19 de junio de 2015

15 AÑOS DAN PARA MUCHO


A TODA MI COMUNIDAD PARROQUIAL DE CIGALES, MUCHAS GRACIAS POR VUESTRO AFECTO Y CARIÑO. MUCHAS GRACIAS POR TODOS LOS DETALLES QEU TENÉIS CONMIGO.



Esta mañana me felicitaban por el aniversario de mi ordenación sacerdotal las Monjas Clarisas de Cigales diciéndome, entre otras cosas, “que quince años de ministerio sacerdotal dan para mucho”.

Es una frase que me ha motivado a echar la vista atrás y verme y a veros, a vosotros y a tantas personas que a lo largo de estos quince años han ido pasando por mi vida, de una manera o de otra.

Toda esta reflexión no penséis que la he hecho parándome delante del Sagrario o parando las distintas actividades que yo tenía programadas para hoy, más otras que van saliendo durante la jornada. Todo lo contrario, esta meditación la he ido entretejiendo a lo largo del día, que como digo yo, si me siguiera una cámara daría para una película. La cantidad de historias que un sacerdote puede tener abiertas: a nivel parroquial, arzobispal, caritativo, obras, lo personal, las actividades parroquiales y catequéticas, el despacho, las visitas, las clases, el tiempo libre, etc. 

Pero no os quiero agobiar, porque todo esto posible con una buena organización y con la ayuda de personas que reconocen esta inmensa actividad y sintiéndose parte de la comunidad cristiana y en corresponsabilidad con la misma, expresan los diferentes carismas a los que el Señor también les llama a servirle en su Iglesia y en el mundo. 

Pues bien, junto a todo esto, y yendo de un lado a otro, escuchando las noticias en la radio, viendo personas –que unas conoce y otras no conoce de nada-, pero que le aportan sentimientos. Tanta variedad de gentes, de modos, de actitudes, etc. ayuda a caer en la cuenta que Dios se ha encarnado en el mundo y es ahí donde me pide ser sacerdote, servirle. Y he de reconocer que muchas veces a lo mejor la reacción primera es la de pasar desapercibido, pero aun así, siento, padezco, sufro, me alegro, intento vivir la felicidad que Dios me aporta, porque realmente y sinceramente, sopesando muchas cosas, solo esta me basta.

“Quince años dan para mucho”. Y es que uno ejerce el ministerio sacerdotal, tal y como Dios le da a entender, y nunca mejor dicho. Aquí, como en la responsabilidad de ser padre o ser madre, no hay manual de instrucciones, estas se reciben del Señor, escuchándole, estando atento, agradeciendo tanto bien que me ha hecho a lo largo de estos años, y reconociendo que sin Dios yo no basto. 

Hemos escuchado la Palabra, en este jueves de la XI semana del Tiempo Ordinario. La primera lectura de san Pablo a los corintios es interesante que recoge algunos aspectos que forman parte de mi ideario sacerdotal: por su puesto “anunciar de balde el Evangelio”. Y con esto quiero entender, que esto de ser sacerdote lo entiendo como hoy en día se puede entender que es un “autónomo”: darte al máximo, sin esperar más compensación que la que Dios me pueda dar con su bendición, y esta la siento diariamente, incluso cuando estoy más cansado, más alterado, más preocupado, etc. Nunca, jamás, me he querido servir del ministerio sacerdotal. No concibo ser sacerdote como estatus, o como trabajo que recibe remuneración. Ahora, en tiempos de transparencia, que a todos se nos pide, no niego que recibo sueldo como todos los demás. Que el no gastar, el ahorrar, le hace a uno, sin darse cuenta acumular; en la medida de lo que puedo intento ser generoso. Lo económico no es lo que motiva mi vida. Lo que tengo está a disposición de los demás, aprendí aquello de no es mío, sino “de mi uso”, y así lo siento, mi casa pretendo que sea de puertas abiertas y a disposición de buenos ratos, del tiempo libre, del desconectar de la semana, etc. Porque precisamente esa es la oración del Padre nuestro que acabamos de escuchar en el Evangelio y esa es la intención de todo cristiano que se precie de serlo: vivir como hermano del que tiene al lado, aunque no le conozca de nada. Estamos llamados a vivir la fraternidad. El Papa Francisco, que acaba de publicar su Encíclica Laudato Si, decía el día que se presentó ante toda la catolicidad: “hagamos de este mundo una gran fraternidad”. Una fraternidad donde no sintamos ninguna diferencia, y no tengamos más amor que hacer la voluntad del Padre.

“Quince años”. Recuerdo el día que me ordené de sacerdote y recuerdo el día de hoy. Entremedias muchos días, todos ellos se me han ido pasando volando. Puedo decir que ha habido una gran estabilidad emocional y vocacional. Salvo un tiempo, en el que yo sentí la crisis más grande de mi historia personal. Dicen que las crisis pueden machacar, pero también pueden reorientar, y así fue en mi vida, al menos así lo vivo yo. Aquello de “en tiempo de desolación de no hacer mudanza”, es una gran verdad. En los momentos turbios no conviene tomar decisiones, mejor esperar; es más prudente.

A lo largo de este tiempo: el primer año aún era estudiante. Y terminé con gran satisfacción, también, por mi parte los estudios de teología, completándolo con distintas pastorales, en una parroquia de Fuenlabrada, en la capilla de la Universidad, en tantos actividades que me iban saliendo. Otros tres años en Logroño, compartiendo la actividad entre un colegio y una parroquia. La pastoral infantil era mi quehacer, que se sumaba con la dirección de algunos Ejercicios Espirituales. Y, casi, once en Cigales, compartiendo con Corcos del Valle y Aguilarejo y otras actividades que desempeño en la diócesis. Parafraseando aquella canción de Julio Iglesias, también puedo decir: “lo mejor de mi vida te lo has llevado tú”. Aquí es donde he ejercido el ministerio sacerdotal ampliamente. Hay que decir que también uno se ha visto madurar, también las circunstancias le hacen a uno cambiar.

Ciertamente no es todo de color de rosa en la vida de un sacerdote, y tampoco en la mía. Pero mi optimismo, mi manera de enfocar los problemas, la comunidad, mis amigos, la familia, etc. ayudan a centrar el corazón. Algunas veces uno se ve como cansado, como con carácter, como a la defensiva, como… pues ese es más el hombre que hay en este sacerdote, pero hay mucho de alegría, de ilusión, de celo apostólico, de cristiano, de humildad, de ser uno de tantos, esperando que cada vez menos, también en menos pecados.

A todos gracias, por estar ahí y apoyar al sacerdote de vuestra parroquia, con vuestra oración, cariño y afecto.

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