11 de marzo de 2017

Homilía P. Juan Carlos - Domingo 2º Curesma - Ciclo A

La Cuaresma va creando en nosotros un sujeto, es decir, un ser humano capaz de acoger a Dios en su vida, y que este hecho cambie su vida para siempre. Podríamos decir que la cuaresma nos intenta purificar para que Dios resida en nuestro ser para siempre.
Ciertamente enamorarse no depende de la elección solo de uno, sino de las dos partes, pero lo cierto es que Dios ama a la Iglesia como esposa, y a nosotros nos ama como hijos, pues Él es como un Padre-Madre. Por tanto, la cuaresma nos previene del des-Amor, para suscitar en nosotros un deseo hondo y una apuesta por el Amor. Ese Amor es el capaz de realizar con nosotros una Alianza perpetua, que Él nunca rompe; y que nos asegura que la presencia de Dios es cercana a nosotros siempre, no solo cuando estamos en momentos –como nos cuenta el Evangelio hoy- de consolación espiritual, esos momentos en los que no dudamos y decimos esto es de Dios.
Lo hemos escuchado en la Palabra de Dios, el Señor llama a Abrahán, y le invita a salir de su tierra. Queridos hermanos, esta palabra pretende iluminarnos a nosotros en la actualidad: somos un pueblo, el Señor nos quiere unidos, somos el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, y es con esta, nuestra Madre, con la que Él se desposa, en alianza eterna. Dios eligió un pueblo, eligió en este caso una persona, Abrahán. Hoy también Dios nos llama a formar este pueblo que coincide con su Cuerpo, nos llama por nuestro nombre y nos invita a emigrar del rencor, del sectarismo, de la murmuración, etc.

Es cierto, entre nosotros llama a algunos como Abrahán para que lideren este grupo, de ello tendremos la oportunidad de fijarnos el día de San José, pero hoy fijémonos en esa actitud de Abrahán: de fe y confianza, que le hace salir de su tierra para darle otra, esta de promisión.
Conocemos la historia, sabemos que Abrahán es fiel, pero aquí se nos muestra una conducta pertinente para el cristiano. ¿Cuánto nos cuesta salir de nuestros esquemas, de nuestras formas, de nuestro propio amor, querer e interés? ¿Cuánto nos cuesta ponernos en el lugar del otro? La cuaresma nos invita a ponernos en el lugar de Jesús camino de la Pasión, y ahí ver, sentir incluso como propio el dolor humano, pues este es el dolor de Dios, que es Humano.
Sin embargo, el Evangelio nos presenta la escena de la Transfiguración y esta nos remite a la oración, una de las mediaciones que el texto bíblico de Joel y el Evangelio del pasado Miércoles de Ceniza nos ofrecieron: la oración. Orar es ponerse en la presencia de Dios, mirarle y dejarse mirar, sin más. Aprovechemos la Cuaresma para sacar momentos para la oración, para leer y meditar la Palabra de Dios, especialmente las lecturas de la Misa de cada día, o para contemplar de forma continua el Evangelio en las escenas propias que recoge el ejercicio del Viacrucis. Parémonos en cada momento, quizá podamos contemplar hondamente una escena cada día, una estación del camino rojo que va a la cruz.
Fijémonos en María, la Virgen de los Dolores, como vive ella cada momento.

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