18 de diciembre de 2011

Comentario a la Palabra de Dios


Domingo IV de Adviento Tiempo. Ciclo B
Alégrate, llena de gracia

La luz más radiante de la mañana a mediodía no hizo su aparición improvisada. Tuvo preámbulo, primero de crespúsculo y alborada, luego de mañana temprana y más tarde de día avanzado. El alumbramiento en la carne del sol que nos nace de lo alto, Jesucristo, tuvo su pórtico al modo humano, con su engendramiento de madre humana y poder divino, con sus meses humanos de gestación. Todavía antes se había hecho camino de encarnación, porque ya en el Antiguo Testamento la Palabra eterna había tomado tejido de palabra humana por boca de los profetas y los hombres de Dios que hicieron de mensajeros de la voluntad divina para su pueblo.
Historias que suenan a viejas conocidas, tanto como para no prestarles atención. La escena del evangelio se describe con un ángel, una joven virgen, un Dios que se hace hombre... pudieron innovar en su momento, pero ahora ya no mueven más que a la indiferencia o, pero aún, para el adorno. Los ángeles, aunque su misión resulte incomprensible actualmente, son bellos y decoran los rincones de la casa; la virgen madre suscita una sonrisa de incredulidad pero evoca inocencia e ingenuidad; y dios, que interesa poco, algo aporta haciéndose hombre, pues atiza las ascuas de cierto deseo de divinidad humano (habitualmente con orientación equivocada). Si pretendemos encontrar en este relato el inicio de la humanidad nueva por ser el comienzo en la carne del ¡hijo del hombre! o bien lo tomamos como una antigua estampa decorativa (con aires de nostalgia) o como una tomadura de pelo al hombre actual que encuentra su novedad en otras cosas.
Los proyectos del rey David podrán resultar hoy más afines. Quería erigir una edificación magnífica. El asunto resulta atractivo por la envergadura. La divergencia con nosotros llegaría a la hora de mirar por su sentido: el rey David quería construir para hacer un hogar en la tierra para Dios; el hombre de hoy para vivir él y desalojar a Dios. Y en una casa donde se puso veto a la divinidad: ¿cómo vamos a llegar ahora con fantasías de ángel y Virgen y hombre-Dios? Cuando la matriz no puede contener más al hombre que nace, toma nueva matriz de refugio en el mundo aislándose de la realidad y siendo alimentado en su comodidad.
Las entrañas divinas se estrecharon hasta caber en el seno de una virgen y desde allí se produjo el parto, para abandonar toda cerrazón y todo intento de buscar una seguridad que estrangule la misión, la búsqueda, la vitalidad de ir más allá. Cuando David expresó su voluntad de hacerle morada a Dios, Dios ya se le había anticipado. A David le empujaba su celo por Dios, pero quizás también un impulso instintivo de querer someter a la divinidad para ser domesticada y, por tanto, controlada. Buscaba para Dios un útero donde encerrarlo y amansarlo, evitando el parto que trae consigo separación y rebeldía. Pero Dios se había anticipado. Sin abandonar la matriz trinitaria que era al mismo tiempo alumbramiento, se achicó para humanarse. No improvisó nada que no fuera humano, por ello esperaría en la matriz de la Virgen la gestación de nueve meses, y luego abriendo matriz vería la luz hacia otro seno, el de la familia, donde sería cuidado y aprendería. Pero nada lo retendría en ella, como nada biológico lo retuvo en el seno de María. Por eso el Espíritu le hizo saltar de la vida oculta a la publicidad de una vida de misión, de salida, de evangelización.
Nada de trasnochado tenía aquel pasaje de la anunciación ni en sus personajes ni en su significado. El ángel era promotor de la libertad humana, del Dios que no impone su voluntad, sino que ofrece, propone. La Virgen Madre se eleva a ser prototipo de generosidad y fe. No entrá en ella otra voluntad de pasión o posesión o dominio, sino que su seno, libre de todo ello y, más importante aún, su corazón y su mente, dieron posada a Dios que pedía encarnación. María manifiesta la más soberana libertad, pues no existían en ella lazos para el sí o para el no, simplemente amor, y un amor de Dios y hacia Dios. El Dios que era sólo dios y luego también comenzó a ser hombre enseñará humanidad a un ser humano olvidado de sí y esclavizado por no mirar hacia Dios.
Todo lo que pretenda ser humano que venga sin gestación humana, es decir: sin espera, sin paciencia, evadiendo el tiempo, será una lamentable improvisación. Todo lo humano que pretenda detenerse en una matriz perpetua, y detener consigo a Dios, y evite la misión, la salida, el crecimiento... pronto se volverá rancio. El misterio de la encarnación no es para el adorno, sigue teniendo una tremenda fuerza de interpelación que nos empuja a asumir con autenticidad nuestra condición (en un tiempo irrenunciable, en un contexto concreto), que ha renovado prodigiosamente Cristo, y a no buscar una clase de humanidad de pretendida originalidad que se olvida del hombre, porque se olvida de Dios.
                                                             Luis Eduardo Molina Valverde

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