19 de marzo de 2012

Homilía del P. Juan Carlos - Solemnidad de San José


         Hoy tenemos un especial recuerdo para todos nuestros padres, porque gracias a ellos todos nosotros estamos aquí. Es verdad que el día del padre le interesa mucho al comercio, y más ahora que nunca, pero nuestro sentimiento deberá ir más allá de un detalle material. Nuestros padres precisan atención diaria, cuidado diario, escucha diaria,… son ellos a los que hay que homenajear hoy y siempre. Para vosotros, padres, y para todos los que lleváis el nombre de José: ¡Felicidades!

San José, a tono con la Cuaresma, nos transmite sobriedad y profundidad, sencillez y silencio, oración y austeridad. San José, con el pensamiento en nuestro Seminario nos recuerda que todos estamos llamados a ser promotores de las vocaciones sacerdotales en nuestro hogar, en nuestras familias. ¿Cómo es posible que, en nuestra mesa, en nuestras conversaciones, se hable tanto de las grandes figuras del deporte o de la música y, en cambio, ni una palabra sobre la vocación sacerdotal?

            Todos escuchamos llamadas, a todas las horas, muchas de ellas son para descentrarnos, para buscar una vida más fácil, en la que no haya problemas, que no nos complique nadie la vida y poder vivir –decimos- con más libertad. Vocación, todos tenemos, que bueno sería poder descubrir cuál es a lo que uno se siente llamado y luchar por ello, porque no siempre es fácil seguir la voz de nuestro interior. La mayor parte de las veces por causas externas, pero en otras ocasiones también internas, pues parten de nosotros, de nuestra voluntad.

            Soy sacerdote, escuché la llamada desde muy pequeño, me sensibilicé con esa llamada, le hice caso, dejé que el Señor me cuidara e hiciera. Había otras fuerzas que me lo impedían y otras muchas que me atraían. Luché por mi felicidad y hoy soy feliz. Lo cual no quiere decir que mi historia persona sea toda ella de color de rosa, pero en medio del vaivén propio de la vida agradezco haber sido llamado a una vocación tan alta que –sin embargo- sin vosotros no soy nada. Por eso, cuando no os veo, os echo de menos, porque –también como padre- os quiero.

            Ayer celebramos el día del Seminario y Jesús, nuestro seminarista, nos habló y en su expresión se sentía la felicidad, le faltó tiempo para narrar su alegría, para hacernos más partícipes de ella. Nosotros somos felices, por ello te animo a que no descartes esta posibilidad si es que sientes algo: la carne se pone de “piel de gallina” y los “pelos de punta” y algo por dentro nos estremece e, incluso, nos atraganta.

Es verdad, somos célibes, “no” tenemos una familia propia, pero no descuidamos los lazos de la nuestra, esto no lo vivimos como una carga, nos llena que nuestro amor sea universal y disponible. Es verdad no hay horario en nuestra misión, por lo nuestro no es labor, no fichamos, porque como padres, estamos al tanto todo el día. Sin embargo nos faltan horas para poder desarrollar nuestro “trabajo”, en ocasiones –también- participamos del estrés propio de este tiempo, que se le ha dado en llamar “enfermedad de la modernidad”. Sin embargo, hay un motor que nos da cuerda y es la relación con Jesús, el Señor. De ahí procede la fuerza, la ilusión, la creatividad,… ello es lo que nos hace más divinos y entregados. La falta de relación con Dios, como a todos, no solo a nosotros, nos puede hacer más cumplidores y menos acogedores.

            En estos días Alberto, un seminarista de nuestro Seminario Menor, con 16 años, moría de cáncer. No era algo que pillara de sorpresa, ni a la familia ni al mismo seminario. La enfermedad estaba presente en el chiquillo desde hacía unos años. Alberto, de Villafrechós, formaba una familia con sus padres y su hermana. Para todos los que nos hemos podido acercar a ellos durante estos días nos hemos podido sentir evangelizados por el testimonio de una familia unida y esperanzada. Alberto hizo vida normal hasta pocos días de su muerte. San José, patrono de la buena muerte, le concedió la gracia de morir mientras dormía. Tanto la familia como la comunidad del seminario hicieron una piña en torno a él. Muchos de nosotros, que conocíamos la situación, presentamos esta situación en nuestras comunidades cristianas, la red de oración se amplió y se notó. Don Ricardo, nuestro arzobispo, presidió la Misa Funeral el pasado jueves, en la que la frase que más repitió fue Alberto estaba maduro para el Señor. Al día siguiente pudimos celebrar una Eucaristía en el Seminario de Valladolid en la que sus compañeros dieron testimonio. Desde el afecto comentaron su paso por el Seminario y el paso por sus vidas, un testimonio lleno de emotividad. Susana, la madre, también dirigió unas palabras agradecidas para todos, especialmente para los seminaristas, compañeros de su hijo. El testimonio de una madre, ante la pérdida de un hijo, llena de fe y de esperanza, pues con entereza nos transmitió que merece la pena ser cristiano y abandonarse a las manos del Señor. Francamente lo que ha ocurrido estos días nos ha afectado y no nos ha dejado indiferentes. Ahora –por la fe y la esperanza- contamos con la intercesión de Alberto que clama desde el cielo en favor nuestro.

            En este día pidamos a San José que él nos ponga también a los pies del Señor para que podamos estar al servicio de Dios y de los hombres. Así sea.

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