15 de marzo de 2013

Papa Francisco


El Señor durante esta Cuaresma nos concede el regalo de pregustar ya la Pascua, en primer lugar al presentar Benedicto XVI su renuncia (gran pontífice para la Iglesia, el cual ha marcado un antes y un después, con una clarividencia inmensa al interpretar los signos de los tiempos) y en segundo lugar al concedernos la gracia de un nuevo Papa. Su nombre es Francisco. Y en la historia de la Iglesia ocupa el número 266 desde que el Señor dijera a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificarás mi Iglesia” (Mt 16, 13-20). Francisco es el primer papa de Hispanoamérica y de la Compañía de Jesús, jesuita.
La elección de Francisco para la Iglesia ha sido una grata sorpresa. Fuera de todo pronóstico, fuera de todo cálculo premeditado. Así es el Señor, el siempre capaz de sorprendernos y el que desea para nosotros, para su Iglesia, lo mejor. “No fuisteis vosotros los que me elegisteis, fui yo quien os elegí” (Jn 15, 16). Es el Señor quién lo ha hecho.
Es indiferente el lugar de donde sea, porque los cristianos formamos parte de la catolicidad que se define, precisamente, por su universalidad. Ahora, Francisco es el Santo Padre de todos y para todos. Y así lo hemos de recibir y así lo hemos de encomendar.

La Compañía de Jesús ha dado innumerables frutos a la Iglesia desde que San Ignacio de Loyola la fundara, junto a un grupo de compañeros, en Roma el año 1540. Son muchos los santos y los beatos que la espiritualidad ignaciana ha engendrado, para nosotros todos ellos testigos del Señor, en cada tiempo, en cada lugar y en cada cultura. Son unos cuantos los cardenales, muchos los obispos jesuitas esparcidos por todo el mundo. Una legión los sacerdotes y hermanos que en el universo mundo viven de forma entregada su vocación a la Compañía de Jesús para la Iglesia y en el mundo. Pero es la primera vez que uno de sus miembros es Papa de la Iglesia Católica. San Ignacio, precisamente, que sintió que el Señor le pedía para él y para el instituto que él fundaba un cuarto voto especial de obediencia al Papa para la disponibilidad en la misión. Hoy San Ignacio da gracias al Padre, junto a toda la Iglesia y la humanidad, por este Papa para la nueva evangelización.
El Papa Francisco ya nos muestra en sus acciones la descripción de los hombres por los que eligió el nombre. Francisco de Asís, hermano de los pobres, pobre entre los más pobres. Al cual el Señor le pidió: “Francisco, restaura mi Iglesia”. Ese también será el encargo que Dios hace al nuevo Papa: que todos nos volvamos al Señor, que todos le amemos, que todos nos amemos, que todos seamos más hermanos, más iguales. Francisco de Javier, de la Compañía de Jesús, misionero infatigable por llevar la Buena Noticia a los lugares más recónditos de la humanidad, inculturando la fe y el Evangelio. Francisco de Borja, también de la Compañía de Jesús, que renunció a llevar una vida de duque, que se desmarcó de la mala prensa que tenían algunos de su familia, y que se entregó a la contemplación en la acción.
Ojalá Dios, todos estos acontecimientos, y en el Año de la Fe, sean signos de la presencia del Dios siempre presente en medio de nosotros. Ojalá el testimonio de los hermanos nos haga más dóciles a la voz del Señor para escucharle a través de su Palabra, en la celebración de los sagrados misterios, en la vida comunitaria, en el crecimiento humano espiritual siendo ciudadanos de este mundo en el que rezamos para que cada día sea más conforme a lo que el Señor tiene pensado para nosotros: la vida eterna, una vida plena, una vida eternamente satisfecha.
Nos unimos a la oración y plegaria del papa emérito Benedicto XVI.

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