1 de septiembre de 2016

Novena de la Virgen de Viloria - Tercer día


La obra de misericordia corporal que les propongo para reflexionar hoy es “sufrir con paciencia los defectos de los demás”.
            Fíjense que esta disposición nuestra, está elevada al rango de obra de misericordia, es decir, si obramos así, con paciencia con los demás, especialmente lo que para nosotros consideramos defectos de los demás, estaremos obrando según el corazón de Dios.
            Realmente, es muy difícil que todo lo que gira alrededor de la religión cristiana, sea obra sola del hombre, es imposible que el hombre llegue a consideraciones tan altas; solo Dios puede inspirar al hombre, como lo hace, lo que Él dispone. Hermanos no hay ni una sola cosa que nos pida Dios que sea para su, vamos a decir así, “vanagloria”. Al revés lo que consideramos “a mayor gloria de Dios”, es a mayor gloria del hombre, empezando por uno mismo. Porque, ¿qué les parece es justo reírse de los demás, de los defectos de los demás, ridiculizar al personal, hablar a sus espaldas, etc.? ¿Eso, éticamente es bueno? Creo sinceramente que no.
            A diferencia de los baales, divinidades de Asia, también en tiempos de Jesús, a diferencia de los becerros de oro, que buscaban su propia adoración sin más, nuestro Dios necesita ser adorado porque su Presencia conlleva Amor, libertad, para nada sometimiento, sí mucho de aceptar, y de fe.
            Por ello, el Señor nos dice, cualquier cosa que hicisteis con cualquiera de estos, mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Cualquier cosa, buena o mala. Queridos hermanos, nosotros decimos amar a Dios, como le vamos a querer ofender, pues cuidado en nuestras relaciones con los demás, porque lo que hagamos con ellos, es como si se lo hiciéramos a Dios mismo, porque Dios está en nosotros, el Emmanuel. Es así de fácil y así de difícil, porque se nos olvida con frecuencia. Nos cuesta mucho aceptar al prójimo, especialmente a los que vemos un día, y otro día y otro día. Cuando no tenemos paciencia con los defectos de los demás, es como cuando al Señor le ridiculizaron con una corona de espinas, con un trapo para tapar sus partes íntimas, cuando le escupieron, le crucificaron, le empujaron, etc. Y eso, aunque a Él le costar, a quién le tuvo que doler más es a la Madre, a María que seguía desde la distancia o la cercanía física a su Hijo.
            Uno se da cuenta, muchas veces, de la gran cantidad de cosas que tiene, y que cuando se distancia del tener, valora. Pues lo mismo sucede con esta obra de misericordia, quizá no nos pongamos en el lugar del otro, no intentemos buscar una luz en la actitud que nos cuesta de nuestro hermano. Lo más fácil es juzgar negativamente, quejarse; nos cuesta mucho aguantar, tener compasión, caer en la cuenta que puede que el que actúa como a mí no me guste prefiera enterarse en primera persona y no por los vecinos; que se pueden hablar cordialmente las cosas, a tener que aprovechar cuando la gota colma el vaso para aprovechar y soltar toda una letanía de quejas. Porque si los gallos cantan, los perros ladran, que si la abuela fuma…
            También los demás tenemos defectos que probablemente los demás tengan que sufrir. ¿Cómo nos gustaría que nos tratasen? ¿Riéndose de nosotros? ¿imitándonos? ¿burlándose de nosotros con ironía y sarcasmo? Por aquí Dios no está, por ahí no lo van a encontrar.
            Pidámosle al Señor, por medio de Nuestra Señora de Viloria, que nos haga ver a los otros con ojos de misericordia. Que, aunque no nos entren muchas de sus actitudes, de sus formas de ser, porque entre nosotros funcionamos con muchas comparaciones y con muchos complejos de superioridad y de inferioridad, porque cada uno es como es, y a ciertas edades es muy difícil cambiar, aunque estamos en perenne deseo de convertirnos. Que tengamos ojos para ver con la mirada de Nuestro Señor, como el Buen Pastor del logotipo del Año de la Misericordia cuando porta sobre sus hombros a la oveja descarriada. Cuando el ser humano se llena de misericordia divina, ya mira como Dios. Y eso se nota. Se nota cuando las personas son ellas mismas portadoras del Amor misericordioso de Dios. Así sea.

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