11 de diciembre de 2011

Comentario a la Palabra


Domingo III de Adviento Tiempo. Ciclo B

Estad siempre alegres

11 de diciembre de 2011

San Pablo aborda a los tesalonicenses con un mandato difícil de sostener en el tiempo: ¡Estad siempre alegres! Entre la alegría podremos toparnos con algunas memorables, pero en ningún caso son perpetuas. Ese "siempre" asusta desde la conciencia de nuestra posición, tan tendente a lo pasajero, a lo eventual. Pero Pablo pone remedio a nuestra falta de perseverancia en una cuestión tan vital como es la alegría y habla de la constancia en el orar. Es decir: quien tiene trato asiduo con Dios, puede perdurar en alegría continua.
La alegría mana a borbotones en las lecturas de este domingo, con un claro propósito de que nos contagiemos de ella. Éste es el domingo llamado "Gaudete"(¡alegraos!), donde se lanza una mirada de anticipo sobre los misterios cuya memoria vamos a celebrar en el tiempo de Navidad.
En este III domingo de Adviento se produce un giro con respecto a la visión de Jesús: se relaja el acento en la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, para subrayar la celebración de su venida en la carne entre nosotros y su presencia cercana y actual. Hemos llegado a la mitad del tiempo del Adviento y hay que prepararse para que el misterio del Dios hecho hombre encuentre morada perenne en nuestros corazones.
El Evangelio no describe la sonrisa de Juan, ni siquiera dice que la tuviera. La austeridad y penitencia de su vida mueven más a pensar en un rostro severo. Un observador externo que se detuviera a analizar el modo de vida de Juan desestimaría pronto en él la tibieza y, o bien consideraría que se trata de una persona terriblemente triste, próximo a la desesperación, o absolutamente alegre. Reparando un poco en su actividad, que revela su interés en preparar para la salvación, la vida del Bautista se resuelve con lo segundo, con motor de alegría. Difícilmente la tristeza de corazón moverá al ánimo a la conversión, a la esperanza, como lo hacía Juan, lo que nos permite concluir que era un hombre de alegría notoria. Se convierte así en testigo anticipado de la causa de nuestra alegría. Si es testigo de la luz, es porque antes conoció su resplandor, y de esta forma brilló en él, para aclarar el camino de los judíos, que reconocerán a la Luz que viene de lo Alto si antes disponen sus ojos para ver (consecuencia de la conversión).
¿Qué vemos que alegre nuestros ojos y avive la alegría en nosotros? Se anuncia la buena noticia a los que sufren, los corazones desgarrados son vendados, a los cautivos se les proclama la amnistía y a los prisioneros la libertad. Isaías desplegaba un mapa conciso con el anuncio de la justicia y los himnos ante todos los pueblos. Pero proclamaba brotes en el suelo y semillas germinadas en el jardín sin haberlos todavía visto. El profeta hablaba de un futuro impreciso en un plano, en el que Juan el Bautista señala certeramente el lugar donde se encuentra el tesoro, en medio de nosotros: el que existía antes que él, Jesucristo. Juan supera a los profetas en su cercanía con el Salvador, en su concreción del anuncio y Cristo supera a Juan y al resto de los profetas porque Él es el Anuncio, del que hablaban los profetas en lo lejano y el Bautista en lo inmediato. La alegría de Juan duplicaría la de los profetas, porque él vio la Luz, mientras que los profetas la intuían aún con lejanía aún no radiante. Y nuestra alegría, ¿no tendría que aventajar a la de Juan? Pues Dios nos ha hecho partícipes de esa Luz.
Nuestro testimonio debería ser más vigoroso que el de Juan, porque si él gozaba con anticipo, nosotros ya vivimos en Cristo. La alegría debería ser una seña de identidad del cristiano, el aval más expresivo de que Dios está con nosotros. Es lo que recordamos más intensidad en este Adviento, que Jesucristo ha de venir de nuevo con gloria, pero ya está entre nosotros, porque vino en carne mortal para que participemos nosotros de su carne gloriosa. Donde hay un cristiano triste hay motivo para que otros desconfíen de que Dios es realmente luz y salvador, y habrá escaso testimonio de Cristo. ¿Qué podrá sostenernos en la alegría sino la esperanza que nos trae Jesucristo nacido hombre en Belén, muerto y resucitado?
                                                                          Luis Eduardo Molina Valverde

No hay comentarios:

Publicar un comentario