4 de octubre de 2016

San Francisco de Asís - MM. Clarisas de Cigales


Lo que no sabe mucha gente sobre San Francisco de Asís es que fue diácono de la Iglesia, no llegó a ser sacerdote, servidor del pueblo de Dios, a través de la liturgia, la evangelización y el ejercicio de la caridad.

Estaríamos muy equivocados, como nos recuerda tantas veces el Papa, de tantas maneras, si creyéramos que en la Iglesia estamos para medrar. Realmente, desde el primer momento de la llamada de Jesús a Francisco descubrimos un hombre humilde a quién Dios le va a tocar el corazón por medio de la pobreza y la sencillez de vida.

Porque quizá en aquel tiempo, finales del siglo XII y principios del XIII, sí que había un deseo de buscar honores también dentro de la Iglesia. Sin embargo, Francisco en medio de esa tergiversación de la Palabra del Señor, que lleva a la corrupción y perversión de la vocación, en incluso de los consejos evangélicos, puesto que en los conventos entraba la gente y salía como “Pedro por su casa”, pues sí que hubiera un deseo de hacer carrera. Pero este hijo de mercaderes bien situados en la sociedad de Asís, se convierte en el pobre de Asís, gracias a la riqueza de Dios que es lo único que le llena y es más lo único que él desea que le llene. Por ello él rompe, incluso rompiendo lazos consanguíneos, y peor aún, haciendo el ridículo delante de la gente de todo el lugar, dando la impresión que se podía haber vuelto loco, pues se dedica a tirar por la ventana todo el futuro que unos padres, con la mejor de sus intenciones, habían labrado para él: un buen porvenir, posición, mujer y prole.

            Francisco un hombre contra corriente, pues se ha dado la vuelta del camino que le esperaba, el camino del aparentar, de la riqueza material, de la superficialidad, sin embargo, rompe con todo eso, porque hay una moción muy fuerte en el corazón de Francisco. Ese sentimiento profundo procede de lo alto, que ve en Francisco un hombre dócil para secundar la voluntad de Dios.

            Y, ¿cuál es la voluntad de Dios para Francisco? Pues que viva por Cristo, con Cristo, en Cristo; que se haga todo a Él. Y, de ahí sale la llamada a restaurar la iglesia de la Porciúncula, que le llevará también al santo a restaurar la Iglesia, que como decía antes, estaba un tanto necesitada del Espíritu Santo. Precisamente esta misión y este testimonio que él dio a sus contemporáneos hizo que otros le siguieran en la locura a la que Dios le llamaba, que no era otra que a crear una fraternidad. Ahí recuperaría incluso a algunos que parecía había perdido.


            Hoy en día San Francisco es un santo venerado por todos los cristianos, no vale decir solo de tradición católica, sino también tanto en la iglesia anglicana como en la luterana. Podríamos ver en él, el santo ecuménico que provoca la oración por la paz en Asís entre todas las religiones, que anima a la alabanza del Señor, Laudato Si’, a través de toda la creación, y por ello es un santo que ilumina a cuidar la tierra como casa común, donde personales, animales y plantas, habitamos y de nosotros se espera el bien común.

            Ustedes, que forman parte de esta comunidad, que pertenece a la orden segunda fundada por Santa Clara, bajo la inspiración la inspiración de San Francisco de Asís, ven en este santo un padre. Y que pueden querer unas hijas que hacer lo que un padre desea, y más cuando este padre es un santo, como un calco de cómo es el Padre de todos. Por ello tienen ustedes una gran responsabilidad que no se ventila con la celebración de la fiesta, sino que la Regla, otro calco del Evangelio, les invita a vivir la dulce y confortadora alegría del Evangelio. Y, ¿cómo se vive esto? Pues el Santo Padre, también Francisco, nos lo explica en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio.

            Todos nosotros estamos llamados como Francisco, como Clara, y tantos santos, a serlo. Sabemos que los santos no nacieron siéndolo, sino que se hicieron. Ahí está la importancia de nuestra vida cristiana, y la verdad de nuestra fe. Y no hacerlo conlleva a nuestra perdición, aunque solo sea privarnos de la Presencia de Dios, que eso ya es bastante, pues la condenación la podemos estar ya gustando ahora, en la medida en la que Dios no esté presente en todo lo que pensamos, decimos y obramos. Y, por el contrario, la salvación está en la comunión con Cristo: que lleva al amor de Dios y este al amor al prójimo, a nuestros hermanos los hombres, y al cuidado del planeta.

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