
El cementerio es un lugar, por
tanto, santo, donde están depositados los restos de nuestros difuntos, y es por
ello que hemos de pedir a nuestras autoridades que sean lugares dignos.
Nosotros los podremos dignificar con nuestra atención y con nuestra oración por
aquellos hombres y mujeres que sembraron en nosotros vida, nos dieron la vida.
Orar por los vivos, es secundar el
mandato del Señor que nos dejó el modo; la oración del Padre Nuestro. Una
oración que desde el primer momento hace una clara alusión a un Padre común,
que necesariamente nos obliga –moralmente- a sentirnos hermanos los unos de los
otros, pues decimos “Padre nuestro”. Oramos pidiendo que venga sobre nosotros
Su Reino, no es necesario pasar por el trance de la muerte para vivir en esta
situación, un ideal parecido a lo que hoy desde tantas tribunas se pregona como
fraternidad”. Le decimos, también, que nos perdone nuestras ofensas. Se trata
de una buena disposición, por nuestra parte, de desear cambiar –al menos de
actitud-, pues no todo lo que reluce en nuestra vida es oro. Y lo pedimos para
nosotros, y lo pedimos para los demás.
Quizás el problema que muchas veces vemos
a los demás como rivales y no como hermanos, por eso tiene sentido rezar por
los vivos, estar en “unión de ánimos”, en comunión. Que no quiere decir, con
ideas parecidas, sino en adhesión a Cristo; pues Él no es una idea y, por
tanto, la religión no es ideología, sino que Cristo es Persona, y es por ello
que nosotros nos podemos relacionar con Él. Es más, estar en comunión con los
hermanos es un tanto por cierto muy grande estar en comunión con Dios, pues ya
sabemos, por activa y por pasiva, que es el mandato del Señor: “Amaos como yo
os he amado”. Pero en la vida, también, nos encontramos con muchas personas
buenas, sinceramente, muy buenas, que están muy unidas a los demás por
principios muy laudables, pero no están en unión con Dios, pues en algunos
casos, desgraciadamente, no le conocen y en otros casos, también
desgraciadamente, no le reconocen. Es por ello que no ven importante la cita a
la que el Señor nos convoca cada Domingo, que es la Eucaristía, es por ello que
somos el Pueblo de la Eucaristía, no acudir a esta cita semanal, nos recorta la
comunión con Dios, no por Él, claro está, sino por nosotros.
Pidámosle a María, que nos ayude a vivir
en comunión con Dios y los hermanos, y que como se decía de los primeros
cristianos se decía de los primeros cristianos seamos la admiración de los
demás “por cómo se querían, como rezaban en común, como ponían sus bienes en
común y como celebraban la Eucaristía juntos”. Así sea.
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