4 de marzo de 2017

Homilía - Domingo 1 Cuaresma - Ciclo A





La cuaresma que acabamos de comenzar se corresponde con el Ciclo A, cuyo hilo conductor será el bautismo. Por eso se dice que el tiempo de la cuaresma es un tiempo de preparación para los sacramentos de la Iniciación cristiana, especialmente el Bautismo. Así los textos bíblicos de los distintos domingos nos van proporcionando materia para reflexionar en torno a la conversión que es lo que pretende el itinerario catequético. La reflexión, o mejor dicho, la oración, el diálogo con Dios nos invita a entrar dentro de nosotros mismos, a dejarnos iluminar por la Luz del Señor, iluminar nuestros bajos, descubrirlos y desterrarlos de nuestra vida, y si es posible para siempre.
Las tentaciones de Jesús en el desierto, la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, la Samaritana, El ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro nos aportan elementos básicos para hacer este viaje hacia el interior de nosotros mismos.
Hoy hemos escuchado unas lecturas, todas ellas, que van encaminadas a presentar el pecado, a desenmascararlo, pues en muchas ocasiones este es muy sutil y se disfraza de mil maneras para –incluso- autoengañarnos. 
El libro del Génesis nos presenta el pecado del Edén, especialmente nos presenta el pecado de nuestros primeros padres y concretamente lo protagoniza en Adán. El texto nos dice que por él nos vino la culpa, la esclavitud, pues el pecado nos esclaviza de tal manera que nos impide ser cómo realmente somos y nos obliga a ser como la sociedad quiera o nuestros instintos o impulsos, pues generalmente no hacemos el bien que queremos sino el mal que no queremos. Pero a veces hacemos, también, el mal que queremos, es decir, a sabiendas.

San Pablo, sin embargo, nos dice que si por Adán nos vino el pecado por Jesucristo, segundo Adán, nos vino la liberación. Jesucristo solo es capaz de sacarnos del fango del pecado, será capaz de desenredarnos de situaciones que nos envuelven y nos hacen sacar lo peor de nosotros mismos, aunque lo intentemos disimular.
Porque con nuestras solas fuerzas no podemos, necesitamos la ayuda de Dios y por ello le pedimos con el Salmo: “Misericordia, Señor: hemos pecado”. Esa luz que se proyecta en el interior de nuestra alma nos permite ver, desde la humildad, la maldad que puede llegar a cobijarse en nosotros. Solo, la misericordia de Dios podrá sacarnos de esa cárcel.
Jesús, después del bautismo, es dirigido por el Espíritu Santo al desierto y es tentado. Todos somos tentados, Jesús también; pero Él vence la tentación. ¿Cuál es nuestra tentación desde las que inspira el diablo a Jesús?: ambición, poder, prestigio, idolatría, etc. ¿Cuáles son nuestras ambiciones aparte de las que ya hemos dicho? Eso lo tenemos que responder cada uno de nosotros en sinceridad. Para eso es la cuaresma para ir haciendo un examen de conciencia que nos lleve a recibir el abrazo de Dios Padre – Madre. 
En el proceso de renovar nuestra fe la noche de la Pascua, estamos invitados a dejarnos modelar por Dios. Vayamos dando pasos. Utilicemos las ayudas que nos ofrece la cuaresma: ayuno, limosna y oración. Dejémonos interpelar por su Palabra, busquemos hacer la voluntad de Dios, tomémonos en serio nuestra religión, que nos lleve al compromiso, a vivir la fe al lado de la vida. No es tanto lo que se nos pide, pero sí cuida el silencio, estar más centrado, llegar pronto a la iglesia, etc. si haces silencio y vives con disposición, el Señor te tocará y cambiarás.

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