La
obra de misericordia corporal que les propongo para reflexionar hoy es “sufrir
con paciencia los defectos de los demás”.
Fíjense que esta disposición
nuestra, está elevada al rango de obra de misericordia, es decir, si obramos
así, con paciencia con los demás, especialmente lo que para nosotros
consideramos defectos de los demás, estaremos obrando según el corazón de Dios.
Realmente, es muy difícil que todo
lo que gira alrededor de la religión cristiana, sea obra sola del hombre, es
imposible que el hombre llegue a consideraciones tan altas; solo Dios puede
inspirar al hombre, como lo hace, lo que Él dispone. Hermanos no hay ni una
sola cosa que nos pida Dios que sea para su, vamos a decir así, “vanagloria”.
Al revés lo que consideramos “a mayor gloria de Dios”, es a mayor gloria del
hombre, empezando por uno mismo. Porque, ¿qué les parece es justo reírse de los
demás, de los defectos de los demás, ridiculizar al personal, hablar a sus
espaldas, etc.? ¿Eso, éticamente es bueno? Creo sinceramente que no.
A diferencia de los baales,
divinidades de Asia, también en tiempos de Jesús, a diferencia de los becerros
de oro, que buscaban su propia adoración sin más, nuestro Dios necesita ser
adorado porque su Presencia conlleva Amor, libertad, para nada sometimiento, sí
mucho de aceptar, y de fe.
Por ello, el Señor nos dice, cualquier
cosa que hicisteis con cualquiera de estos, mis pequeños, conmigo lo hicisteis.
Cualquier cosa, buena o mala. Queridos hermanos, nosotros decimos amar a Dios,
como le vamos a querer ofender, pues cuidado en nuestras relaciones con los
demás, porque lo que hagamos con ellos, es como si se lo hiciéramos a Dios
mismo, porque Dios está en nosotros, el Emmanuel. Es así de fácil y así de
difícil, porque se nos olvida con frecuencia. Nos cuesta mucho aceptar al
prójimo, especialmente a los que vemos un día, y otro día y otro día. Cuando no
tenemos paciencia con los defectos de los demás, es como cuando al Señor le
ridiculizaron con una corona de espinas, con un trapo para tapar sus partes
íntimas, cuando le escupieron, le crucificaron, le empujaron, etc. Y eso,
aunque a Él le costar, a quién le tuvo que doler más es a la Madre, a María que
seguía desde la distancia o la cercanía física a su Hijo.
Uno se da cuenta, muchas veces, de
la gran cantidad de cosas que tiene, y que cuando se distancia del tener,
valora. Pues lo mismo sucede con esta obra de misericordia, quizá no nos
pongamos en el lugar del otro, no intentemos buscar una luz en la actitud que
nos cuesta de nuestro hermano. Lo más fácil es juzgar negativamente, quejarse;
nos cuesta mucho aguantar, tener compasión, caer en la cuenta que puede que el
que actúa como a mí no me guste prefiera enterarse en primera persona y no por
los vecinos; que se pueden hablar cordialmente las cosas, a tener que
aprovechar cuando la gota colma el vaso para aprovechar y soltar toda una
letanía de quejas. Porque si los gallos cantan, los perros ladran, que si la
abuela fuma…
También los demás tenemos defectos
que probablemente los demás tengan que sufrir. ¿Cómo nos gustaría que nos
tratasen? ¿Riéndose de nosotros? ¿imitándonos? ¿burlándose de nosotros con
ironía y sarcasmo? Por aquí Dios no está, por ahí no lo van a encontrar.
Pidámosle al Señor, por medio de Nuestra
Señora de Viloria, que nos haga ver a los otros con ojos de misericordia. Que,
aunque no nos entren muchas de sus actitudes, de sus formas de ser, porque
entre nosotros funcionamos con muchas comparaciones y con muchos complejos de
superioridad y de inferioridad, porque cada uno es como es, y a ciertas edades
es muy difícil cambiar, aunque estamos en perenne deseo de convertirnos. Que tengamos
ojos para ver con la mirada de Nuestro Señor, como el Buen Pastor del logotipo
del Año de la Misericordia cuando porta sobre sus hombros a la oveja
descarriada. Cuando el ser humano se llena de misericordia divina, ya mira como
Dios. Y eso se nota. Se nota cuando las personas son ellas mismas portadoras
del Amor misericordioso de Dios. Así sea.
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