18 de julio de 2013

Solemnidad de Santa Marina, virgen y mártir

Santa Marina, joven gallega martirizada en el siglo II. Su imagen preside hoy este templo presentándonosla como una joven hermosa que tiene sus manos vacías, el paso del tiempo ha hecho que perdiera sus atributos la palma y el arpón. La palma signo de su martirio y el arpón, herramienta, para vencer la tentación, el mal, el desamor. Estas son dos cualidades que no sólo adornan sino que son la esencia de nuestra patrona.
Sabemos de ella que contaba pocos años cuando fue martirizada por negarse a abandonar sus creencias y su deseo de permanecer virgen. Santa Marina tuvo fe en la amorosa presencia de Jesucristo y, desde el principio siempre se consideró su esposa. Jesús le reveló palabras de amor y le hizo entrar en comunión con el Padre, el cual siempre estuvo junto a ella: ayudándola y acompañándola. Santa Marina comprendió que su misión era corresponder a esa fe abandonándose en las manos del Señor. Decía ella: “En ti Dios mío tengo mi confianza; no quedaré confundida”. Y tiene, también, palabras para aquél que le quiso hacer esclava, porque no pudo como esposa; le dijo: “… soy esclava de Jesucristo a quien tengo por Esposo y adoro por mi Dios”.
Expresiones muy seguras, muy fuertes; ideas muy claras que no podían venir solo de una adolescente. Procedían de una persona con una experiencia tal de Dios y del prójimo, que le hacía defender -por encima de la materialidad- su unión con Él y los de Él. Es la experiencia que tengamos de Dios la que nos animará a amarle más en Él y los demás. Sin esa experiencia no seremos nada. Para nosotros creyentes, sólo el Amor procede de Dios porque Dios es Amor. Amor que no anula nuestros sentimientos personales sino que los aumenta y afianza.

El pasaje del Evangelio que en el día de hoy escuchamos (Mt 13, 44-46) nos ayuda a comprender como en Santa Marina, así como otros muchos hombres y mujeres de nuestra historia, que precisamente no están en peanas; en ella y en ellos hemos podido contemplar testigos del Señor. Esto no es leyenda, no es ficción, puede ser una utopía para todos nosotros, un indicador en el camino para llevar el rumbo apropiado. Marina posee un gran tesoro que vale la pena, una perla sumamente preciosa, capaz –por ella- de renunciar a todo, aunque sea a la propia vida.  Santa Marina supo encontrar el tesoro escondido y dejar todo lo demás para encontrarse con Él, con Jesucristo, con el único capaz de dar sentido a su vida, también a la nuestra, con el único capaz de darnos la felicidad plena. 
El tesoro escondido y la perla valiosa es algo que Jesús sigue ofreciendo a los hombres y mujeres de todos los tiempos, también a nosotros. Ahora bien, poseerlos no nos dispensa de la cruz cotidiana ni de las dificultades de la vida. Santa Marina lo comprendió. Es más, el testimonio de la vida y muerte de Santa Marina sigue siendo actual en nuestra sociedad, en nuestro mundo. En ella se cumple la Sagrada Escritura: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). La pureza de la cual Santa Marina dio siempre testimonio, es condición esencial para ver a Dios, sin ella estamos perdidos en la oscuridad. Vivimos en un mundo en el que muchas veces parece que todo vale y en el que “comamos y bebamos que mañana moriremos” (Is 22, 12) está a la orden del día.
Santa Marina es modelo de amor. El amor es donación, pero solo puede dar algo quien es dueño de ello. El egoísta, en este caso el impuro, no puede dar nada a nadie, sólo usar de los demás sin amarlos. La pureza, la transparencia, no es algo superado, sino una virtud. “Virtud”, la cual, –para los clásicos griegos- era igual a sabiduría. Hacen falta en nuestros tiempos, voces que se alcen en una sociedad en la que parece todo vale cuando estamos en masa, pero que en nuestra propia individualidad, suscribimos valores y luchamos por ellos; aunque no lo parezca. De igual manera en la selección española de fútbol pudimos encontrar otro vivo ejemplo de lucha y esfuerzo, de triunfo, que ha provocado de nuevo la unión de todos (de la afición) y el amor por lo nuestro.
Pues bien, pese a esa banalización que a veces parece primar y con la que se suele fardar, el hombre contemporáneo se siente muy solo y, en medio de su creciente “soledad”, busca la compañía de quien le ama y le puede amar por sí mismo, por lo que verdaderamente es y no por lo que tiene, de alguien que le cure y alivie no solo sus males del cuerpo sino también las angustias y heridas del alma, de su propio afecto. ¿No será la soledad el mal típico de la sociedad y del hombre de nuestro tiempo? ¿No será éste el mal que subyace y que está en la raíz de las crisis y rupturas matrimoniales y familiares, de la inseguridad y desesperanza de muchos de nuestros jóvenes y, sobre todo, de los más grandes sufrimientos de nuestros mayores?  
A Santa Marina, confiemos nuestros anhelos y deseos, pongámosla como intercesora entre Dios y su pueblo. Llenémonos de ese amor que nos ha tenido Él primero de forma entregada y gratuita y seamos en medio de nuestro mundo, en nuestro trabajo, en nuestra familia, con nuestros amigos testimonios vivos del amor tan grande que Dios nos ha tenido. Que Santa Marina nos guíe para encontrar el tesoro escondido, la perla preciosa que es Jesucristo y nos ayude con el ejemplo de su vida a dejarlo todo y seguirle sólo a Él; sin por ello tener que dejar a nuestros seres queridos,...
Y se lo pedimos al Señor, por medio de Santa María Virgen de Viloria, con quien comparte Santa Marina patronazgo, que ella sea puerta y puente para encontrarnos con Dios y los demás. Y en este año santo, no podemos olvidarnos de Santiago titular de esta iglesia y parroquia, que nos motive el camino del amor, apoyados en la cruz de Jesús.

Os deseo a todos unas felices fiestas de Santa Marina. QUE ASÍ SEA

No hay comentarios:

Publicar un comentario