28 de octubre de 2011

Domingo 31 del Tiempo Ordinario




Uno solo es vuestro Padre

     Los árboles viven de pie, erguidos hacia el cielo. Tienen serias dificultades para moverse, a no ser que camine hacia lo alto, que exige también engordar para tener solidez en su base, o camine, inversamente, hacia lo hondo, con trabajo de sus raíces. En un sentido o en otro su movimiento se reduce prácticamente a estirarse o bien hacia arriba o bien hacia abajo. El único momento en el que los podemos ver tumbados o desplazados de su sitio es en su muerte. Pero, hasta muertos, algunos perseveran de pie por muchos años. .
El árbol sólo puede vivir si se mantiene en su sitio y de pie. Básicamente podemos decir que sobrevive si no se mueve. En nuestro caso, nuestra supervivencia se encuentra en la capacidad de movimiento que tenemos (para ir, venir, coger, llevar, buscar...). Es más, nuestra postura corporal: estamos de pie, nos sentamos, nos tumbamos, nos ponemos en cuclillas, a la pata coja a veces... también es un lenguaje que indica cosas diferentes: atención, indiferencia, sumisión, reposo, indignación...
altura de cielo y raíces
   La celebración cristiana recoge también ese lenguaje del cuerpo para expresar nuestra actitud ante Dios. Lo hacemos especialmente a través de tres posturas. 1. De pie: es la posición por excelencia del resucitado (cf. Gál 5,1; Ef 6,14; Ap 5,6; 7,9; 15,2), y es también la posición del que ora a Dios, que indica escucha a y respeto a la Palabra. 2. De rodillas: significa oración intensa, humildad y penitencia (Mc 14,35; Mt 36,29; Lc 6,12; 22,41; Mc 1,40; 5,22; 7,25; 10,19). 3. Sentado: es la posición de quien enseña con autoridad (como aparece Jesús en Mt 5,1;Lc 4,20; Jn 4,6; 8,2.7); pero es también la postura de quien escucha atentamente al que enseña (como en Mc 3,31-35; Lc 10,39; 1 Cor 14,30; Hch 20,9).
Es muy importante conocer la posición que debemos ocupar en cada momento de la vida en la relación con Dios y con el resto de personas. Al árbol le brota de dentro lo que tiene que hacer, estaba escrito en su semilla; a nosotros, nos vienen otros impulsos que pueden modificar nuestros movimientos. .
“Los letrados y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés”, denunciaba Jesús al comienzo de este evangelio. Maestro y alumno se sientan, pero en distinto asiento y con distinta disposición: el maestro para enseñar y el discípulo para aprender. Moisés tuvo que pasar mucho tiempo a los pies de Dios para escucharlo y conocerlo y aprender de Él. Sólo cuando la Palabra que escuchaba prendió en su corazón, quedaba acreditado por Dios para ser quien enseñase la Palabra de Dios a otros. No enseñaba lo suyo, sino lo de Dios que Moisés había hecho propio. Más que maestro, era aprendiz del único Maestro y nunca dejó de ser consciente de ese aprendizaje de la misericordia y verdad de Dios. La Palabra que cuaja dentro hace mover con un movimiento diferente (lo veíamos el domingo pasado), en el amor a Dios y al prójimo, rompiendo la tendencia a sentarse y replegarse uno hacia sí mismo por influjo del pecado. .
La Palabra prendió en el profeta Malaquías y lo movió a exigir a los sacerdotes, que no se habían dejado seducir por la maestría de Dios, a que abandonasen sus malas prácticas y buscasen la justicia, atendiendo al prójimo, hijos del mismo Padre Dios. Su posición de autoridad les hace especialmente responsables de la situación del pueblo. En cambio, sí que esa misma Palabra, pero ya Palabra encarnada en Cristo (en una Buena Noticia que no conoció Malaquías), movió en Pablo entrañas maternales para dedicarse a mostrar el Evangelio con la delicadeza del trato de la madre hacia sus hijos. Y se alegra porque esa misma Palabra anunciada movió los corazones de la comunidad de Tesalónica.
    Los letrados y fariseos a los que se refiere Jesús siguen la estela de los sacerdotes de Malaquías. Especialistas en la Palabra, no la escuchan, y se sientan en la “cátedra de Moisés”, en el lugar del maestro, sin haber aprendido antes. Podrán decir con palabras de Dios, pero con poco crédito si antes no las tuvieron consigo como propias. Y, como no les mueve la Palabra, les mueven otras cosas, como las apariencias: alagar la filacterias, buscar los primeros puestos y las reverencias... Por eso autoproclaman maestro o padre o jefe, sin mirar hacia Dios, lo cual es un despropósito y muy peligroso, porque enseñarán mal haciendo sufrir, y, peor aún, podrán crear escuela. Querer enseñar sensatamente exige ponerse a los pies del Maestro y escuchar mucho tiempo, pacientemente. Uno no deja nunca de ser discípulo, si enseña es porque el Maestro Dios le dice: “ahora tú”; lo cual significa entender la enseñanza no como poder, sino como servicio para los otros. Pero esto requiere humildad y no creerse más sabio que el Maestro ni menos discípulos que los demás.

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