30 de marzo de 2014

Homilía - Domingo IV Cuaresma - Ciclo A


Sería bueno que hiciéramos de vez en cuando recapitulación de lo que vamos viendo y viviendo para ser conscientes de lo que vemos y vivimos y para ir asimilando la experiencia, pues si vemos más que miramos podríamos descubrir a Aquel que parece escondido pero está presente. 

Al mirar esta cruz que nos preside, veo su belleza, sus flores, su mirada, las oraciones sencillas y simples que le dirigimos, los anhelos que le presentamos, las acciones de gracias que le hacemos. Veo también a un pueblo que desde hace mucho tiempo ha mirado esta cruz y no solo se ha recreado en su más o menos aparente hermosura, sino que ha sido fiel en la tradición, en la adoración, en el dejarse abrazar por estos brazos abiertos de par en par, abrazo de paz de Aquel que no se pueden abrir más, que nos acogen a todos. 
Y en su mirada perdida hacia el suelo, miro y miro, pero veo humildad por no hacernos ver nuestro pecado, que le hace echar la vista al suelo, a lo más bajo que se puede mirar. Y sobre todo veo el Amor crucificado, amor sí, porque acaso puede haber amor más grande que el que da la vida por sus amigos. De esa Cruz grande, puesto que es muy grande el dolor clavado, pero es mayor el perdón recibido, brota agua, que me lava, que me purifica, y sangre, preciosísima sangre que me embriaga, que me llama a dar la vida, también en mi cruz, la cruz de reconocerte no solo hoy sino todos los días del año, no solo ante los que hoy me acompañan sino ante tantos con los que mi conversación muchas veces es más bien superficial y chabacana. 
Y me veo y quiero verte compañero de camino, de esta travesía hacia la cruz, pues es lo que se espera de nosotros, cristianos, adherirnos a Cristo, identificarnos con su Persona, estar cerca del Amor, puesto que al que buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Juntarnos al Señor pero no como espectadores, sino implicados en la misión que Él nos encomienda, como su Iglesia, en el mundo: “Id y haced discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. 
La Iglesia para esta travesía hacia el Amor Crucificado que es Dios mismo, en nuestro recorrido hacia la Pascua, nos propone el tiempo cuaresmal, hoy ya nos encontramos en el Domingo 4º de Cuaresma, el Domingo Laetare, en el que rebajamos un poco la intensidad penitencial de la Cuaresma y nos alegramos por un momento puesto que nos acercamos a nuestra tierra de promisión, la Pascua, Eucaristía, amor y servicio, todo ello es el Señor.
Pero recapitulemos y caigamos el sentido catequético que ha tenido todo este tiempo cuaresma, especialmente en este ciclo A que estamos viviendo durante este tiempo, y que nos queda muy bien representado por los distintos domingos que nos preparan para la solemne celebración Pascual que viviremos con inmensa alegría en la Vigilia Pascual.
Primer Domingo, las tentaciones de Jesús en el desierto. El Señor después de recibir el Bautismo, el Espíritu le envía al desierto, lugar frío y de tentación, pero lugar también para las confidencias. Segundo Domingo, la transfiguración del Señor, Jesús y sus discípulos tienen una manifestación en las que el Señor les muestra su Gloria, desean esa experiencia para siempre, pero la gloria de Dios consiste en que el ser humano viva y viva con dignidad y Jesús les hace ver que esa situación, la oración, recarga para descargarse. El Tercer Domingo, la Samaritana, se hace presente el signo del agua y comenzamos a recordar nuestro Bautismo, nuestra pertenencia al Señor y su Iglesia. Hoy, Cuarto Domingo, otro signo, la luz, la luz del cirio que veremos en la Noche de la Pascua, y que brillará entre tanta tiniebla. Ojalá nosotros iluminemos también entre tanta tiniebla, como verdaderas candelas. Y el próximo Domingo, el 5º, la vida, la resurrección de Lázaro. Nuestra fe no nos lleva a muerte sino a vida, a vida en Dios que nos hace estar vivos para los demás. El Domingo de Ramos completará la preparación cuaresma con la contemplación de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor. 
Es con este Señor con el que nos queremos identificar, aunque parece que su Padre se esconde, está presente, su Pasión es muy latente en nuestro mundo, solo hace falta mirar y ver. Dejémonos mirar por el Señor, su mirada es de misericordia no desafiante. Miremos a María, como mira al Señor, imitémosle porque ella siempre es el mejor modelo de acogida, de entrega y de amor sin límites. Que así sea.

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