14 de mayo de 2017

Homilía - Domingo 5 Pascua - Ciclo A

Parece que las palabras de Jesús en el Evangelio se escuchan como “palabras de despedida”. En un par de semanas celebraremos la Solemnidad de la Ascensión, en el que la presencia física de Jesús dejará de manifestarse, para dar paso a otro tipo de presencia, de tipo espiritual; por ello, el domingo siguiente será Pentecostés, con el que concluiremos la cincuentena pascual, aunque realmente la Pascua continúa, pues como el Señor mismo nos dice hoy en el Evangelio Él es Vida.
            Me gustaría entre sacar algunas ideas que me han hecho pensar de la Palabra de Dios que hemos escuchado, también es verdad que, a veces corriendo el riesgo de descontextualizar, pero no olvido el texto en su conjunto.
            En la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado la institución de los diáconos, aquellas primeras personas que estaban al servicio de los apóstoles, puesto que estos tenían mucha tarea. Los diáconos tienen por misión ejercer el ministerio del servicio. Algunas veces les podemos ver como simples elementos decorativos de una celebración litúrgica solemne, especialmente cuando acompañan a los obispos. Pero más allá de la realidad, su ministerio les lleva a servir en las celebraciones litúrgicas, pero también a ser la extensión caritativa de la Iglesia, a llevar pan a aquellos que no lo tienen, a proclamar la Palabra por todos los ambientes y rincones de la tierra, más allá de aquellos que puedan ser más propicios. Hoy a la Iglesia se nos pide estar en la frontera, no simplemente al calor de las brasas del incensario.
            Los cristianos, no por el hecho simplemente de serlo, sino por haber ayudado a que nuestro bautismo germinara en nosotros, nos convertimos en elementos fundamentales en la edificación de la Iglesia. Jesús el Señor es la piedra angular por medio de la cual se sostiene todo, nosotros somos simples obreros, al servicio de la evangelización. Nuestro servicio no es un simple ejercicio voluntario, sino un deber moral que desarrollamos, deseando cumplir la voluntad de Dios. En la Iglesia ni nos servimos a nosotros mismos, ni servimos desde nosotros mismos, sino que lo hacemos por puro amor a Dios y Él es quien nos mueve a hacerlo.
            Evidentemente en el creer está toda la metralla que podamos necesitar para el combate. Pues Él que es Camino, Verdad y Vida desea aportarnos eso mismo, pero nosotros necesitamos creerlo, no basta con conocerlo racionalmente, sino que es necesario tener relación con el Señor.
            En este día en el que celebramos la festividad de Nuestra Señora de Fátima, en el Santuario en el que está el Papa Francisco cuando se cumplen 100 años de las apariciones marianas a los pastorcillos, me gustaría traer a colación a la persona del Papa, y dar gracias a Dios por su testimonio vivo y veraz de la vida de la Iglesia, testimonio auténtico de Jesús en medio nuestro. Con gran alegría celebramos hoy el reconocimiento de la Iglesia hacia Jacinta y Francisco que reconoce en esos niños, privilegiados en cuanto a la fe, la santidad de Dios. Una vez más el Señor nos vuelve a hablar a través de los santos, por muy niños que sean, es posible ser como Él, estar cerca de Él, adherirse a Él, entrar en comunión con Él, etc. ¿Qué hace falta? Seguir sus recomendaciones: especialmente escuchar su Palabra y cumplir su voluntad. Además de apartarnos del mal, del demonio que acecha por donde menos nos lo pensemos y como menos nos lo imaginemos.
       Santa Jacinta y San Francisco, niños pastores de Fátima, nos enseñan el camino para estar cerca de Dios: la pobreza, la sencillez de vida, la austeridad, la vida en familia, la fraternidad, la fe, la Virgen María, etc. El mismo Señor nos lo advierte, para los sabios y entendidos no son estas cosas que tocan a la fe, sino para los pequeños y los humildes, porque los primeros están llenos de prejuicios.
            Que la Virgen de Fátima nos ayude a descubrir al Señor, que como a estos infantes nos ayude a estar más unidos, para vivir como una comunidad cristiana que vive de la experiencia de haberse encontrado con el Señor. Así sea.

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