27 de noviembre de 2011

Comentario a la Palabra de Dios

"No sabéis el día ni la hora"

No miran igual los ojos que ya ha atravesado la meta que los que todavía avanzan en camino. La vista atrás desvela fatigas, desalientos y sacrificios que no se sabe exactamente cómo se superaron; y la mirada hacia adelante alcanza a encontrar estímulo en un final de trayecto que todavía no ha llegado. Los ojos fueron por delante de los pies para anticipar el triunfo y estimularlos así a la carrera; pero, para sostener a los ojos en ver lo que todavía no ha llegado, obra la paciencia.
Pudo entenderse en algún momento que la paciencia funcionaba a modo de una báscula sin limitación de peso, donde se le iban añadiendo cargas y cargas conforme uno se iba topando con ellas en su historia. Aquí el ejercicio de la paciencia iba unido a un aguante sin restricciones de cualquier sufrimiento de la naturaleza que fuese. Claro, de esta forma paciencia consistía en la virtud de una especie de resignación que no ponía en cuestión si el sufrimiento concreto era remediable. Esta interpretación condenaba la paciencia a una pasividad inmerecida, cuando, sin embargo, la paciencia tiene talento de rebelde.
La llamada a la vigilancia que hace Jesús con contundencia: ¡Velad! es insostenible sin la paciencia. El tramo que distancia lo prometido de la promesa o, desde la imagen de la parábola de este evangelio, el tiempo que va desde la partida del amo de la casa hasta su vuelta, está amarrado por la fe: la certeza de saber que ciertamente va a regresar, y por la esperanza: el deseo ardiente de encontrarse con el amo cuando regrese. Pero ambas necesitan el auxilio de la paciencia como el ejercicio cotidiano de esperanza y de fe que aviva la llama vital que mantiene la actitud de vigilancia, con especial intensidad cuando aumentan las circunstancias suponen una seria amenaza contra la misma llama. La condición de rebeldía de la paciencia advierte que no es pasiva ante los avatares, sino que asume la dificultad o el sufrimiento inevitable con aprendizaje y maduración, y el que tiene remediable con implicación para su remedio. Esta actitud convierte a la paciencia en una posición activa donde cada lucha cotidiana, afrontada pacientemente, es un triunfo contra la desesperanza o la duda de fe y un trabajo decidido y valiente que va haciendo presente lo que todavía no ha llegado por completo.
Isaías vuelca su esperanza en la cercanía de un Dios que sale al encuentro de quienes quieren acercarse a Él. El pasaje aparece como una persecución en la que el profeta comienza lamentando la lejanía de Dios, para luego proclamar su proximidad y el distanciamiento del hombre que se aparta de Él, para finalmente anunciar el encuentro manifestando la necesidad de la paternidad de Dios misericordioso en la imagen del alfarero (que recuerda la creación de Adán, plasmado por las manos de Dios). La cercanía de Dios es patente para el que cree y su vida es testimonio visible por su conducta de esa fe, y al mismo tiempo, tiene presente la distancia que lo separa de Él, y que le empuja a tener que seguir buscándolo, como quien oculta su rostro para que se le busque más y se le conozca mejor. Donde tendría que haber búsqueda paciente, en muchos causa desesperanza y lejanía de Dios, porque quisieron inmediatamente lo que necesitaba un crecimiento paulatino, también en paciencia. Los dones de Dios que tantas veces se frustraron en sus hijos de Israel, cerrados a su presencia paternal, fructificaron en Cristo en la comunidad de Corinto. San Pablo agradece a Dios la gracia que ha puesto en ellos ¡en el hablar y en el saber! Que no haya llegado el momento final no es causa de desaliento, sino, al contrario, de testimoniar a Cristo, de permanecer firmes, de obrar con los dones recibidos de Dios. El deseo del encuentro con el Señor hace vivir con paciencia el momento presente y trabajar haciendo ya aquí encuentro con Él, aunque todavía no sea definitivo.
El reto de la vigilancia es ir tomando posesión cada vez más plena de la propia existencia, movida por la esperanza de la promesa de Cristo. De no ser así, nos poseerá lo presente, lo inmediato, lo eventual, que en impaciencia traerá miedo y duda y desánimo.
El Adviento comienza rugiendo con solicitud por la esperanza, que no podrá llevarse a cabo sin esa paciencia que afronta valientemente los retos y las dificultades diarias para hacernos fuertes en la debilidad. El sueño puede llegar a cualquier hora del día y se hará más nocivo cuanto más dudemos de que el amo de la casa realmente vuelva. De nosotros depende que esté ya volviendo, porque, asociados a Él, lo hacemos presente poniendo en práctica los dones que ha puesto en nosotros. La paciencia pone en ejercicio todo aquello, que, de otra forma, permanecería inoperante e inútil. Cuántas veces, mirando hacia atrás hemos pensado: !Si hubiese durado esto un poco más no habría resistido...! o ¡Ahora no tendría fuerzas para afrontar aquello...! Sostuvo la fuerza de Dios en esperanza paciente. Así se va preparando el camino al Señor.
                                                          Luis Eduardo Molina Valverde

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