuando y donde menos nos lo esperamos.
Y el Evangelio nos invita a acoger en casa
en la cocina, en pijama y zapatillas. Dios prefiere lo sencillo, lo que
realmente está hecho con nuestras manos y con nuestro cariño. Así sea.
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