5 de septiembre de 2016


Después de dos días de paréntesis en lo que se refiere a la predicación sobre las obras de misericordia espiritual, en primer lugar, por el fin de semana en el que hemos celebrado el Domingo y hemos caído en la cuenta de que el Señor nos llama a su seguimiento, pero nosotros lo posponemos por tibieza en la fe, después de haber recordado las palabras del Papa Francisco en la homilía del Domingo en el que canonizó a la Madre Teresa de Calcuta, volvemos a las obras de misericordia, hilo conductor de la predicación de esta novena para reparar en una que nos cuesta bastante ejercitar con caridad: “corregir al que se equivoca”.

           Ninguno de nosotros somos perfectos como para hacer todas las cosas bien y en todo momento. Por esta razón necesitamos ser corregidos cuando nos equivocamos. Y, también, tenemos que tener la disposición de corregir al que se equivoca por el bien de él/ella.

           Pero el matiz está en cómo se hace esto: y la virtud está en hacerlo con caridad y el que recibe la corrección, aceptarla con humildad. Y esto enseguida se nota, pues podemos “pecar” por exceso o por defecto. Si no se hace bien podemos caer en lo que nos previene el Evangelio: vemos la paja del ojo ajeno, y no vemos en nuestros propios ojos, y quizá tengamos una viga.

           Algunas veces no nos atrevemos a corregir al que se equivoca, lo que cristianamente se llama “corrección fraterna”, corrección entre los hermanos. Uno percibe algo que no está bien y se lo comenta en particular. El problema siempre suele estar en el modo en cómo lo hacemos. Si un profesor llama la atención a un niño delante de todos los niños de la clase, saca menos provecho que si le dice, ahora majo aguarda que tengo que hablar contigo. Pero qué es lo que ocurre, que hacerlo delante de todos nos desahoga más, nos deja como con esa satisfacción de haber dejado claro delante de todos los presentes quien es el “macho dominante”. Es más, en estas ocasiones, si no estuviéramos los demás, la adrenalina que necesitamos, no corregiríamos, además que en estos momentos se suele hacer con violencia y con agresividad. En particular no nos atrevemos, pero es más eficaz. ¿Qué sacamos con airear -muchas veces- lo que creemos que son errores de los demás, sin contrastarlos con ellos personalmente, si es que verdaderamente queremos ayudar, porque en ocasiones es airear por airear?

           Pero, en el fondo, ¿qué pretendemos cuando corregimos mal a alguien? ¿Sobresalir? ¿Qué la gente se dé cuenta de lo listos que somos?

           Incluso, a veces tenemos dos varas de medir. Depende quien sea le corregimos continuamente, sin dejarle respirar, y a otros quizá nunca. Somos muy puntillosos con unos y estamos a ver en qué se equivocan para saltar, o no, más bien dejamos ellos sabrán lo que hacen, yo no digo nada no sea que encima vaya a salir escaldado, etc.

           Especialmente no nos atrevemos a corregir al cercano, especialmente al amigo. Y eso no es quererle, porque una persona puede estar siendo ciega y necesita que alguien desde fuera le indique, y eso quién mejor para hacerlo que un amigo, un hermano. Es mucho más fácil pasar la mano por el hombro e ir de cañas que cortar el rollo con correcciones. Pero en el fondo, podríamos decir ¿cuánto de amigos son esas personas que no cuidan su amistad más allá del no menearlo, todo tranquilo, mejor no tocar ciertos temas, etc.

           Y luego, también está, cuando recibimos la corrección. Pues aquí la actitud es la humildad, y si nos parece que el otro no tiene razón pues se dialoga con caridad, con respeto, con buen tono, porque efectivamente hasta el que corrige muchas veces se equivoca.

           Es una obra de misericordia corregir, tengamos presente que todas estas obras de misericordia lo que pretenden es ayudarnos a crecer en santidad, que es lo mismo que decir, crecer como Jesús: en estatura, pero también en gracia. Si las sabemos ejercitar bien serán un gran valor para nosotros y para los que nos rodean.

           Hoy le pedimos a Nuestra Señora, la Virgen de Viloria, que tengamos un corazón humilde, capaz de acoger la corrección de los demás y que nosotros cuando tengamos que corregir, también sepamos ponernos en el lugar del otro y pensar cómo recibiría yo la corrección que estoy haciendo a este o a otro. Así sea.

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