5 de noviembre de 2011

Evangelio del Domingo 32 T.O. Ciclo A

¡VELAD!

Tan importante es saber lo que se tiene como saber lo que no se tiene. Y, sensatamente, sólo sabiendo de lo que se carece se puede conocer realmente lo que se tiene.

La parábola del Evangelio de este domingo la protagoniza una decena de doncellas. Las diez sabían lo que tenían: un esposo, una lámpara, aceite en la lámpara y tiempo de espera. Pero sólo cinco sabían también lo que no tenían; y no tenían: una lámpara que no gastase aceite ni aceite sin medida ni conocimiento del tiempo de la espera ni matrimonio con el esposo. Esto les procuraba ventaja, porque entonces conocían sus limitaciones, y que la lámpara necesitaría recambio de aceite, que el aceite es limitado y no puede malgastarse, que hay que prepararse para una larga espera, y que hasta no entrar al banquete de bodas con él, no habrá por completo esposo.


Si alguien se hubiera encontrado con aquellas doncellas que se dirigían a esperar al esposo, habría reparado en que cinco llevaban una mano ocupada con una lámpara, y otras cinco, además de la lámpara en una mano, tenían una alcuza en la otra. “Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite”. El evangelista dice que se lo dejaron sin más, pero podemos poner nosotros las razones, aunque en ningún caso justifiquen la omisión:

1. Si fue por pereza: antepusieron el sentimiento inmediato al gozo futuro de sus nupcias. 2. Si fue por distracción: tantos son los detalles que preparan las novias para el día de boda, que el despiste indicaría falta de entusiasmo por el esposo y la boda. 3. Si fue por pensar que no haría falta: (lo cual parece ser lo más probable), entonces desconocían lo que significa ser doncella y esperar al esposo. Tuvieron por fácil, como un juego, su condición. 4. Si pensaron que podrían aprovecharse del aceite de las otras: subestimaron el deseo y la alegría que tenían las cinco sensatas por encontrarse con el esposo.

Pero, aunque fuera a destiempo, las cinco doncellas distraídas o perezosas o aprovechadas o, en definitiva, necias, rectificaron y quisieron subsanar su error. Sin embargo se encontraron con la puerta cerrada. El Esposo, una vez que llegaron, podría haberse mostrado más condescendiente con las doncellas necias y, al menos abrirles. No fue así. Hay asuntos que deben resolverse en el momento, porque éste no volverá a repetirse. Aquellas doncellas habían tenido aviso: de que iba a llegar el esposo, y de que ya estaba allí. Es más, durante el camino para el encuentro con el esposo, tuvieron que ver a sus compañeras con la alcuza en la mano mientras ellas iban medio de vacío. Ni siquiera les valió el ejemplo de las doncellas diligentes porque no prestaron atención a su alrededor o lo despreciaron.

Un detalle. Los de la tienda, ajenos a la boda, tuvieron más precaución en lo suyo que las doncellas, pues pudieron hacer negocio en horarios imprudentes, a medianoche, cuando ya todo está cerrado. El hecho muestra que ellos tenían más interés en la venta, que aquellas cinco doncellas en pasar al banquete de bodas.



La sentencia final de la parábola de las diez doncellas concentra el significado global: “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”. Hay que estar preparados para el encuentro con el Señor. Velar significa, según este relato, implicarse por completo en la espera del Señor. La pereza servirá para buscar justificación y andar posponiendo continuamente lo que debería emprenderse ya. La distracción será excusa para no centrarse en Cristo y andar disperso como con varios amores. La falta de previsión significa caer en la ingenuidad infantil de que todo viene dado y no hace falta esforzarse por conseguirlo. Pretender utilizar el aceite de otros desprecia el trabajo, la ilusión y el sacrificio de los que sí se preparan para ese encuentro con el Señor. Poder tener una mano libre mientras la espera permite alcanzar en cualquier momento cualquier otra cosa, aunque no tenga nada que ver con el esposo. Pero, yendo con disposición a medias como temiendo darse e implicarse por completo, también habrá un amor a medias, lo que resulta poco para entrar en nupcias con el esposo. A Él lo llama la tradición Sabiduría. En Él nos hacemos sabios, doncellas sensatas que aprenden a amar como Cristo esposo ama.

Luis Eduardo Molina Valverde

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