19 de noviembre de 2011

Comentario a la Palabra


"Venid a mí, benditos de mi Padre"

    Los reyes no suelen mezclarse en asuntos de rebaños, ni los pastores en temas de estado. Un pastor queda tan lejos de la corte, como un rey de las ovejas. Y aunque pastor y rey están distantes, todavía hay más distancias entre ellos y Dios. Pero ambas imágenes valían para referirse a la misericordia y la ternura de Dios con su pueblo, y su justicia, que evita el triunfo del mal y la desatención del prójimo.
    Israel era un pueblo que sabía de ganados. Sus raíces las tenía en los nómadas que peregrinaban buscando pastos para sus rebaños. La figura del pastor pertenecía a las entrañas de su identidad. Todos los grandes patriarcas fueron pastores. El pastor constituía una figura de la más familiaridad y representatividad, por lo que su aplicación a Dios, como pastor de Israel, no era difícil.
    Israel sabía menos de reyes. Pero acabá sabiendo. Desde antiguo sabía por lo menos de uno, de su Señor, que les acompañaba en todo momento y gobernaba a su pueblo a través de diferentes elegidos, como los jueces. Pero, deseando el prestigio de los pueblos de alrededor e imitando sus costumbres, prefirieron buscarse un rey humano. A un primer intento frustrado con Saul, le sucedió el gran David: un pastor que llegá a ser rey. La monarquía de Israel duraría durante varios siglos, con resultados diferentes, pero con tendencia a la división y a la extinción.
     Por tanto, Israel acabá sabiendo de pastores y de reyes, y esperaba con deseos mesiánicos que de unos y de otros saliera un Pastor que cuidara de su pueblo y un Rey que rigiera con justicia. En Jesucristo el Buen Pastor y Rey del Universo, se cumplían las expectativas. ¿En qué sentido? Frente a los pastores que descuidan sus ovejas, o las utilizan buscando su propio provecho, o dejan desamparado al rebaño cuando ve aparecer al lobo... Él da la vida por sus ovejas, las atiende con dedicación personal, preocupándose de cada una y dando su propia vida por ellas. La imagen del pastor resulta entrañable.
    La realeza de Dios sobre todo lo creado, de la cual hizo partícipe al mismo ser humano, se vio amenazada por la maldad que comenzó otra forma de reinado en la tierra con soberanía de la injusticia. Cristo instaura un nuevo Reino, con un orden nuevo, donde recibe la potestad del Padre para reinar y que todo reciba la huella de su corazón misericordioso y justo.
    Allí donde se pretenda entregar realeza a otra realidad que no sea Cristo, se creará rival y retraso del Reino definitivo. La economía no puede ser soberana, y la situación de vulnerabilidad actual hace reconocer con mayor fuerza que sólo Cristo es Rey. Tampoco ninguna de las ideologías, ni movimientos culturales, ni progresos científicos. Ni siquiera la propia autodeterminación que me convierte en monarca de mis propios intereses. La soberanía de Jesucristo es la condición de posibilidad para que triunfe realmente la justicia y aquellos que han sufrido las consecuencias de la injusticia en esta vida reciban retribución a su sufrimiento. La bendición y la maldición se convierten en pago de los que atendieron al necesitado, porque, consciente o inconscientemente lo hacían con el mismo Cristo.
    ¿De quién vamos a esperar justicia? De los planes de ajuste, los dictámenes de las instituciones económicas, las políticas internacionales... Sólo de aquel que se hizo carne de pecado y asumió el sufrimiento humano para salvarnos. Ése es el único Rey que trae la verdadera esperanza.
Luis Eduardo Molina Valverde

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