12 de noviembre de 2011

Domingo 33 del Tiempo Ordinario - Ciclo A

A cada uno según su capacidad

     El amo que guarda él mismo sus caudales es el único responsable de cuanto posee. Si delega la vigilancia de sus bienes a otro, a cuenta de las capacidades de quien elige para el trabajo, el responsable es el empleado. Lo que indicaría negligencia por parte del señor sería contratar sin conocer a quién contrata. Pues bien, aquel señor de la parábola, aunque tenía que viajar, no quiso descuidar lo suyo, y lo puso en manos de aquellos en los que sabía que podía confiar, y por eso se pudo marchar..

     Él se va en un viaje del que se desconoce el destino y la duración (luego sabremos que es por mucho tiempo). Sin embargo, su partida no despierta la pereza de aquellos trabajadores, que ¡en seguida! se pusieron a trabajar, dos para negociar y aumentar el dinero y uno para hacer un hoyo y esconderlo. El señor no les dio instrucciones precisas de que tuvieran que negociar con el dinero, sino que, simplemente ¡les dejá encargados de sus bienes!. Entonces, ¿cómo vino después exigiendo lo que no había pedido?.

     ¿Qué a de entenderse por el encargo que les encomienda el señor? Así como hay bienes que ganan precio con el tiempo (como una vivienda, un terreno), el dinero necesita el movimiento, porque el tiempo que pasa parado le hace perder valor. Por tanto, tomar responsabilidad de dinero es coger oficio donde éste ha de bullir. Bullá entre las manos del primero y del segundo siervo, pero no en el tercero, que lo escondió en un agujero en la tierra. Actuó como con la simiente; pero la moneda no es semilla: ni puede crecer al cobijo de la tierra ni el agua la alimenta ni el sol la hace crecer. La moneda es rígida e inmutable y, si no la mueven, ella descansa con pérdida de su valor.

     La moneda, el dinero en general, es instrumento de servicio: en la viuda pobre que ofreció su ofrenda en el templo fue servicio de amor a Dios; en la parábola de los jornaleros fue de salario; como tributo al César sirvió para distinguir entre lo que es de Dios y lo que no; en Judas fue servicio de traición; o causa de no seguimiento en el joven rico. Muchas monedas rodaron por el Evangelio y su uso mostró diferentes actitudes ante Dios. Los talentos de la parábola sirvieron: al señor para mostrar su confianza en sus trabajadores; a los empleados para mostrar su fidelidad y su diligencia.

     Estos talentos tenían un propietario y unos servidores que debían devolver lo prestado y con fruto. Un despilfarro con dilapidación del dinero habría resultado claramente reprochable; pero, ¿no puede considerarse de hecho despilfarro evitar ganancias? La parábola parece indicar que los talentos recibidos no sólo son una serie de capacidades y posibilidades, sino la propia vida. Evitar el derroche no conforta, porque es insuficiente. Donde no hay movimiento en deseo y actitud para aumentar, como el número de talentos, se retiene a Dios para hacerlo cómplice de la propia inoperancia. Dios no justifica perezas ni confirma la resolución de los que dicen ¡ya no es posible más!. Una moneda enterrada nunca crecerá, sí corriendo entre las manos de los comerciantes. El negocio implica más riesgo que el cobijo de la tierra, pero el primero es causa de vida y esperanza, y lo segundo de muerte y abandono.

La vuelta del señor trajo premio al fiel y cumplidor, al que luchá por la vida y castigo al negligente y holgazán, que no quiso trabajar por la vida. Eso ya opción por la muerte. El destino final del empleado perezoso no es más que una prolongación de aquello que él quiso para sí.

     Recapitulando: la vida, simbolizada en el talento, exige un continuo progreso. Preferir su freno es contra-vida, muerte por tanto, que omite la misión encomendada por el señor (Dios) y la misma genética de la moneda, que pide movimiento. Considerando esto, ¿cómo vamos a decir: estoy conforme como estoy, creo lo suficiente, amo lo justo, no puedo querer más...? El agujero para los muertos; a él ni monedas ni nosotros, que estamos bien vivos. Esta parábola no sólo es un alegato para el trabajo por el Reino de Dios, sino a considerar toda actividad humana, por pequeña que sea, como lugar de presencia del Reino. El trato de negocio no suele cerrarse sino después de muchas discusiones; enterrar la moneda es ciertamente menos complicado (pero uno se curva sobre sí mismo achicando el horizonte). La lectura del libro de los Proverbios lo sugiere, donde la mujer hacendosa es aquella que hace que toda obra suya sea momento de alabanza a Dios. Y a la vigilancia llama san Pablo a la comunidad de Tesalónica. Se acaba el tiempo ordinario y hay ya anuncio de adviento, que nos invitará a avivar la esperanza de la fe cristiana que aguarda a que su Señor vuelva.

                                                                 Luis Eduardo Molina Valverde

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