Muy probablemente todos nosotros nos
hacíamos eco en la pasada noche del atentado terrorista ocurrido en Niza. Nadie
daba crédito a lo que veía, en un paseo marítimo, donde centenares de personas
pasean, a la orilla del mar, con el refresco de la brisa. Han sido meses de
trabajo duro y ahora les había llegado el merecido descanso.
Esta noche un conductor de un camión atenta
contra casi un centenar de personas inocentes, como todas aquellas que son
víctimas de los atentados terroristas.
Leía en un cartel, “Ahora Niza, ¿mañana?
Rezamos por Europa”.
La obra de misericordia que hoy les
propongo considerar es, precisamente, enterrar a los muertos. Es muy doloroso,
especialmente en estos momentos donde no ha habido una preparación de ningún
tipo. Y la gente se preguntará, ¿por qué Dios ha permitido esto? Y es que Dios
creo que no puede hacer nada en contra de la voluntad del hombre, de la
libertad, o mejor dicho, el libertinaje atroz que muchas veces mueve al hombre
a comportarse peor que un fiero animal.
Yo, más bien, me preguntaría: ¿Por qué
Señor no somos conscientes de tu Amor, del respeto hacia la diferencia, del
respeto a la vida humana, por qué a veces valoramos la vida de un animal que la
de una persona?
Ahora corresponde enterrar a los muertos,
según la costumbre cristiana. Allí en el Campo Santo, donde descansan los
restos mortales de todos, da igual cómo hayamos sido, cuánto dinero hayamos
tenido,… todos somos iguales. De esta forma, el
cementerio es tierra bendecida y consagrada a Dios, es un lugar apto para orar
por aquellas personas que nos han precedido en el encuentro definitivo con el
Señor.
Enterrar a los muertos es
una obra de misericordia corporal que posee una fuerte dimensión espiritual
porque implica, necesariamente, el acto de rezar por los difuntos. Desde esta
perspectiva, nos sentimos interpelados a reflexionar, además, sobre la muerte y
sobre el sentido de la vida.
¿Y la incineración? Desde
el año 1963, una Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
recogida en el Código de Derecho Canónico
(1983), can. 1176, indica que la Iglesia Católica, aún manteniendo su
preferencia tradicional por la inhumación, acepta acompañar religiosamente a
aquellos que hayan elegido la incineración mientras no sea hecho con
motivaciones expresamente anticristianas.
Visitemos de vez en
cuando nuestros cementerios, y recemos a nuestros difuntos con nuestras palabras.
Las mejores flores, nuestras oraciones. Así sea.
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